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El curioso caso de Benjamin Button es la historia de un hombre con el reloj biológico al revés. Nació con setenta años, al casarse tendrá cincuenta, y cuando vuelva de la guerra tendrá ya treinta y su esposa lucirá canas. Así hasta llegar a la cuna, siendo un abuelo. Lo que está fuera de la normalidad no se ve, y así es como Benjamin vive su fantástica existencia: como un extraño para sí mismo.


Espoleado mi interés por la película y su rotundo éxito, no dudé en comprar El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button), el cuento en el que se inspira la reciente película de David Fincher. Mi edición venía acompañada, además, de otro relato corto de Fitzgerald, El diamante tan grande como el Ritz (The Diamong as Big as the Ritz), otro escrito corto del que hablaré más adelante en este mi blog.


A decir verdad, si alguien busca encontrarse con la versión escrita de la película de Fincher entre las páginas del breve relato de Fitzgerald, nada más lejos de la realidad. El film se basa (en el sentido estricto de la palabra) en la obra del escritor norteamericano, pero nada más. Las casi tres horas de proyección son, para mí, totalmente ajenas al argumento de la obra, que camina por otros derroteros. Así que siento decepcionar a los más acérrimos seguidores de las obras literarias y sus ulteriores adaptaciones cinematográficas; en este caso, la obra y la película caminan por sendas diferentes. Pero es quizá ahí donde yo como lectora encuentre el principal motivo por el que soy capaz de disfrutar ambas historias por igual. Tengo el defecto (o quizá la virtud) de leer una obra literaria antes de ver su adaptación al cine, y a veces, al revés, pero sí que es cierto que jamás lo hago esperando ver cumplidas mis expectativas en lo que a fidelidad se refiere; tengo muy claro que tanto la literatura como el cine, relación prolífica donde las haya, son expresiones de arte bien distintas y que se han de disfrutar ambas por separado. Una actitud ecléctica ante ambas es la mejor solución, a título personal.


Con El curioso caso de Benjamin Button me ocurre, precisamente, esto.


Disfruté con la película al máximo, pero también con el relato de Fitzgerald. El estilo de este autor es tremendamente ácido e irónico, muy crítico con la rancia aristocracia norteamericana de principios del siglo XX, especialmente, la sureña, sumergida en una sempiterna fiebre del oro y oponiéndose a dejarse embaucar por el progreso y refugiándose en su pasado esclavista que se resiste en obviar y abandonar. Fitzgerald es un autor fácil de leer en lo que a estilo se refiere, pero difícil de entender, a mi juicio, si no se conoce la figura del autor de El gran Gatsby (The Great Gatsby), su ajetreada vida y su natural inconformismo, común entre los demás miembros de lo que se denominó como "Generación perdida", a saber, John Dos Passos, Ernest Hemingway y William Faulkner.


F. Scott Fitzgerald dijo una vez sobre esta su obra:


"Me inspiró el cuento un comentario de Mark Twain: era una lástima que el mejor tramo de nuestra vida estuviera al principio y el peor al final".


Creo que habla por sí solo...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Amsterdam, de Coldplay (A Rush of Blood to the Head).


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