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Idealista

Suelo vivir en un mundo aparte, dentro de mis ensoñaciones constantes, donde todo es de un color azúl violáceo, con pequeños copos de hielo que acarician mi rostro. En ese mundo, muy poca gente entra, pero quien lo hace, deja su huella perenne en mi mullido suelo cubierto de nieve.

En este momento de mi vida, veo una blanquecina luz al final, muy al fondo, un tenue resplando que, de alguna manera, me está ayudando a vislumbrar cada obstáculo en el camino, cada escarpada senda, cada pedrusco en la travesía. Y esa ínfima luz, tan distante, pero tan cercana, es la que da calor cada día a mi faz, surcada de incertidumbres, dudas, miedos y porqués.

Tengo la infinita suerte de dedicarme de lleno a una ocupación que es placenteramente agradable, y oleadas de satisfacción sacuden mis ya de por sí agitados nervios. Sobre todo, poseo el privilegio de compartirlo y disfrutarlo con gente que poco a poco, paso a paso, ha llegado a formar parte de mi vida. Personas que cruzaron sus caminos con el mío, y viceversa. Personas que no conocía a priori, y sin embargo, han ido mostrándome poco a poco su corazón, de manera gradual, como gajos de naranja que esconden el más dulce elixir y aroma en su interior. Personas que confían en mí de manera incondicional, que están a mi lado incluso al otro lado del teléfono, en largas conversaciones matutinas. Personas que me ofrecen las puertas de su casa abiertas de par en par una y mil veces. Personas con las que adoro conversar, ahora y siempre. Personas que me ofrecen apoyo constante, incluso en este momento de mi vida en el que el barco en el que navego parece haber virado hacia otras sendas. Personas que, más allá de su inconmensurable valía como ser humano, experimentan cada día el amor más sincero y puro que dar, el de madre, y, de alguna manera, constantes gotas doradas de ese puro amor me salpican a diario, y yo me dejo empapar, gustosa, feliz y agradecida por haberme cruzado con alguien que tan desinteresadamente me brinda su amistad. Personas que esconden en sus silencios y en su aparente frialdad una llama en palpitar constante, un fuego que estoy encantada de haber conocido e infinitamente agredecida por dejarme calentar en él mis ateridas manos; porque son muchas las similitudes que en su sentir hallo con respecto a mi vida, y porque a veces tengo la impresión de que con sus silencios y sus miradas muestra ante mí toda su sabiduría, experiencia y elocuencia.

De un tiempo a esta parte, hay un nuevo inquilino en este mundo mío, tan privado, que no cesa de pisar la nieve mullida de mi alrededor. Y yo estoy tranquila y feliz de haber encontrado ese inquilino, que si bien no sé si permanecerá en mis dominios mucho tiempo, la dulce incertidumbre de este enigma es lo que me hace darme cuenta de una realidad: me he acostumbrado tanto a su presencia que el simple y mero hecho de pensar en su ausencia provoca en mí un desasosiego del que intento huir presurosa... para guarecerme de nuevo en la seguridad de su presencia.

No hace mucho una persona dijo que era algo maravilloso que yo fuese tan idealista, y yo se lo agradecí infinitamente, pues quien me lo dijo no es consciente de lo muchísimo que le adoro. Me dijo también que mi enfermiza tendencia a hacer de las cosas un cuento romántico era algo precioso, y que no perdiese nunca este detalle, pues preservaba así un poco de mi moribunda inocencia que por edad comienza a pasar a mejor vida. Puede ser que lleve razón, ya que para mí su palabra es ambrosía de dioses, y lo único que sé es que, pase lo que pase, me gustaría seguir contando con sus consejos y su perenne sabiduría durante el resto de mis días.

Todavía creo en los cuentos de hadas, en caballeros que con lindos y poderosos corceles velan por sus damas, vigilados y protegidos de cerca por haditas pequeñas y traviesas, pero llenas de valor y de magia. La vida no es así, y me voy dando cuenta gradualmente, poco a poco. Y no siento tristeza, porque quizá ese cuento de hadas que yo creía me brinda no a caballeros, sino a labriegos o escuderos de igual o mayor valor que el de su señor; quizá no a poderosos corceles, sino a lindos potrillos que esperan con ansia crecer y verse convertidos en auténticos purasangres; puede que no damas, sino mujeres cotidianas que cada día luchan por llevar un plato de comida y alimentar a su hambrienta y agradecida familia; y es probable que no haya hadas, sino dos hermosas presencias, una maternal y otra paternal, que me cobijan día a día bajo su ala, protegiendo a ésta que escribe, animándome a volar, y el día que emprenda el vuelo definitivo, miraré atrás, y ya no estarán sujetando mis alas, pero sí protegiendo mi vuelo, a mi espalda, incluso cuando no las vea, porque para estas presencias, y pase el tiempo que pase, seguiré siendo esa indefensa avecilla que hace 24 años abrió los ojos al mundo que ellos me regalaron.




Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: Trouble, de Coldplay (Parachutes).

The Nappies

Porque son fantásticos hasta haciendo el payaso.

Porque una canción con unos arreglos tan pobretones consigue que yo tararee una y otra vez a lo largo del día: "I'm nobody, I'm nobody, I'm nobody, I'm your baby's daddy!"

Porque incluso con pelucas y ese look ochentero tienen ese inconfudible British sex-appeal.

Porque ver a Guy Berryman, el responsable del bajo, tocar el piano con esa impostura tan solemne me hizo carcajear sin parar.

Porque oir a Chris Martin gritar al final de la canción "Motheeeeer!" es lo mejor del video.

Porque son, sencillamente, geniales.

Por este video y por tantas otras cosas más, miles, millones, Coldplay es mi grupo de música predilecto. Por los siglos de los siglos. Amén.
Catherine Heathcliff.

Reflexiones



Llevaba días en reflexión constante.

Pensaba en su situación actual y todo parecía estar en la cima de una empinada cuesta, a la que cada día costaba más iniciar su ascenso. Veía lo que le esperaba, pero cuanto más avanzaba, más lejos parecía estar el jardín repleto de incontables delicias en las que sumergirse sempiternamente.

Uno de sus grandes anhelos se había escapado de entre sus dedos, como un volátil suspiro. Había probado su dulce miel, pero el caprichoso destino no quiso permitirle su completa degustación.

Ahora sentía cómo una frágil luz iluminaba sus espaldas de manera constante, y tenía la dulce sensación de que ese haz luminoso la seguía por doquier. Gradualmente, se había aferrado a esa cálida sensación de compañía, y no obstante, era consciente también de su futilidad...

...pero no quería dejarla escapar.

Temerosa de perderla, de no notar su cálido abrazo en su espalda, volvía la vista atrás continuamente. La tenue luz parpadeaba, demostrando su amorosa presencia. Y ella sonreía, agradecida.

Y, sin embargo, ¿por qué notaba el sabor agridulce en sus seductores labios? ¿Por qué temía, en el fondo de su corazón, que esa luz no era la que deberá iluminar su escarpada senda vital y espiritual?

¿Por qué le atemorizaba tanto el dolor, el sufrimiento? ¿Por qué?

Ansió, una vez más, el jardín de las delicias que le aguardaba tras la abrupta pendiente...

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: On a Day like Today, de Keane (Hopes & Fears).

Welcome


La vida es curiosa. Curiosa 100%. Cuando en septiembre de 2008 mi gorriona, la que había criado durante dos meses y había visto convertirse en un avecita francamente linda, se marchó, quedé bastante triste, porque una servidora es amante de los animales, y sufre muchísimo ante cualquier animalillo que lo está pasando mal por alguna circunstancia, o bien porque me encariño demasiado pronto.


Sin embargo, ayer ocurrió algo totalmente inesperado, y creo que además increible.


Estaba yo en mi habitación delante del ordenador por la tarde, sobre las cinco o cinco y media de la tarde, cuando escucho de repente y cerca de la ventana el canto claro y nítido de un canario. Detuve mi tarea, pues me impresionó bastante oírlo tan cerca. Normalmente, desde mi habitación no se suelen escuchar, pero sí desde el salón de mi casa; la mayor parte de mis vecinos tienen canarios puestos en las ventanas, pero en las del salón, de ahí que me sorprendiera tanto escucharlo tan cerca. Inmediatamente pensé que, probablemente, alguno de mis vecinos, bien los de arriba o los de abajo, habían sucumbido y habían decidido tener también un canario. Bien, no le di la mayor importancia y seguí con mi tarea; pero entonces escucho a mi padre que me llamaba. Mi padre estaba en la habitación de al lado -es decir, la de mis padres- viendo la tele en su butaca/mecedora -su remanso de paz y tranquilidad después de comer, lugar donde se autoprodiga las más tiernas siestas-. Fui a su encuentro y me dijo: "Mira por la ventana". Y hete aquí que me encuentro en la misma un precioso canario verde con motas negras, como atigrado, y una cola larguísima, tupida y blanquecina; un canario precioso que cantaba y piaba sin parar. En casa, nuestras ventanas tienen doble cristalera, y el animal estaba entre el pequeño espacio que las separan. Mi alegría fue mayúscula, y corriendo llamamos a mi madre. Desde que era pequeña mis padres han tenido siempre canarios, pero hace un par de años, o quizá tres, se murió el último que teníamos; había vivido casi catorce años, y murió de pura vejez. Desde ese momento no hemos vuelto a tener otro pajarillo -salvo mi gorriona, pero esta no cuenta-, y mi madre se deshizo pronto de la jaula, los comederos, bebederos, etc.. ¿Qué íbamos a hacer, pues, con el nuevo invitado? Inmediatamente pensamos que se había debido de escapar de alguna casa; quizá alguien había dejado la puertecilla de la jaula abierta en un descuido. Mi madre y yo bajamos y empezamos a inspeccionar la fachada donde algunas de las ventanas de nuestros vecinos albergaban jaulas con canarios, con la esperanza de ver alguna vacía. Nada; todas tenían en ella preciosos pajarillos de los más vivos colores. ¿Qué hacer? Decidimos ir a ver a una vecina que tiene dos canarios, con la esperanza de que tuviera una jaula de sobra y comederos con un poquitín de alpiste. Así fue.


Desde ayer, nuestro curioso hallazgo está en nuestro salón, en una jaula prestada, con comederos y alpiste prestados -hasta que mañana lunes las tiendas estén abiertas y pueda comprarle una jaula y comida, y devolver ésta a su legítimo dueño-, pero con un improvisado cacharro de plástico que le hemos puesto para que le haga las veces de bañera, y lechuga y un poco de manzana. No para de cantar, y no parece haber extrañado ni la casa, ni los habitantes.


Lo cierto es que en casa mis padres y yo estamos encantados con el pajarillo, pero sobre todo, por el hallazgo, que consideramos, cuanto menos, curioso y soprendente. Mi madre no para de decirme que no me encariñe demasiado, porque si es cierto que se ha escapado, el dueño acabará apareciendo. Probablemente sí, y entonces tendré que devolverlo. Bueno, ojalá que no sea el caso...


Espero que mi perrilla Lupy olvide los celos esta vez.


La verdad y ahora que lo pienso, mi testimonio es escalofriante. Hay en Los Simpsons un personaje: una vieja loca rodeada de gatos. A mí ese personaje en concreto me hace muchísima gracia, pero a veces me da que pensar: ¿y si acabo igual que ella, loca perdida por leer tantos libros sobre vampiros, pero en lugar de gatos, rodeada de pájaros revoloteando a mi alrededor?


Dejaría de ser Catherine para pasar a ser recordada como "la loca de los pájaros", y los niños harían apuestas para entrar en mi casa, morbosamente aterrados...


...escalofriante.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Better Be Home Soon, de Crowded House (Recurring Dream).

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