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The Scientist, de Coldplay

Esta es la entrada número 100 en mi blog. Desde que creé A Cuckoo's Tale allá por julio de 2008, he escrito 100 textos. Un número redondo y un número simpático, que bien merece una efeméride. En realidad, esa efeméride no lo es tal. Simplemente, llevaba tiempo queriendo escribir esto, y bueno, parece ser que la ocasión ha llegado, aunque bien podía haber sido antes o bien después, poco importa.

Que Coldplay es mi banda de música favorita, no es ningún secreto.
Ya lo dije en su momento, y es que el grupo liderado por Chris Martin siempre ha formado parte de la banda sonora de mi vida. En todo momento que merece la pena ser recordado, tanto bueno como malo, siempre había una canción de Coldplay que sonara como una letanía de fondo, o a todo volumen, o bien tras mis auriculares. Esta idea inicial es la que hizo de The Scientist mi canción favorita, pero no sólo de Coldplay, sino mi predilecta entre todas las que he oído hasta ahora. Es una elección difícil, para todo melómano que se precie, seleccionar una sóla canción de todas las innumerables que haya oído en su vida. Cierto, lo es, y aunque hay miles de canciones que son obras maestras, yo siempre acabo escogiendo esta de la que me ocupo ahora mismo.

The Scientist es la cuarta canción del segundo disco de estudio de Coldplay, A Rush of Blood to the Head (2000). La canción es un tanto extraña, en tanto en cuanto prestamos atención a la letra, si bien es cierto que contemplando el video todas las piezas encajan. Coldplay siempre ha sido muy propenso a utilizar ecuaciones matemáticas y a recurrir a la ciencia en una concepción un tanto nihilista de la vida y el ser humano (con el último disco, Viva la Vida, or Death and All His Friends ha dejado atrás ese pesimismo tan característico). En ese sentido, guarda una gran relación con Radiohead o incluso, Muse, ambas también formaciones británicas. De hecho, siempre han solido acusar a la banda de Martin de pobres imitiadores de Radiohead (o U2, incluso). Qué queréis que os diga, a mí Radiohead me suena un rato diferente a Coldplay, y ya Muse ni hablemos, que, por cierto, es otra de mis formaciones musicales favoritas. El rock alternativo de la banda de Matt Bellamy se aleja bastante del indie-por-rock que suele tocar Coldplay. Pero bueno, para gustos, colores, y para opiniones varias, el libro de los gustos está en blanco.

Como ya he dicho, la letra de The Scientist es desconcertante, pero cobra total sentido tras el visionado del videoclip. En él, se ve a un Chris Martin caminando hacia atrás y haciendo todas las cosas que le ocupan en ese momento hacia atrás. Es como si quisiera enmendar algo del pasado volviendo atrás... eso es un enigma hasta justo el final del video, en el que se nos revela que, en realidad, Chris tuvo un accidente de coche; él conducía en compañía de una chica (presuponemos que se trata de su pareja) y el fatal desenlace acaba con la vida de la joven. Evidentemente, parece ser que el señor Martin aparezca en el video de esa extraña manera en un intento de evitar la tragedia ulterior.

Adoro esta canción, siempre ha estado ahí en momentos especiales de mi vida. El día de mi graduación universitaria sonó de fondo, y durante este año ha estado sonando con mucha frecuencia, y casi siempre que lo hacía, yo no estaba sola. El pasado junio comencé de nuevo a escucharla en soledad, y me parecía imposible acostumbrarme a ella de nuevo y que no despertar en mí dolorosos recuerdos; me equivocaba. No sólo fue posible, sino que ahora me vuelve a sonar diferente... porque las cosas son diferentes y porque todo es diferente.

Ahí la dejo.




Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Es evidente... pulsa el play...






Justos por pecadores


Hoy es un día raro. Hoy no me siento muy bien, la verdad, ni siquiera tras el Cola-Cao. Es normal en la vida de todo ser humano en los que haya días mejores y otros peores.


Me encanta estar con mis alumnos. Son muy pequeños y soy incapaz de ver maldad alguna cuando tienen días difíciles, como hoy. A pesar de los días complicados con ellos, disfruto sobremanera en su compañía y me río sin parar, no sólo con ellos, sino también cuando he llegado a casa y me pongo a recordar lo vivido en la mañana. Pero no me gusta que sean a veces tan revoltosos. Se me hace cuesta arriba que, en días como hoy, tenga que decirles que guarden silencio continuamente, y me duele aún más tener que llevar a cabo a veces castigos colectivos, máxime cuando no son todos los responsables, y siempre, siempre, siempre, pagan justos por pecadores.


A veces me dan miedo los días de euforia porque luego vienen las vacas flacas. Y hoy ha llegado ese día de altos y bajos.


Hoy echo un poquito más de menos a mis padres. De hecho, mi familia se limita sólo y exclusivamente a ellos. Sobre todo, extraño a mi madre. Ayer tuvo un día difícil y estuvo un poco enferma durante todo el día. Estar lejos de ella es un poco complicado, pero es peor cuando su salud se resiente y yo no estoy cerca para darle el enorme abrazo que necesita, aunque sinceramente, me temo que soy yo la que necesitaría más ese abrazo y cerrar los ojos mientras tanto.


Mamá huele a mamá.


Me considero una persona independiente, pero a la vez, muy unida a mis progenitores. Es paradójico, pero es así. Desde que vivo sola, me siento muy bien y muy contenta conmigo misma y con la vida que llevo. Pero hoy extraño tener a alguien con quien charlar largo y tendido. Me da igual el tema, una conversación trivial, quizás, pero larga, que me ayude a evadirme durante unos prolongados instantes.


Una llamada a tiempo, quizás, inesperada...


En general, creo que soy una persona bastante sociable, pero suelo rumiar mis problemas en silencio. No me gusta recurrir a nadie en tardes "raras" como esta. Cada persona tiene su propia vida y sus propios quebraderos de cabeza.


Añadir más leña al fuego supondría que pagaran justos por pecadores.


Y la pecadora soy yo. Pecadora irredenta... peco en exceso de idealismo.


Siempre, siempre, siempre.


"Mañana será otro día...".


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Gone with the Sin, de HIM (Razorblade Romance).

Un Cola-Cao calentito


Me siento, como cada tarde, delante del ordenador a trabajar con mis cosas: tesina, preparar mis clases, revisar mi correo, escribir en mi blog... rutina diaria que ayuda a sobrellevar la semana, a hacerla más rápida. Todas las tardes me siento un rato a continuar la tarea que inicio en el trabajo desde muy temprano por la mañana.


Últimamente, mi cálida compañía en mi trabajo consiste en una taza de leche caliente con Cola-Cao. Eso sí, en mi taza de Jack Skellington. Me gusta la leche muy caliente, pero sólo por las tardes; en general, no tomo más leche al cabo del día, salvo un poco en el café obligado de por las mañanas desayunando. De hecho, no me gusta mucho la leche sola, sólo si está calentita o con un poco de Cola-Cao, una cucharada pequeña, lo justo para darle otro sabor a la leche. Me gusta ese momento en el que me siento de nuevo después del paréntesis para ir a la cocina y miro a la pantalla del ordenador de nuevo, recordando o revisando lo último que estaba haciendo, todo eso mientras bebo el primer sorbo, a menudo corto, pues me quema los labios. Caramba, lo calenté demasiado; espero, se enfría un poco y luego sigue.


Hoy lunes he meditado sobre esta pequeña rutina, tan trivial y aparentemente absurda. Pero la diferencia hoy ha sido las reflexiones que surcaban mi mente mientras continuaba bebiendo. Pensamientos, sentimientos... tan agradables... tan dulces como el Cola-Cao que tomaba. Rememorando una vez más las pequeñas cosas, pero las de hoy.


Me gustaría vivir este pequeño placer rutinario cada día durante muchos años; quisiera poder sentarme unos minutos paladeando el contenido de la taza, sin mediar palabra... pero me encantaría que fuese compartido, y que en lugar de preparar una taza cada día, fueran dos.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Proof, de Coldplay.


Antes de nada, he de informar a los lectores de esta entrada que no he sido nunca muy seguidora de Quentin Tarantino. Nunca me ha gustado mucho, ni sus extravagancias, ni sus locuras, ni sus imaginaciones disparatadas. Soy consciente de que es probable que me lluevan lanzas, dagas y cuchillos varios ante mi apostasía de Tarantino, pero es que no puedo recurrir nada más que a la verdad. Si hay Tarantino de por medio, huyo despavorida. Pero con esta película no me ocurrió; es más, me apetecía muchísimo verla, y supongo que, básicamente, el principal motivo de esto fue la temática de la proyección. Me gustan mucho las películas bélicas, y aunque yo sabía que iba a ser un alarde de extravagancia "tarantiniana", me arriesgué. ¿El veredicto? No puedo decir que me gustara, porque no fue así, pero tampoco me disgustó. Paradójico, pero es que es la verdad. Puedo enumerar y situar en una balanza equilibrada todo lo que disfruté de la película y todo aquéllo que aborrecí durante las casi tres horas de proyección, así que pido disculpas, pero no soy capaz de dar una opinión clara.



Sinopsis: Durante la ocupación de los nazis alemanes en Francia, Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) es testigo de la ejecución de su familia a manos del despiadado y sádico coronel nazi Hans Landa (Christoph Waltz). Shosanna consigue escapar y huye a París, donde se ocultra tras una nueva identidad como dueña y directora de un cine. No muy lejos de allí, en otro lugar de Europa, el teniente norteamericano Aldo Raine (Brad Pitt) organiza un grupo de soldados judíos para tomar represalias contra objetivos nazis concretos. Conocidos por el enemigo como “Los Bastardos”, los hombres de Raine se unen al teniente británico Archie Hicox (Michael Fassbender) y a la actriz alemana Bridget Von Hammersmark (Diane Kruger), una agente secreto que trabaja para los aliados, todos con el fin de llevar a cabo una misión que hará caer a los líderes del Tercer Reich. Quiere el destino que se encuentren en el mismo cine donde Shosanna espera para vengarse...



A pesar de todo lo expuesto en el primer párrafo, no puedo evitar reconocer que Tarantino es un maestro de las imágenes. Juega con los planos y con la cámara como si fueran un personaje más, tanto en las escenas de la violencia más pura como en las de macabro humor, y es peligroso para ojos susceptibles como los míos, pues mi tendencia a vivir el cine como si estuviera dentro de la pantalla se acrecentó aún más con Malditos bastardos. Como el resto de la sala, yo también me estremecí de temor y repugnancia en las escenas más crudas, y me reí a carcajadas en otras en las que el humor se hacía necesario. Pero en aquéllas en las que los acérrimos seguidores de Tarantino aplaudían a rabiar ante los innumerables guiños a sus anteriores films, yo levantaba con escepticismo las cejas. No era necesaria tanta megalomanía, querido Quentin, te hace falta una cura de humildad y dejar de repetir como una letanía el sempiterno "yo, yo, yo".



Con respecto a las interpretaciones, en eso le doy un 10 al señor Tarantino y a su departamento de casting, porque supo escoger A LA PERFECCIÓN desde el primero hasta el último. No voy a repetir nada nuevo, pero es que el personaje del coronel Hans Landa (Christoph Waltz) es lo mejor que he visto en muchísimo tiempo. Este actor alemán, (semi)desconocido en nuestro país, eclipsa a cualquiera que comparta plano con él, hasta a Brad Pitt. Es lo mejor de la película, sin duda. Otra cosa que me agradó especialmente fue que el peso argumental de los protagonistas principales es equiparable; hay muchos personajes, pero para mí todos resultaron memorables, y su importancia en el desarrollo de la película fue el mismo. Aplaudo este aspecto de la película. Eso y que las interpretaciones, desde la primera hasta la última, me parecen impresionantes (pero, me reitero, la de Christoph Waltz es, sin lugar a dudas, la mejor de todas).



¿Recomiendo la película? Sí, definitivamente, porque pese a que no fue santo de mi devoción, la proyección dura casi tres horas, y a mí se me hizo corta.


Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: Slaughter, de Billy Preston.

Un Tito Andrónico solo, por favor



La verdad es que cada día me siento un poquito más feliz por vivir en Sevilla. Además de todo lo que la ciudad en sí representa en mi familia, disfruto sobremanera paseando por sus calles e ir descubriendo poco a poco todo lo que esta gran urbe puede ofrecer.


Como el teatro.


Desde que era muy pequeña, me ha encantado el teatro, tanto participar como disfrutarlo desde la platea. Y siempre me ha dolido mucho el hecho de no haber tenido mucho acceso a él por vivir en municipios bastante pequeños.


El caso es que este sábado, día 25 de septiembre, voy al teatro. Al teatro Lope de Vega, aquí, en mi Sevilla de mi corazón. La obra, Tito Andrónico, de William Shakespeare. No sólo espero con ansia la llegada del sábado por la representación en sí, sino porque siendo filológa inglesa, Shakespeare es... bueno, es que su propio nombre es self-explanatory.




Lo cierto es que desde que me enteré que tal acontecimiento iba a tener lugar, no dudé en ningún momento en tener la oportunidad de asistir. Ya tengo mi entrada, así que reto conseguido. El único problema que surge ahora es que nadie, absolutamente nadie, quiere ir conmigo. Claro, entiendo que con 24 años, mi círculo de amistades más inmediato prefiera pasar un sábado por la noche por otros lares. Claro, claro, claro. Al fin y al cabo, la que se sale del tiesto siempre soy yo. Poco me importa, con sinceridad, siempre ha sido así.


El único problema es que este evento me apetece compartirlo con alguien, la verdad.


Pero nada, el sábado, pues, cogeré mi transporte público y me plantaré en el centro de Sevilla a disfrutar de este, presupongo, gran momento. El fin de semana, huelga decir, haré mi crónica personal desde aquí, a ver qué tal resultó el experimento. Deseo que positivo...


Así que un Tito Andrónico, sí, pero me temo que solo...


... en soledad.





Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Puro teatro, de Mina.




Onegin (1997), de Martha Fiennes

Llevo tiempo queriendo dedicar una entrada en mi blog a esta película. No voy a decir si es buena o mala; tan sólo diré que es mi película favorita, por encima de todas las que he visto en mi vida y todas las que tengo en mi cada día más grande videoteca. En su día no fue una película que movió masas, ni despertó una gran expectación; casi, casi podía considerarse "de autor".

Lo cierto es que está muy bien filmada, con una fotografía preciosa y unas interpretaciones francamente buenas, destacando, por supuesto, al dúo protagonista: Ralph Fiennes y Liv Tyler, Onegin y Tatiana, respectivamente. Yo, sin embargo, me quedo con el papel interpretado por el británico Toby Stephens (hijo en la vida real de la gran Maggie Smith); su rol de Vladimir Lensky, el joven idealista, patética farsa del prototípico (anti)héroe romántico, llega al corazón del espectador. Pobre hombrecillo enamorado y avergonzado de ser provinciano...

Basada en la novela en verso Eugene Onegin, del ruso Alexander Pushkin, y en su ulterior adaptación operística por Tchaikovsky, lo cierto es que la película de Martha Fiennes huye del idealismo romántico de la obra y se centra en retratar personajes y su lucha interior. En ocasiones, numerosas escenas apelan al silencio y son mucho más significativas que otras cargadas de diálogo.

Desde aquí la recomiendo. Eso sí, es una película para degustar poco a poco y sin tener ninguna otra cosa entre manos durante la proyección. Aquí incluyo mi escena favorita, que siempre consigue arrancar de mí alguna lágrima...

Es la escena final, así que esto suponga de advertencia: spoilers!



Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Acto I: Aria (Eugene Onegin Opera, de Tchaikovsky).

Aquellas pequeñas cosas


"Son aquellas pequeñas cosas", dice la canción.


En realidad, las pequeñas cosas son las que marcan nuestra existencia y son las que nos hacen la vida un poco más fácil, más placentera. A veces nos entretenemos en focalizar nuestra felicidad en algo específico, tendemos a concretizarla, y ahora yo me pregunto: ¿cómo se puede planear la felicidad? El ser feliz no se puede ni tocar, ni medir, ni pesar... simplemente, se siente, y jamás nos sentiremos felices de pleno derecho, tan sólo conformes.


Es inherente al ser humano.


Y obviamos las pequeñas cosas... y muchas veces son las que nos hacen tremendamente feliz, quizás tan sólo en un breve lapso de tiempo, pero ese intervalo se paladea, se degusta una y otra vez.


Quizá la felicidad esté en un gesto. Un simple gesto, una pequeña cosa, ¿no?


Yo hoy lo he vivido, lo he sentido, la electricidad sensorial ha sacudido mi cuerpo de pies a cabeza. Un pequeño gesto: una actitud, una sonrisa, un saludo, una palabra amable, un roce afectuoso... todo eso, en pequeñas dosis y concentrado en un intervalo de tiempo que a mí me supo a poco, pero que sin embargo ahora, mientras escribo estas líneas, me hacen tremendamente feliz.


¿Deseo algo más? Probablemente, pero son aquellas pequeñas cosas las que realmente me hacen sonreír.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel Serrat.

En un día como hoy


En un día como hoy, y antes de irme a dormir, hago balance de esta jornada. No puedo evitar hacer una comparación inevitable entre este día y cualquier otro de la semana anterior. Las comparaciones son odiosas, dicen, pero muy a menudo son inevitables, e incluso necesarias.


En un día como hoy, me doy cuenta una vez más del tinte indómito de mi carácter y que siempre va conmigo. La natural impaciencia de mi personalidad hace que me desespere con frecuencia, que intente hacer correr el tiempo con rapidez, que procure sentirme al cien por cien ante todos los cambios que se presentan en la vida.


En un día como hoy, siento un ligero calor en el centro de mi pecho, una secreta y velada alegría a la que no le permito que se desborde por mi supersticiosa manía de ser cautelosa.


En un día como hoy, me doy cuenta de que a veces los cambios drásticos, aquellos giros radicales que marcan la existencia del ser humano, esas vueltas que da la vida y que nunca me han hecho mucha gracia, no tienen por qué ser necesariamente presagio de algo malo. Hace un par de días le comentaba a una compañera de trabajo que recordaba sólo dos veces en las que en mi vida me había dejado guiar por mi instinto, dejando a un lado mi patológica tendencia a pensarlo y meditarlo todo siempre; en la primera ocasión, el resultado fue francamente nefasto, casi para olvidar; en el segundo caso, aún no puedo responder porque aún no conozco el desenlace.


Pero sí que sé que, en un día como hoy, me dejo acariciar por la dulce incertidumbre del mañana, procurando disfrutar de esta agradable sensación de sentir que, por una vez que me aferro al cambio, me siento satisfecha.


En un día como hoy, me voy a dormir con la sensación del trabajo bien hecho, y lo mejor de todo, con la fuerza suficiente para seguir afrontando el mañana con una sonrisa cargada de tesón.


Al final de un día como hoy, buenas noches.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: On a Day Like Today, de Keane (Hopes & Fears).


Catherine ojos azules



Creo que debería estar preocupada. Un suceso extraño me ha acontecido esta semana. He dejado de ser Catherine; he perdido toda identidad y contribución en este mundo.


Lo cierto es que no estoy en absoluto sumida en una profunda cuita; más bien, todo lo contrario.


Llevo tan sólo dos días dándoles clase a los que serán, si todo va bien, mis alumnos durante todo el curso académico 2009-2010. Es normal que yo aún no conozca del todo a mis pupilos, y es también bastante usual el hecho de que ellos no estén tampoco familiarizados conmigo. Los nombres, la actitud, la metodología en clase... todo eso se tambalea un poco al principio.


Mis alumnas aún no me conocían el primer día, pero sí sabían que yo les iba a dar clase. No recordaban tampoco mi nombre, pero sí que hicieron ver que estaban familiarizadas conmigo al destacar un rasgo de mi fisonomía. Bien es cierto que no es una traza intrínseca en mí, sino que más bien se trata de algo transitorio y que obedece a una preferencia determinada en mi persona.


Durante un día escaso dejé de ser la seño Catherine (o la profe o la maestra Catherine) para pasar a ser conocida como "la seño que se pinta los ojos de azul".


Me encanta.





Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: Sad Eyes, de Bruce Springsteen.

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