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Eclipse, de Stephenie Meyer


De pronto, saltó una chispa de intuición en aquel silencio sepulcral y encajaron todos los detalles.

Algo que Edward no quería que supiera.

Algo que Jacob no me hubiera ocultado.

Algo que había hecho que los Cullen y los licántropos anduvieran juntos por los bosques en peligrosa proximidad.


Algo que, de todos modos, había esperado.

Algo que yo sabía que volvería a ocurrir, aunque deseara con todas mis fuerzas que no fuera así.


¿Es que nunca jamás se iba a terminar?


Hace dos días terminé mi lectura de Eclipse, la tercera entrega de la saga Crepúsculo, ideada por la escritora mormona estadounidense Stephenie Meyer. A veces me paro a pensar fríamente en lo rápido que las páginas de esta tetralogía fluyen por mis ojos y entre mis dedos... porque es entretenimiento en estado puro. Pero nada más.


Tras la pequeña decepción que supuso para mí Luna Nueva, Eclipse se ha constituido un soplo de aire fresco, una atmósfera renovada, un conveniente y bienvenido cambio en el devenir de la historia. Y es que disfrutar de más de seiscientas páginas de la familia Cullen, de Edward, tiene sus ventajas; ya pueden acudir licántropos miles, sempiternas clases de Jacob Black entre sus páginas que ante la simple mención de algún Cullen todo ese malestar se disipa. Porque, en mi caso particular, y aun teniendo presente la importancia que Meyer parece inculcarle a los licántropos en la historia de Bella, tanto que los intenta introducir en la historia sí o sí, aunque no encajen en el rompecabezas perfecto que Bella forma con los Cullen, la simple mención de algún miembro de este singular aquelarre familiar vampírico suponía volver a sumirme en el más dulce de los sueños, en el más agradable viaje de mi imaginación hacia el universo de Meyer. Todo lo demás sobraba... cualquier aparición de algún miembro del clan licántropo suponía un brusco y molesto despertar a mi sueño; y es que estaba francamente feliz dejando a mi imaginación inerte, para que alguien la guiara hacia algún lugar determinado, donde el disfrute absoluto sólo era posible cuando algún Cullen hacía acto de presencia; incluso Rosalie... el trío que Stephenie Meyer se sacó de la manga entre Jacob, Bella y Edward me cansa, me agota de veras... un trío amoroso innecesario para la historia, creo yo, pero vital para seguir engrosando las más que rebosantes arcas de la autora.


Eclipse me ha gustado muchísimo más que Luna Nueva, pero no tanto como Crepúsculo. Ahora me hallo inmersa en la lectura de Amanecer, y será entonces cuando reflexione de veras y haga balance de lo que la tetralogía Crepúsculo ha supuesto para mi, espero y anhelo, larga vida como lectora. De momento, tan sólo reconocer lo que es una evidencia, y es que Crepúsculo es frívolo entretenimiento, en el más puro estilo de la palabra. Dudo mucho que, dentro de un año, continúe mirando esta saga con los mismos desquiciados ojos con los que la contemplo ahora. Una cosa es innegable, y es que el impacto cultural está ahí, eso no lo podemos cuestionar, pero no puedo evitar entristecerme al pensar que la mayoría de estas personas que ahora rigen su vida lectora por Crepúsculo, público y lectores adolescentes en su mayoría, no sabrán jamás, probablemente, quién era Vlad Tepes y la importancia de éste a la hora de forjar el mito más grande de la literatura vampírica: Drácula. Es más que probable que esta contracultura teen sepa de la existencia del más famoso conde vampiro sólo por los Chupa-Chups de fresa que tan bien saben...


Sea como fuere, tampoco puedo evitar sentirme avergonzada... Alexander Pushkin debe estar moviéndose en su tumba sin parar; iba a leerme sus narraciones completas en una edición de lujo de Alba Editorial que compré hace tiempo... pero el vampiro me llamó, y yo le invité; parece haberse asentado en mi habitación, y también parece estar cómodo aquí... y la verdad, a mí no me molesta su presencia. En absoluto.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Leave Out All the Rest, de Linkin' Park (Twilight Original Soundtrack).

Australia (2008), de Baz Luhrmann

30 de diciembre de 2008. Hora: 12.45. Suena The Scientist, de Coldplay, mi tono para llamadas entrantes en mi Nokia 7373. Me están llamando. Es J. M..

Catherine Heathcliff: ¡Hola!
J. M.: Muy buenas, señorita. ¡Que andas muy perdida!
Catherine Heathcliff: Sí, bueno... qué va, hombre.
J. M.: ¿Qué tal? ¿Cómo estás, muchacha?
Catherine Heathcliff: Bien, bien, estoy bien; ¿y tú?
J. M.: Bien... muy liado estos días. ¿Y las Navidades?
Catherine Heathcliff: Bien... tranquilitas, que no es poco.
J. M.: Te llamé ayer...
Catherine Heathcliff: Sí, lo vi, pero no te pude coger la llamada; estaba en el cine.
J. M.: Ah... ¿y qué viste?
Catherine Heathcliff: Pues ví un rollo como una casa, eso es lo que ví.
J. M.: ¿Sí? ¿El qué?
Catherine Heathcliff: Australia.
J. M.: ¿En serio? Oye, pues a mí me han dicho que está genial.
Catherine Heathcliff: Pues te han engañado... y a mí me han timado.
J. M.: ...




Pues sí, eso es lo que vi ayer. Desperdicié 165 minutos de mi vida viendo la última película de Baz Luhrmann, y la verdad, no consigo quitarme de encima la desagradable sensación de que me han timado. Luhrmann, Kidman, Jackman, los canguros... todos se están riendo de mí ahora mismo. Pero riéndose con ganas. Tendría que haber ido a verla el 28 de diciembre, no el 30; hubiese sido una gran inocentada.

Lady Sarah Ashley (Nicole Kidman) es una adinerada inglesa que emprende viaje hacia Australia para controlar el rancho propiedad de su marido. Cuando llega al inhóspito continente, se encuentra con su marido asesinado, un rancho, Faraway Downs, en ruina absoluta, y los ambiciosos y despiadados comerciantes de ganado robándole sus mejores reses. Por si esto fuera poco, los rancheros que trabajan en su propiedad son rudos y curtidos, sobre todo, Drover (Hugh Jackman) con el que mantendrá una relación de odio... y de amor apasionado. Por si las complicaciones de Sarah fueran pocas, la Segunda Guerra Mundial llega a Australia y amenaza con destruir la idílica vida que había creado...

Aunque las interpretaciones son correctas -nada nuevo, pues Kidman y Jackman son actores con gran talento, y no era menos lo que se podría esperar de ellos- y los paisajes son impresionantes, mostrándonos lo desconocido y fascinante que es ese continente, la película supuso una de mis grandes decepciones, a nivel cinematográfico, de este año. La esperaba con ganas, pues este género siempre ha suscitado mi curioso e inquieto interés, pero el resultado fue poco menos que desastroso. Y eso no debería sorprenderme, pues Baz Luhrmann jamás ha sido santo de mi devoción. Nunca. Jamás. Y sé que Ayrim me matará tras leer esto... aunque creo que ya lo sabe, y sigo viva. Tras la desastrosa experiencia que para mí supuso ver Romeo + Julieta (Romeo + Juliet, 1996) o Moulin Rouge (2001), en la que un guión paupérrimo aparece enmascarado por una banda sonora impresionante, no debería sorprenderme el hecho de que Australia no me gustara, pero, sinceramente, pensé que Luhrmann se había resarcido; y lo hizo, pero a peor.

Australia es un intento vano y pretencioso de emular las grandes historias románticas épicas, como Lo que el viento se llevó. Obviamente, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia; no se puede resucitar un género intentando mezclar la comedia con el drama por doquier y sin orden ni concierto. Es más, no se puede resucitar un género del que prácticamente se ha dicho todo ya... Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939) y Memorias de África (Out of Africa, 1985) son pesos pesados, querido Baz. Ni Nicole Kidman es Vivien Leigh, ni Hugh Jackman es Clark Gable. No obstante, si lo que se pretendía era homenajear a las grandes películas del género, se podía haber hecho en menos tiempo y sin menos extravagancia. Que a la película le sobra una hora larga, no es ningún secreto, y que el señor Luhrmann es un megalómano de cuidado, tampoco nos pilla de sorpresa; lo peor de este hombre es que su ego desmedido le lleva a autoproclamarse en un nuevo creador de obras maestras que se quedan en obrillas, rayando el blockbuster, y que aburren hasta la saciedad.

En lo que se refiere al contenido político de la misma... es peliagudo. No soy una experta en la materia en lo que a la Generación robada se refiere, pero sí que la he estudiado durante mi primer año de doctorado; sí considero, empero, estar en lo cierto al decir que Australia no conmueve al espectador ante esa tragedia. Si queremos realmente ver un ejemplo de lo que supuso el atroz fenómeno de lo que se denomina como Generación robada, recomiendo encarecidamente una película para la gran mayoría desconocida: Valla a prueba de conejos (Rabbit-proof Fence, 2002); si alguien, después de leer esto, se decide a verla que se prepare, pues verá que hay demasiadas cosas que se nos escapan, y ante las que cerramos los ojos.

Sobre los aborígenes... quizá eso sea en lo único en lo que Australia consiguió conmoverme, pues la sabiduría de un pueblo ha quedado recluida y olvidada en reservas, como ocurre con los nativos americanos en Estados Unidos. Ellos son los únicos dueños de esas tierras, y los rostros pálidos se las hemos quitado. Tiembla el suelo bajo mis pies cada vez que pienso en eso, y es que la realidad es dolorosamente cruel. Recomiendo, pues, un libro escrito por una aborigen, por una mestiza, como el pequeño Nullah de Australia; el libro en cuestión se titula My Place, y su autora es Sally Morgan. Es una delicia de libro, y realmente ayuda a entender cuánto nos queda por aprender de quienes humillamos y despreciamos.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Concierto de clarinete KV 622, Adagio, de W. A. Mozart.

Luna Nueva (New Moon), de Stephenie Meyer


Cuando el papel me cortó el dedo, sólo salió una gota de sangre del pequeño rasguño. Entonces, todo pasó muy rápido. "¡No!", rugió Edward. se arrojó sobre mí, lanzándome contra la mesa y aterricé en un montón de cristales hechos añicos. Jasper chocó contra Edward y el sonido pareció el choque de dos rocas... Aturdida y desorientada, miré la brillante snagre roja que salía de mibrazo y después a los ojos enfebrecidos de seis vampiros repentinamente hambrientos...

Estas son las palabras que la edición de la segunda novela de la saga Crepúsculo nos ofrece en la cubierta trasera. Prometedoras; y digo que lo son tal especialmente para el lector ávido y sediento de la sangre negra que es la tinta vertida en esta tetralogía molestamente adictiva. Es muy probable que, si el lector finaliza la lectura de Crepúsculo, casi en segundos se apresure a abrir por primera vez las páginas de Luna Nueva, y comience así de nuevo la espiral, anhelando sentirse de nuevo subyugado, morbosamente derrotado, por el incipiente encanto del vampiro. Sin embargo, hay una ligera diferencia, y es que esta vez, la espiral se transforma en un círulo vicioso de difícil salida, casi en un un mal sueño con un brusco despertar. Y lo peor de todo es que ese mal sueño dura prácticamente toda la novela.

Drástico y brusco cambio entre Crepúsculo y Luna Nueva.

Como si de un rite de passage se tratara, cuando uno finaliza la lectura de Luna Nueva no puede sino pararse a reflexionar en el hecho de que sólo el principio y el final de la novela merecen la pena, es decir, sólo las partes en las que los Cullen interactúan de manera directa en la historia; el resto... polvo y aire, parafraseando al Máximo Décimo Meridio ideado por Ridley Scott. Peor aún, uno descubre el hecho de que se ha bebido Luna Nueva en cuatro días sólo porque esperaba encontrarse con algún Cullen de nuevo... la misma ansia de volver a leer nombres como Alice, Carlisle, Esme, Jasper, Rosalie, Emmet... y Edward. Sed de los Cullen, sed de vampiros... y no de hombres lobos. Como una herida cicatrizante, que tira y escuece en su proceso, la palabra licántropo y todo lo que de ello derivaba, se me antojaba molesta. Jacob, aun siendo un personaje francamente agradable y digno de inocente e infantil simpatía, se convirtió en ese gran hastío que dominaba la vida de Bella y que, por extensión, ponía a prueba mi más que paciente lectura.

Me bebí la sangre negra que la tinta de Luna Nueva vertía entre sus páginas en cuatro días, esperando que se tornara en la roja que revitalizase de nuevo mi avidez lectora, y que sirviese como morboso reclamo y fogosa invitación para que los Cullen volvieran a visitarme. Y lo hicieron, y de nuevo me entregué a ellos con delicioso frenesí, sin oponer resistencia. Pero me supo a poco, mi sed de vampiros no se había saciado aún con su regreso, y necesité de Eclipse para comenzar a sentrime satisfecha de nuevo...

En el momento en el que escribo esta entrada, todavía me nutro de Eclipse, pero presiento que dejará de serme útil en breve; sin embargo, Amanecer está ahí, aguardando, expectante...
Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Decode, de Paramore (Twilight Original Soundtrack).


Hay tres cosas de las que estoy completamente segura.


Primera, Edward es un vampiro.


Segunda, una parte de él se muere por beber mi sangre.


Y tercera, estoy total y perdidamente enamorada de él.



Toda persona que se haya topado con el primer libro de la tetralogía ideada por Stephenie Meyer, Crepúsculo, estará más que familiarizada con estas palabras. Con toda probabilidad, son las primeras palabras que el ávido y curioso lector leerá en la cubierta trasera del libro. Y son prometedoras, todo hay que decirlo.


En el momento en el que escribo esta entrada hace exactamente una semana que me terminé este libro del que ahora escribo; en este intervalo de tiempo, he leído la continuación de la saga, Luna nueva (New Moon), algo que hice en tan sólo cuatro días, y ahora me hallo en pleno proceso de lectura de Eclipse, el tercero. No hace falta ser un genio, o poseer algún don especial a lo Cullen para darse cuenta de que sí, también yo he sucumbido al huracán imaginado por Meyer. Y la verdad, estoy encantada.


Primeramente, he de confesar que me rendí al universo de Crepúsculo en parte por la publicidad desmedida que arrastraba su adaptación cinematográfica (de la que hablaré más adelante en este, mi blog), y en parte por el boca-a-boca de la gente que me rodeaba, y que iban sucumbiendo ante las mordeduras implacables del vampiro. Y ahora, ya que me hallo completamente vampirizada por los Cullen, no paro de preguntarme por qué no caí antes en sus redes, en lugar de dejarme llevar de manera inerte y a la deriva por la masa que ha sentido espoleada su curiosidad ante el éxito de la adaptación cinematográfica. Eso lo he odiado siempre. Pero ni siquiera yo he sido inmune; ni siquiera yo.


A estas alturas, poco puedo decir del argumento de la obra que no se sepa ya; sólo unas cuantas líneas, para tranquilizar mi conciencia. La apocada vida de Bella Swan cambia de manera radical al decidir irse a vivir con su padre, el jefe de policía Charlie Swan, a la pequeña localidad de Forks, Washington, uno de los lugares más oscuros, fríos y lluviosos de todos los Estados Unidos. Allí conocerá a Edward Cullen, con el que vivirá una apasionada historia de amor que trasciende los límites de lo humano y de lo terrenal... y es que Edward (y, por extensión, toda su familia) es un vampiro, un vampiro ávido de la sangre... de Bella. Edward y Bella se convertirán el uno al otro la esencia misma de su propio ser y de su existencia, pero a la vez en su propia condena.


La literatura vampíricia siempre ha sido mi existencia, mi ilusión, la esencia misma de mi ser, hasta el punto de que le estoy dedicando mi vida laboral y mi trabajo como investigadora en literatura inglesa. Llegados a este punto, no debería sorprender a nadie, pues, que las obras de Meyer me subyugaran de tal modo. Pero siempre hay un pequeño hándicap, y no es otro que el amor incondicional que profeso a los vampiros... clásicos, a saber: Drácula, Carmilla, Christabel, Lord Ruthen, Sir Francis Varney, Lamia, entre otros; en suma, todos ellos vampiros decimonónicos, vampiros byronianos, que gestaron el ideal de vampiro aristócrata y seductor que concebimos hoy día. Yo, amante de los grandes clásicos de la literatura decimonónica, era enemiga acérrima de cualquier best-seller de tres al cuarto contemporáneo; sí, hasta de las Crónicas vampíricas de Anne Rice, de las que confieso haberme leído, sólo y exclusivamente, Confesiones de un vampiro (sé que Ayrim me va a matar después de esto). Pero ya está, poco más. Para mí -y ésto es algo que lo sigo pensando- los vampiros literarios modernos han distorsionado a mi vampiro byroniano, al que adoro, al que entregaría hasta la última gota de mi sangre, hasta tal punto de convertirlo en una figura irrisoria, más que aterradora... pero igual de subyugante. Y eso es, precisamente, lo que me ocurre, lo que nos ocurre, con Edward Cullen y con su familia. Otra vuelta de tuerca más al género, pero esta vez, desde una perspectiva insultantemente teen, que hacen irremisiblemente que cada día me avergüence de que con mis 24 años esté completamente enganchada a la saga creada por Stephenie Meyer; y lo que es peor aún, admitiendo incluso sus carencias literarias, más patentes aún a partir del segundo libro, que es un intento de seguir estrujando la teta... y que encima, produzca más y más leche, continuamente.


Meyer, darling, you're so clever, so intelligent; te has aprovechado de mí y de mi amor a los vampiros, para engordar tus arcas, y me avergüenzo por ello. Pero, ¿sabes qué? Lo admito... aunque no a los cuatro vientos, sólo desde la soledad y el anonimato que mis palabras escritas me permiten. ¿Y sabes qué más? Me declaro fan incondicional de tus obras, que seguiré adquiriendo tan pronto como salgan, como ya he hecho esta semana comprando el libro de relatos Noches de baile en el infierno, en el que tienes a bien concedernos un relato corto de corte vampírico.


¿Soy amante de la buena literatura? Por supuesto. ¿Son los grandes clásicos el pilar de mi vida como lectora e investigadora? Sin duda. Pero, ¡qué demonios! ¿Qué sería la vida sin una chispa de sana diversión y frívola lectura?


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Full Moon, de The Ghosts (Twilight Original Soundtrack).

Which Tudor Queen Am I?

Me encanta este quiz que, por casualidad, he econtrado en esta dirección. Como acérrima seguidora de la dinastía Tudor que soy, he encontrado un test que me viene como anillo al dedo: saber qué reina Tudor hubiese sido. And these are the results:

You are: half Mary, Queen of Scots, and half Catherine of Aragon


In a time of conflict between Protestants and Catholics, both Mary and Catherine chose to remain loyal to the Roman Catholic church.



Mary, Queen of Scots, was first betrothed to the Dauphin of France, who died shortly after their marriage and his ascension to the throne. She returned to Scotland, where her mother had been regent for her, and assumed the throne. But her short reign was troubled: Catholics versus Protestants struggling for the throne, and a pretty messy love life: her second husband was murdered, and then she was kidnapped by and married the man widely blamed for the murder. Mary was a cousin of Queen Elizabeth I of England, and she was assumed by many to be next in line for the crown. Thus, she was a threat to Queen Elizabeth, who eventually had her executed. Mary's motto was "In My End Is My Beginning."



Catherine of Aragon was the daughter of Queen Isabella I of Spain and her husband and co-ruler, King Ferdinand. Promised in marriage to the heir to the Tudor throne, prince Arthur, she married Arthur's brother Henry after Arthur died. Her failure to have sons meant Henry looked elsewhere for a wife. He broke from the Church of Rome in order to end his marriage to Catherine, who continued her own devotion to Catholicism and passed that commitment on to her daughter, the future Queen Mary I ("Bloody Mary"). Her motto was "Humble and Loyal."



La verdad es que me encanta el resultado; bueno, los resultados. María de Escocia siempre me ha resultado digna de admiración, pues supo mantenerse fuerte y consecuente a sus ideales; además, su hijo se sentó en el trono de Inglaterra, lo que, para mí, la hace vencedora en la sombra. Poco tengo que decir sobre Catalina de Aragón, sólo que era más reina y más mujer que cualquiera que rodeaba a Enrique VIII en su infinito harén de mujeres; fue una auténtica señora, de los pies a la cabeza, y una auténtica reina, hija de grandiosos reyes, tía de emperador, amiga de los más grandes de Inglaterra, como Tomás Moro. Demasiado excelsa para una corte de botarates como era la de Enrique VIII.

Parece una soberana estupidez, pero estos tests hacen que una se deje llevar por esoñaciones infantiles de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Gracias al blog Los líos de la corte, que fue donde encontré el enlace para hacer el test. Un gran blog done los haya; Caroline hace un gran trabajo, haciendo lo que yo siempre he admirado: que la historia deba conocerse como eso, como una historia que tienen a bien contarte, y que la escuches con detalle, como el que oye un cuento... con la maravillosa salvedad de que nada fue ficticio.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Pathetic Fallacy, de Trevor Morris (The Tudors Original Soundtrack).


Hace un par de semanas, conseguí lo que hacía mucho tiempo llevaba esperando (musicalmente hablando, claro): la banda sonora de mi serie favorita, junto con Dexter, y que no es otra que Los Tudor. La verdad es que tanto tiempo esperándola... y no me decepcionó. Ya en posts anteriores en este blog recogí el hecho de que la música que acompaña a la cabecera de la serie es, sencillamente, fantástica, y la mezcla de los ritmos modernos con la música cortesana de la época es audaz y atrevida. El resultado es inmejorable.

Trevor Morris creó una partitura genial de principio a fin, con 25 piezas breves que retrotraen al oyente a la Inglaterra de los Tudor. Inspirándose en la música de Thomas Thallis y de las piezas que el propio Enrique VIII compuso (como la pieza Greensleeves, que, tradicionalmente, se le atribuye al monarca inglés), las 25 partes que componen la banda sonora de la serie son breves, pero concluyentes, y realmente evocadoras a la hora de reconstruir mentalmente las escenas a las que acompañaron. De entre todas ellas, destaco sobre todo, la que reza como A Historic Love, y que a continuación recojo como muestra. Obviamente, el nombre obedece a la pasión devoradora (y fugaz) que consumió a Enrique VIII por Ana Bolena, y que es el tema principal a tratar durante la primera temporada de la serie. El tema central de esta parte se repite, además, en la pieza final, Wolsey Commits Suicide - Finale; todos aquellos que hayan visto la serie en su totalidad, entenderán el por qué Trevor Morris repite el tema central del amor entre el monarca y Ana con el supuesto suicidio de Wolsey (algo discutible históricamente, la verdad)... y es que el ascenso de Ana Bolena equivale en proporción inversa al declive del cardenal.

Muy recomendable; es breve y concluyente, y no se hace pesada el oírla, todo lo contrario. Como un soplo de aire fresco, Trevor Morris ha sabido combinar lo mejor de la corte de los Tudor con los sonidos actuales. Es como si Thomas Wyatt y Thomas Thallis le hubiesen acompañado durante la composición de la partitura, y le hubiesen revelado lo que ellos presenciaron durante su estancia en la corte de Enrique... y Morris sólo nos lo pudiera revelar como mejor sabe hacerlo: con su música.

Catherine Heathcliff.




¿Sólo a mí me recuerda a la pieza Promentory, de las mejores que se incluyen en la banda sonora de The Last of the Mohicans, compuesta por Trevor Jones y Randy Edelman, y galardonada con un Oscar?

1 Million

Me chifla, me encanta, me alucina, me subyuga, me enloquece. Este anuncio es absolutamente mi favorito de todos los que pululan por la televisión. Me parece lo mejor y lo más elegante que se ha hecho en muchísimo tiempo.

Dada la proximidad de las fiestas que, por desgracia, nos van a acompañar durante todo el mes de diciembre y parte de enero de manera inminente, la televisión tiene a bien ofrecernos anuncios de colonias y perfumes varios a porrillos. Siempre he odiado los anuncios de colonias, porque me parecen absurdos y sin sentido; además, utilizan el sempiterno cliché del sexo como reclamo publicitario, y eso es algo que he aborrecido desde tiempos inmemoriales. Pero con este no me pasa.

Ya lo sé. La mayoría de la gente que lea esta entrada pensará que me tiene enamorada este anuncio, no por él en sí mismo, sino por ÉL, es decir, el chaval que aparece el anuncio; vamos, lo que viene siendo el modelo beneficiario de que el emporio de Paco Rabanne se fijara en él. Pues lo siento mucho, pero va a ser que no; aunque corro el riesgo de que poca gente me crea, cosa que me trae sin cuidado, la verdad, nunca me han gustado los modelos a priori, porque ya me gustaría a mí verles recién levantados y sin la capa de chapa, pintura y demás parafernalia que les rodean. El angelito en cuestión se llama Mat Gordon, y es canadiense; añado esta información para demostrar que me he molestado en saber la identidad del caballero, y que cuando veo el anuncio no me limito a contemplarlo como un cacho de carne con ojos. Pero vamos, que si a mí me gustara el anuncio sólo por el protagonista en cuestión, pues digo yo que tampoco tendría nada de malo; pero lo siento, no es el caso.

Mi desmedido interés por el anuncio va más allá. Para empezar, me gusta el estilo y la calidad del mismo; creo que es una pequeña joya visual, y que da realmente pena el hecho de que sólo dure 32 escasos segundos. La idea es simplemente genial: un chico insultantemente atractivo, lleno de rebosante juventud y ambición, que con sólo chasquear sus dedos tiene el mundo a sus pies. Ya quisiéramos muchos. Sin embargo, supongo que todos al verlo irremediablemente pensamos en la futilidad de este pensamiento, y de manera inevitable concebimos el mensaje inicial del anuncio con nuestros prejuicios preestablecidos. Pero, seamos francos: ¿contemplamos realmente el mensaje con prejuicio y rechazo ante la superficialidad del personaje, o realmente, en nuestro fuero interno, codiciamos una visión de nuestra propia existencia basada en la misma superficialidad que rodea el devenir del modelo en el spot? Dejo la pregunta abierta, pero me temo que la respuesta es lo suficientemente obvia.

Como mujer que soy, no puedo dejar de mencionar la parte final del anuncio, en la que los tres últimos chasquidos del rey Midas consiguen: 1. Una despampanante rubia; 2. Que la rubia caiga a los pies del caballerete... y que se le caiga a ella el vestido, de paso; 3. Luces apagadas, "preludio de que algo emocionante va a pasar". Traducción: una chica como objeto, un premio, un capricho más que el afortunado chasqueador consigue. La verdad es que no puedo ofrecer otra visión a este hecho; pero, ¿sabéis qué? Que yo, como mujer, no me siento ofendida. ¿Y por qué digo esto? Pues por los/las feministas que, estoy segura, supuran odio cuando ven el anuncio. Que hay que ver más allá, señores, que no se puede concebir el mundo como un espacio cuadriculado en el que 2+2 son 4. Es cierto que este anuncio es de perfume, y va a recurrir al sexo sí o sí, y era de esperar. Pero es eso, un anuncio, nada más, algo trivial, y la realidad es bien distinta; dudo mucho que las mujeres de a pie, las que luchamos día a día en nuestros trabajos y en nuestras vidas, seamos conquistadas por un simple chasquear de dedos y la superficialidad del lujo y el oropel. Yo, por lo menos, no.

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Do It Again, de The Chemical Brothers. Sí, es la canción que suena en el anuncio; el título le viene que ni pintado.

Una de series: Eli Stone

Eli Stone.

Mi noche de los jueves ya se ha convertido en dominio de dos series: Criando malvas (Pushing Daisies), de la que ya hablé en un post anterior, y Eli Stone. Afronté con escepticismo la llegada de esta nueva serie, más que nada, porque planteaba otra vuelta de tuerca a las ya tan trilladas series sobre abogados; pero no puedo más que reconocer que Eli Stone es, cuanto menos, realmente original, y plantea otra vuelta de tuerca al mundo de las series sobre abogacía.

Eli Stone es un abogado de éxito, muy ambicioso, miembro de un bufete de prestigio, tiene dinero y una novia hermosamente perfecta con la que pronto contraerá matrimonio; a Eli le van las cosas francamente bien, y su ambición y pasión en su trabajo lo guían en cada caso para llegar a una sóla meta: la victoria a cualquier precio. Y, generalmente, con este cóctel explosivo suele irle bastante bien. En definitiva, tiene todo lo que un hombre podría desear... hasta que su vida se ve truncada por un inesperado acontecimiento. De golpe y porrazo y sin ningún motivo aparente, comienza a tener visiones francamente curiosas; todo comenzó una noche en la que estando con su novia se le apareció nada más y nada menos que George Michael cantando Faith. Atribuyendo lo fantástico del hecho a un evento transitorio, Eli siguió con su vida normal, pero las visiones se multiplicaban, y lo que era aún más extraño, las visiones eran como pistas, trazas, guías que conducían a Eli, si las seguía al dedillo, al éxito... y también a hacerle mejor persona; Eli era como una especie de profeta moderno.

Francamente preocupado, pues sus visiones eran más frecuentes de lo que él esperaba, y le afectaban en su vida personal y en el encorsetado ambiente laboral que el bufete le imponía, acudió al médico a intentar buscar una explicación; su hermano Nathan, un reputado neurocirujano, le reveló el diagnóstico que explicaba sus constantes visiones: un aneurisma cerebral inoperable que, a largo plazo, acabaría con su vida. Y es ahí donde la vuelta de tuerca de la que hablaba en el párrafo anterior aparece: el aneurisma acabará con él, pero también es lo mejor que le ha ocurrido en su vida; comienza a contemplar su existencia con otros ojos, y emprenderá un viaje personal que le hará replantearse hasta el más ínfimo detalle en su vida. Nunca más volverá a aceptar un caso sólo por dinero, sino que ahora su conciencia moral será su guía principal; romperá su compromiso con Taylor, su novia y también hija de su recto y severo jefe, según él para evitar que ella sufra con su enfermedad, pero a título personal creo que lo hizo porque realmente Taylor está tan vacía como lo estaba la vida anterior de Eli. Pero el aneurisma no sólo dará un giro de 360º a su vida presente, sino también a la pasada: poco a poco, irá acercándose más a la figura de su padre, muerto años atrás, víctima, precisamente, de ese aneurisma que, debido al factor congénito, ahora él sufre; Eli se irá dando cuenta de que su padre no era aquél alcohólico que se degeneraba a ojos vista víctima de su adicción, sino tan sólo un gran hombre de enorme corazón que veía cómo su vida se le escapaba entre los dedos sin que pudiera remediarlo, y que encontró en la bebida el refugio que su inmediato alrededor no podía ofrecerle. Ya nada volverá a ser igual para Eli; de ahí el eslogan de la serie: Eli Stone reinventa su vida.

He de reconocer que, aún gustándome, no es una de mis series favoritas, aunque sí que es cierto que, poco a poco, va conquistándome. Jonny Lee Miller es un Eli estupendo, pues sabe darle la nota de ingenuidad y ese aire desvalido, a la par que decidido y valiente, que el personaje requiere. Para mí es lo mejor de la serie, y él es uno de los motivos por el que la sigo fielmente. Bueno, él y las visiones, porque, dentro de la tragedia que implican, están retratadas con un humor y una ternura claves para que el espectador no pueda evitar contemplar a Eli con un inevitable sabor agridulce.

Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: Faith, de George Michael.

Feliz en tu día


Hoy es mi cumpleaños. Hoy cumplo un año más. 24 en total.


¿Qué se siente? Nada en particular, tan sólo una sensación un tanto agridulce; agridulce por lo que pudo haber sido, pero que no es, y por lo que puede ser y no será, o puede que sí lo sea.


Trabalenguas sin aparente sentido para anunciar que, tal día como hoy, hace 24 años, abrí los ojos al mundo.


Hace 24 años que mi madre me regaló la vida, y la vida me regaló a unos padres a los que no cambiaría por nada. Ese fue mi mejor regalo, y hoy, 24 años después, lo sigue siendo.


Feliz cumpleaños, Catherine Heathcliff.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Viva la Vida (Coldplay, Viva la Vida, or Death and All His Friends)

Amélie (2001), de Jean-Pierre Jeunet



Anoche tuve el placer de poder disfrutar de una película que hasta ese momento había contemplado con escepticismo. No puedo dar una razón convincente de por qué mi actitud había sido tan reticente hacia Amélie (Le Fabuleux destin d'Amélie Poulain, en el original), pero lo cierto es que siempre que, por alguna razón, esta película se topaba en mi camino le volvía la vista, y continuaba mi camino. Hasta ayer.


Esta semana, como de costumbre, el destino quiso poner la edición especial (dos discos) de la película de Jeunet delante de mí en el expositor de los grandes almacenes. Tan sólo seis euros. Cogí la película entre mis manos, pero después la devolví a su sitio. Continué mi camino, cambiando de sección y, básicamente, ocupándome de la compra semanal; pero algo me hizo volver a por Amélie. Y así lo hice, me arriesgué... y acerté de pleno.



Amélie es una película absolutamente deliciosa. No se me ocurre otro adjetivo que la describa mejor. Desde el comienzo, la magia, el mundo oculto y privado de Amélie Poulain te envuelve, te atrapa, y cuando la proyección termina, te resistes con desgana a abandonarlo, como cuando te suena el despertador por las mañanas, justo en ese momento en el que se está mejor en la cama, en lo mejor del sueño, como suelen decir. Porque Amélie no es como el resto de personas; atrapada en su propio universo mágico, disfruta de los pequeños placeres de la vida. Y un buen día, decide hacer el bien a los demás e intentar frenar las injusticias... porque todo el mundo tiene derecho a ser feliz. Y poco a poco, los de su inmediato alrededor se ven deliciosamente envueltos en la espiral de tierna y feliz conspiración de Amélie. Pero, ¿y Amélie? ¿No tiene derecho también a ser feliz? Claro que sí, y es Nino Quincampoix el debe encargarse de ello.



Pocas son las películas que cada escena, cada plano, que ofrecen consigan empatizar con el espectador en su totalidad. Esto es lo que le ocurre a Amélie. Cualquier reflexión de Amélie, cualquier pequeño disfrute de esos placeres de la vida, en apariencia, insignificantes, consiguen contactar con su audiencia de manera inmediata, como una especie de íntimo estímulo, que el espectador guarda para sí, sin compartirlo con nadie, ante el temor de ser juzgado por las personas de su inmediato alrededor, como una especie de secreto entre Amélie y su audiencia, un momento de comunión silenciosa perfecta... pero, ¡shh!, no se lo digáis a nadie...



No sólo destaco el estímulo interior de la proyección, sino también una banda sonora impresionante, producto de la creatividad de Yann Tiersen, con un tema central pocas veces igualado, feliz, coqueto, inocente, pero a la vez con una chispa de amargura que ablanda hasta al corazón más pétreo. Con respecto a las interpretaciones, nada que objetar; para mí, son sobresalientes absolutamente todas, quedándome, sin duda, con esa Audrey Tautou, que consigue darle ese toque de inocencia a una Amélie para nada ingenua.



¿No sería maravilloso este mundo, si todas las personas que en él habitan fueran como Amélie Poulain? Sin duda, le monde serait fabuleux...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Si tú quieres, de Virginia Glück (Entre ánimas).

Que no falten los recursos




ACTO ÚNICO
Escena única

Viernes, 17 de octubre de 2008. La escena tiene lugar en mitad de una clase de inglés. Catherine Heathcliff intenta enseñarle los países y las nacionalidades a R., su alumno de clases particulares.

Catherine Heathcliff: A ver, R. ... Bélgica. Bélgica en inglés es Belgium. ¿Cómo sería la nacionalidad en español?
R.: (silencio momentáneo) Belga.
Catherine Heathcliff: Muy bien, R. . Vale, pues belga en inglés se dice Belgian. Bien, vamos a ver. ¿French es en español?
R.: Francés.
Catherine Heathcliff: Eso es. A ver... Dinamarca es Denmark. ¿Me puedes decir la nacionalidad en inglés?
R.: (se encoge de hombros, mientras mira con cara desconcertada a su profesora).
Catherine Heathcliff: ¿No? Venga ya, seguro que lo sabes, hombre...
R.: (silencio). No sé...
Catherine Heathcliff: A ver, ¿cómo se dice la nacionalidad de Dinamarca en español?
R.: (silencio). ¡Dinamarqués!
Catherine Heathcliff: (con cara de perplejidad absoluta; acto seguido, lanza una sonora carcajada) ¡Sí, claro! ¿Y qué me dices de los nacidos en Turquía?
R.: (exultante) ¡Esos son los turqueses!
Lógico. ¿Que no?
Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Wisemen, de James Blunt (Back to Bedlam).

Si fuera...


Si fuera un día de la semana: viernes.

Si fuera un momento del día: la noche.

Si fuera un planeta: Venus.

Si fuera una bebida: Baileys.

Si fuera un instrumento musical: ¿uno sólo? Imposible: violín y guitarra.

Si fuera una fruta: melocotón.

Si fuera una canción: The Scientist, de Coldplay.

Si fuera una parte del cuerpo: los ojos.

Si fuera una asignatura: literatura, preferentemente, inglesa.

Si fuera un número: 5 (evítese la rima, por favor).

Si fuera un color: azul.

Si fuera una ciudad: Haworth (vale, en realidad es un pueblo).

Si fuera un olor: el de mi madre; es un olor realmente agradable... huele a mamá.

Si fuera un idioma: por supuesto, el español, y también el inglés (obvio).

Si fuera una flor: la rosa.

Si fuera un verbo: amar.

Si fuera estación: otoño.

Si fuera una prenda: un pijama.

Si fuera un libro: Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë.

Si fuera un país: Reino Unido.

Si fuera un lugar: mi habitación.

Si fuera una película: Onegin (1997), de Martha Fiennes.

Si fuera una serie: Dexter.

Si fuera un sonido: el piar de los pájaros por la mañana temprano.

Si fuera una palabra: amor.

Si fuera dos palabras: te quiero.

Si fuera tres palabras: amor, familia, alegría.

Si fuera una acción: amar.

Si fuera un teléfono móvil: mi Nokia 7373; ¡más lindo!

Si fuera un sentimiento: sé que me repito, pero el amor.


Gracias, Ayrim, por la inspiración para esta entrada.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Electrical Storm, de U2 (The Best of U2: 1990-2000).

Celos

"Los celos sin razón es una idiotez; los celos con razón son cuernos".


Antonio Gala





Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: Irremediablemente celos, de Antonio Orozco.

Envidia



Envidia. (Del latín invidia). f. Tristeza o pesar del bien ajeno. 2. Emulación, deseo de algo que no se posee. "Comerse alguien de --". fr. coloq. . Estar enteramente poseído de ella.


Qué mala es la envidia, suelen decir. Es que es verdad. Como de costumbre, para encontrar verdades universales, no tenemos más que recurrir al refranero popular.




Porque la envidia es francamente mala. Y resulta bastante triste decir que es muy humano el sentir envidia. Yo me río cuando escucho a alguien decir: "pues a mí no me da envida...", o: "pues yo no he sentido envidia nunca, yo estoy contenta de cómo soy y de lo que soy". Mentira cochina. Lo siento, pero no me lo creo, precisamente por eso, porque todos somos humanos, y el sentir envidia es lo más natural del mundo. Eso es lo que nos hace humanos.




Claro que, como humanos que somos, estos sentimientos tan instintivos, tan primitivos, pueden ser extremos y, en consecuencia, causar dolor ajeno. Porque hay dos tipos de envida.




Primero está la envidia que todos sentimos, pero que nos guardamos en nuestro interior con una sonrisa forzada -comúnmente denominada como falsedad-; esta envidia es muy común, y sí, tristemente, se camufla en falsedad e hipocresía, pero, pensándolo fríamente, ¿quién es víctima de esa envidia? Nosotros mismos, ni más ni menos; al callárnosla para nosotros, bien para no causar daño, o bien para no quedar como un auténtico envidioso -que es lo que somos- sólo nos lastimamos a nosotros mismos.




Pero ah, amigos, luego está la otra envidia, esa que puebla por doquier tristemente cada vez más a los seres humanos, esa que como un mal se aferra al corazón de las personas. Es esa envidia que hace realmente daño, esa envidia de la que ni siquiera somos conscientes de despertar. Normalmente, viene camuflada de un rechazo fortuito, violento y dañino; ¿por qué las personas, de repente y sin motivo aparente, empiezan a cambiar para con nosotros? Posiblemente, por envidia. Pero, ¿cómo es posible, si no lo demuestra? Ay, ignorante, pobre de tí; te crees que no la demuestran, pero ante el rechazo constante, recalcitrante y sangrante hacia tí o hacia cualquier cosa de tu inmediato alrededor, sempiternas críticas, ándate con ojo. Es muy probable que esa persona intente demostrar justamente lo contrario como mecanismo de defensa, pero es ahí donde, precisamente, subyace el patetismo de esa persona.




Todos, y repito, todos sentimos envidia, o la hemos experimentado alguna vez. Pero, como bien digo, hay dos tipos de diferentes de envidia, y esa diferencia es la que nos hace, precisamente, un poquito más mejor persona. Ahí radica la distinción.




No podemos evitar sentir envidia; neither do I; somos humanos. Pero también tenemos capacidad de raciocinio para llegar a la siguiente conclusión, simple y llana: que no merece la pena sentirla.




"La envidia es causada por ver a otro gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a otro poseer lo que quisiéramos poseer nosotros". Diógenes Laercio, historiador griego.








Catherine Heathcliff.






Lo que estoy escuchando: Envidia, de José Feliciano.

... This Is Me...

"Here I am, this is me..."


Bryan Adams, Here I Am (Antology).



Catherine Heathcliff.

Una de series: Criando malvas

Criando malvas.

Una nueva serie con un nuevo planteamiento. Criando malvas (Pushing Daisies en el original) es, cuanto menos, una serie original, que no deja indiferente a ningún bicho viviente... si se me permite el juego de palabras.

Criando malvas nos cuenta la historia de Ned, un tímido y apocado pastelero que lleva una vida de lo más corriente... aunque esconde un secreto: tiene el don de resucitar a los muertos con sólo tocarlos. Descubrió su don de una manera terrible: cuando tenía ocho años, corría por un campo de margaritas con su gran amigo Digby, un precioso y cariñoso perrito. De repente, mientras su perro cruzaba la carretera, un camión apareció de la nada, atropellando al pobre Digby, que moría instantáneamente. Ned, sorprendido y apenado, se acercó a su perro, que yacía inerte sobre el asfalto y... le tocó; de manera súbita, Digby se levantó y siguió corriendo feliz y vivaracho, como si nadie hubiese pasado. Ned estaba loco de contento; tenía un don único: resucitar a los muertos, pero... con consecuencias que averiguaría de una manera aún más dolorosa. Quiere el destino que un día su madre muriera súbitamente de un infarto cerebral mientras hacía pasteles; mientras la pobre mujer estaba tendida sin vida sobre el suelo de la cocina, Ned se acercó a su madre y la tocó; oh, prodigio, la madre de Ned volvía a estar viva y feliz. Todo iba bien, ¿verdad, Ned? Bueno, casi; tras haber revivido a su madre, Ned miraba por la ventana de su cocina a Charlotte (o 'Chuck', como él la llamaba), su gran amiga y su gran amor de la infancia, que estaba en el jardín de su casa jugando, mientras su padre regaba el césped, pero... de pronto el padre de Chuck cayó inerte sobre el césped, en redondo, de manera súbita. El padre de Chuck había muerto. Entonces, Ned comprendió que su don tenía un inconveniente: cuando revivía a alguien durante más de un minuto, ese alguien no moría, pero otra persona de su inmediato alrededor moría irremediablemente para así no romper el equilibrio de las cosas. Ned se dio cuenta de que ¡era el responsable de la muerte del padre de Chuck! Pero esa misma noche descubrió otro terrible inconveniente a su don: su madre le arropaba en la cama antes de dormir, y justo cuando le dió un beso de buenas noches a su hijo... cayó muerta de nuevo, y esta vez para siempre. Ned se dió cuenta de que su curioso don tenía otro problema: no podía tener contacto físico con nadie al que él hubiese revivido; de lo contrario, el resucitado volvería a morir, pero esta vez para siempre. Era horrible... Ned podía revivir a la gente, pero también podía matarla. De la noche a la mañana, Ned se quedó sin madre, y además y sin quererlo, dejó a Chuck huérfana de padre. Ésto los separaría para siempre: Chuck fue enviada a vivir con sus tías, y a Ned lo envió su padre a un internado... ¿separados para siempre?

Pasaron los años, y Ned (que vive solo con su revivido perro Digby, el de su infancia, pero al que no puede tocar, pues lo mataría para siempre) creó su pastelería (Ned era un maestro haciendo pasteles), que regentaba con Olive, una inocente y pueril muchacha, que languidece por el tímido muchacho. Se había asociado con Emerson, un investigador privado con métodos poco ortodoxos; por caprichos del destino, Emerson descubrió un día y por casualidad el don de Ned, y decidió aprovecharlo: Emerson ayudó a Ned a salvar su negocio (durante un tiempo, casi ruinoso e hipotecado); a cambio, Ned debía trabajar con él reviviendo a las víctimas de los crímenes que se le encargaban como investigador privado, para obtener así la información de primera mano sobre sus asesinatos, y de este modo, resolver los crímenes siempre con éxito... y con pingües beneficios: cobraban la recompensa y la repartían a medias. Claro, hemos de entender que Ned debía averiguar quién había matado a esas personas reviviéndolas durante sólo 1 minuto... recordemos que si permanecían vivas más tiempo, alguien del inmediato alrededor de Ned moriría sin remedio.

Pero un día una de las víctimas de estos crímenes resultó ser Chuck. Ned vió en las noticias cómo su amor de la infancia, a la que no veía desde aquellos terribles sucesos de su niñez, moría mientras disfrutaba de un crucero arrojada por la borda. ¿Quién mató a Chuck? Para quien consiguiese averiguarlo se ofrecía una suculenta recompensa. Así que Emerson y Ned se dirigieron al velatorio para revivir a Chuck e intentar averiguar qué es lo que había pasado. Quiere el destino que cuando Ned consigue revivir a Chuck se enamore perdidamente de ella (y ella de él, of course); después de todo, se han amado desde que eran unos niños. Claro, Ned decide sobrepasar ese minuto de vida de Chuck, dejarla vivir para siempre, pues no soportaría perderla de nuevo... obviamente, alguien muere a su alrededor, y no, no fue Emerson, que esperaba fuera; fue el dueño de la funeraria, que andaba por ahí. Por los pelos, Emerson. Ahora Chuck conoce el secreto de Ned, y el dúo formado por Emerson y Ned pasó a ser un trío; Chuck vive con Ned, pero no se pueden tocar, aunque arden de deseos; si por accidente, por un sólo roce, Chuck y Ned se tocan, ella moriría, esta vez para siempre... ¿y cómo soportar el irremediable deseo que sienten por un simple abrazo?

La serie es francamente original, y sé que me repito, que eso ya lo he puesto al principio, pero es que es así. A mí personalmente me encanta, pero no sólo por el argumento y el novedoso planteamiento, sino porque es como ver una película de Tim Burton; cada capítulo es como un cuento de hadas, lleno de colorido y situaciones surrealistas. Me recuerda muchísimo a Big Fish (2003) y a Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 2005): el mismo color, el mismo humor, la misma fantasía, la misma magia. Es francamente divertida... macabramente divertida. Y sobre todo porque plantea importantes reflexiones: las fronteras que separan la vida y la muerte son muy pequeñas y frágiles; y, sobre todo, la muerte, un tema tabú en nuestra sociedad occidental, es tratada aquí con total humor y, por qué no, frivolidad, lo que hace que ante el trágico final de la vida de todo ser humano, por el que todos hemos de pasar, sea visto con una sonrisa por parte del espectador.


Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Lollipop, de Mika (Life in Cartoon Motion).

Una de series: Shark

El jueves de esta semana, un jueves ya marchito y perdido en nuestro recuerdo dentro de la interminable lista de días que pasan en nuestra vida, una gran serie se despidió de sus seguidores. Shark ha finalizado. Y, efectivamente, es una pena, y de las grandes, porque era una serie francamente buena.

Shark cuenta la historia del abogado Sebastian Stark, apodado comúnmente como "el Tiburón" (obviamente, queda mejor en inglés, aprovechando el juego de palabras que hay entre la palabra shark, es decir, tiburón, y el apellido del protagonista, Stark). ¿Por qué le apodaron así? Pues principalmente porque es el mejor; siempre había destacado por ser el perenne abogado de las celebrities de Los Ángeles, con unos métodos poco o nada ortodoxos, muy cercanos al perjurio a veces; es un abogado sin escrúpulos... pero es el mejor. Quiere el destino que una vez, uno de sus clientes acusado de maltratar a su esposa y de intentar asesinarla quede en libertad por una de sus grandes defensas, y a los pocos días, este cliente, sin escrúpulos de ningún tipo, mate finalmente a su mujer. Esa fue la obra de Stark, que aún sabiendo que su cliente era poco menos que un psicópata, hizo todo lo posible por ganar el caso... porque Stark es el mejor y nunca pierde. Claro, es la triste y trágica obra de Stark. A partir de ese momento, Sebastian decide cambiar de vida, y acepta trabajar para el fiscal del distrito; es decir, Stark se pasa al bando contrario, y ahora decide perseguir precisamente a todos aquellos que antes se encontraban en su lista de clientes; renuncia a su cómoda vida y a su abultado sueldo trabajando para erradicar el crimen y la corrupción en Los Ángeles, en un intento de enmendar el daño que anteriormente había causado por su ausencia de escrúpulos. Pero Stark sigue siendo el mejor, y sigue utilizando sus peculiares métodos para ganar, eso sí, contando con un estupendo equipo: Raina (Sophina Brown), Madeleine (Sarah Carter), Jessica (Jeri Ryan), Isaac (Henry Simmons), Casey (Sam Page, actor que abandonaría la serie al finalizar la primera temporada), Danny (Kevin Alejandro) y Martin (Alexis Cruz), personaje que moriría asesinado durante la primera temporada. A menudo, Stark demuestra ser un jefe un poco tiránico, con unos métodos que se contraponen a los de sus colaboradores, un poco más duchos en escrúpulos que él, pero poco a poco, aprenden a apreciarse mutuamente, llegando a crer un tándem perfecto. A todos estos cambios en la vida de Sebastian hay que añadir el hecho de que su hija, Julie (Danielle Panabaker), decide vivir con él (Sebastian y su mujer están divorciados); por lo tanto, Stark pasa de vivir solo y llevar una vida amorosa bastante exitosa a aprender a ser el padre que nunca había sido para Julie, e intentando llevar una convivencia "pacífica" con una hija adolescente.

En líneas generales, la serie está francamente bien, y el especial interés reside en que cada episodio plantea un nuevo caso que resolver. Destaco, por supuesto, el caso Wayne Callison (Bill Campbell), el psicópata despiadado cuyo caso ocupó la trama principal de tres capítulos a lo largo de la serie. Para mi gusto, cuenta con unos grandes actores, destacando por supuesto a James Woods, realizando un trabajo impecable como el ambicioso abogado. De todos modos, la calidad interpretativa de Woods queda patente en numerosas de sus interpretaciones en el cine, así que tampoco voy a añadir nada nuevo.

La serie cuenta con tan sólo dos temporadas. La huelga de guionistas también afectó a Shark, y tras una primera temporada de 22 capítulos y una segunda de 16, se despidió de su audiencia, dejando un hueco importante. Y es que Shark es mucho más que la típica serie de abogados, es una buena creación, con guiones sólidos y entretenidos. En fin... para el recuerdo, desde luego.

Hasta siempre, Sebastian.

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Shape of My Heart (Shapes), de Dominic Miller y Sting.

Hasta siempre, Paul

Uno de los grandes nos ha dejado.

Paul Newman ha fallecido a los 83 años por un cáncer de pulmón en fase terminal. De nada habían servido los diferentes tratamientos de quimioterapia a los que se había sometido.

Finalmente, decidió pasar sus últimos días al lado de lo suyos, su familia, los que más lo querían. Al lado de Joanne Woodward, su mujer desde 1958. Amor, del bueno y del de verdad.

Estamos en perpetua deuda con usted; mil gracias, ahora y siempre, por su legado cinematográfico y su inmortal talento.

Descanse en paz, señor Newman. Siempre estará en nuestros corazones.





Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Over the Rainbow, de Judy Garland.


Wear Sunscreen




Muchas gracias a Pilar por mandármelo; es un cielo. Como el video.

Catherine Heathcliff.

I am Coraline Duvall


Cómo voy a echar de menos Moonlight...
Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Warning Sign, de Coldplay. (A Rush of Blood to the Head).

Sugar... oh, honey, honey!

Estoy fatal. Y no me refiero precisamente a mal de la cabeza, que también, eso por descontado; estoy fatal porque no se me quita el resfriado-gripe-enfriamiento que llevo arrastrando desde hace casi dos semanas.


Tengo tos de camionero; llevo cinco días sin dormir a pierna suelta porque la tos no me deja. Me duele ya el pecho, los músculos de la tripa... es increíble, lo que puedo llegar a toser, por Dios. Y es que no paro. Porque no puedo, por más que lo intento.


He renunciado a tomarme medicamentos porque no sirven absolutamente para nada; el jarabe para la tos, en lugar de quitármela, me da sueño, pero un sueño grande, grande, grande, como un coma; yo creo que por eso me quita la tos, porque me duermo y no toso; pero yo no puedo estar todo el día en perpetuo estado comatoso, más que nada, porque trabajo y tengo muchas cosas que hacer. Así que me he pasado a los remedios naturales. Traducción: leche caliente, infusiones, zumo de naranja y/o mandarina, miel, más miel y otra vez miel.


Que yo no tengo nada en contra de los remedios naturales, al contrario, los prefiero antes que los medicamentos. Pero es que la miel me da muchísimo asco... es horroroso, no la soporto. Es vómito de abeja, por Dios. Asco, asco y más asco. Y me la tengo que tomar a cucharadas, así, a palo seco, y por la noche con leche caliente.


Y... sin embargo, es lo que me está suavizando la garganta, y calmándome durante unos benditos minutos la tos.


¿Me da asco la miel? Mucho. ¿Me la tomo? Por supuesto, porque es lo que me está quitando la miseria.


Así que sarna con gusto no pica. Ea.



Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Sugar, oh Honey, Honey, de The Archies.


Hace dos noches decidí ver Diamante de sangre (Blood Diamond en el original), si bien es cierto que mi acercamiento hacia ella era de bastantes reticencias. He conocido a varias personas que me dijeron que no desperdiciara mi tiempo viéndola; conociéndome, obvié el comentario, pero sí que es cierto que ya iba con la idea preconcebida de que no me iba a gustar.


Bueno, pues me equivoqué otra vez.


Diamante de sangre es una muy buena película, muy realista, a mi juicio. Las escenas violentas son una constante, pero lamentablemente, una realidad en Sierra Leona, y por extensión, en cualquier país de África.


La película tiene lugar en el año 1999 durante la encarnizada guerra civil que asoló Sierra Leona, entre el gobierno del país y las fuerzas o guerrillas rebeldes del FUR (Frente Unido Revolucionario). Ante este desolador paisaje, Solomon (Djimon Hounsou), un pobre pescador, ve como el FUR masacra su poblado, captura a su mujer y a dos de sus tres hijos, y se lleva al mayor para entrenarlo en las "artes" de la guerrilla; además, él mismo es secuestrado para trabajar sin descanso en las minas de diamantes que controla el FUR, pues esta organización, a través del tráfico de diamantes, encuentra perennes fondos de financiación a su lucha: a través del contrabando de estos diamantes a otros países y del dinero obtenido de la venta de los mismos consiguen un constante devenir de armas que secunden su revolución. Un día Solomon encuentra en las minas de diamantes un ejemplar bastante grande y de un curioso color rosado, así que decide enterrarlo para más tarde quedarse con él, pero es descubierto por un soldado del FUR; en ese momento, el gobierno atacó la mina en la que Solomon estaba, y tanto él como el soldado del FUR que le había visto el diamante son apresados. Estando en la cárcel, Solomon se encuentra con Danny Archer (Leonardo DiCaprio), un ex mercenario nacido en Zimbabwe, que vive del continuo contrabando de diamantes que él mismo lleva hasta la frontera de Liberia (las exportaciones de diamantes desde Sierra Leona están prohibidas; por eso los contrabandistas deben ingeniárselas -constantes sobornos para ello, obviamente- para hacer llegar los diamantes al país vecino, Liberia, y continuar así con el ilegal proceso). Quiere el destino que Danny descubra que Solomon tiene un enorme diamante rosado escondido, así que cuando el primero es liberado, hace que salga Solomon de la prisión también. ¿El motivo de Danny? Quedarse con el diamante para el contrabando. ¿El motivo de Solomon? Poder encontrar a su familia, y en especial, a su hijo Dia; entre Danny y Solomon surge como una especie de pacto, una simbiosis, de la que ambos obtendrán algún tipo de beneficio. Además de ambos, la periodista Maddy Bowen (Jennifer Connelly) entra en acción, haciendo aún si cabe la simbiosis del trío protagonista más perfecta: Maddy quiere destapar la maraña de contrabando y muertes que rodea al comercio ilegal de diamantes, prohibido por la comunidad internacional; quiere destapar sobre todo el hecho de que los principales beneficiarios de este contrabando y de esta masacre humana son las multinacionales de los grandes países; quién mejor que darle esa información que Danny, un contrabandista de primer orden. Danny quiere que Solomon le indique dónde está enterrado el diamante rosado, y para ello, debe cumplir su parte del trato: ayudarle a encontrar a su familia; Danny sabe que con Maddy podrá encontrarlos más fácilmente, pues ella tiene información a las bases de datos de los campos de refugiados a los que posiblemente hayan sido enviados la mujer y los dos hijos menores de Solomon. Pero nos queda Dia, su hijo mayor... lo encontrará a través de su periplo por corazón de Sierra Leona, pero ya no será su Dia, sino un cruel y despiadado niño soldado del FUR...


Con respecto a las actuaciones, bueno, el adjetivo general es "correctas". Leonardo DiCaprio hace un buen papel, y está... eso, correcto. DiCaprio nunca ha sido santo de mi devoción, así que no puedo reconocer que hace una interpratación magistral, por la sencilla razón de que creo que no es un gran, gran, gran actor. Es buen actor. Punto. Y sus interprataciones son correctas. Y sí, digo lo mismo también de su trabajo en Infiltrados (The Departed (2006), de Martin Scorsese). Yo siempre diré que ante cualquier película de Leonardo DiCaprio siempre hay algún actor que lo eclipse. Y en Diamante de Sangre ese actor es Djimon Hounsou; para mí es lo MEJOR de la película en lo que a interpretaciones se refiere, y lo digo en mayúsculas: pedazo de actor, sí, señor. Cuando su Solomon gritaba, yo gritaba; cuando reía, yo reía; y, sobre todo, cuando lloraba, mis lágrimas eran las suyas. Grata sorpresa, y no es porque lo considerara mal actor, pero es que nunca le había visto una interpretación tan visceral como ésta. Y es que En America (In America (2002), de Jim Sheridan) es una de mis grandes asignaturas pendientes. Con respecto a Jennifer Connelly... bueno, no está mal, está correcta también. Sí que es cierto que a mí Jennifer me ha encantado desde siempre, pero en esta película había veces en las que sus planos me parecían completamente prescindibles... un mal día, supongo.


Después de haberla visto y de estar recordándola a medida que escribo esta entrada, sólo puedo decir que es una gran película. Como ya he dicho antes, a mí me pareció muy, muy, muy realista, y sobre todo, hace sentir al espectador realmente insignificante ante los grandes problemas que asolan África; los niños soldados es una cruel realidad, y eso es lo que más me impactó, pues es algo que todos conocemos y volvemos la cara ante ello. África es ese gran continente olvidado... y si hay algo que tengo claro es que el fin del mundo no tiene fecha fija en África, porque el apocalipsis llega siglos devastando ese maltrecho continente.


Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Earth Song, de Michael Jackson (History).


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