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Amiga


Esta tarde he recibido la llamada de una amiga. Una amiga de las buenas. Hace bastantes meses que no nos vemos. Ella está en el norte y yo en el sur. Y, sin embargo, las dos nos conocimos en el este. Siempre la he echado de menos porque fueron pocos los meses en los que tuvimos oportunidad de intimar más, así que, siempre que pienso en ella, aparece rodeada por un halo de nostalgia. Ella necesitaba hablar. Lamentablemente, este no está siendo su mejor año. Las cosas se han ido torciendo progresivamente los últimos meses, y para colmo de males, hace poco le han roto el corazón. La charla ha sido larga, pero no puedo evitar tener la sensación de que ha sido poco para ella. Ella no es realmente consciente de lo mucho que lamento no poder estar más cerca de ella y poder darle un buen abrazo de amiga para procurar animarla. En realidad, es lo que le he dicho esta tarde: dentro de unos años, mirará atrás y se preguntará, "¿realmente mereció la pena tanto sufrimiento?". Procuraré que, llegado el caso, también esté yo ahí al otro lado del teléfono para oirla sonreír ante el amargo recuerdo.


Los que sigan mis pequeños escritos en este blog sabrán que muy frecuentemente tiendo a esbozar mi alma a retazos a traves de esas líneas. Pero sí que es cierto que no suelo hacerlo "abiertamente", sino recurriendo al maravilloso poder del lenguaje metafórico.


Hoy va a ser la excepción. Porque mi amiga me ha hecho pensar.


No he sabido qué decirle porque, tristemente, entiendo, salvando las circunstancias de cada una, por lo que está pasando. El pasado mes de junio, al principio, pasé por algo parecido. Antes no me gustaba recordarlo, pero ahora puedo decir abiertamente que me importa un bledo, como diría aquél, hablar del tema. Porque yo tengo la plena convicción de que de todo se aprende. Y si algo he aprendido a raíz de aquello es a intentar relativizar las cosas. Y lamento con todo mi corazón haber pasado tantas semanas lamentándome por las esquinas. Jamás he sido así, y ahora sé que mis lágrimas no eran por el amor perdido, sino por mi propio orgullo mancillado; no me gusta perder ni a las canicas, y para mí eso fue un gran fracaso.


Realmente, no hace tanto que junio nos dejó, y sin embargo, yo me siento distinta. Muchas cosas en mi vida han cambiado de manera drástica y radical, y posiblemente, permanente. Mi mundo (im)perfecto, el que esbozo y construyo cada día. Todo es distinto, o quizás yo lo veo así. Relativizar y saber qué cosas son las que verdad importa. El mundo real, como me dijeron anoche. Y es verdad. El imperfecto mundo real. Y tal y como dije en la entrada anterior, yo ya sé cuál es la perfección utópica e irrealizable de mi agridulce mundo perfecto.


Necesito una buena conversación en mis solitarias tardes de café por Sevilla.


De todos modos, y como diría Segismundo, los sueños, sueños son, y yo quisiera poder eliminar el prefijo negativo de la palabra "imperfección".


Pero no puedo hacerlo sola.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Delicate, de Damien Rice (O).

Perfección


Si todo fuera perfecto, en esta mundo no habría guerras, ni gente que pasara hambre o frío, ni existiría el drama de la inmigración, ni nadie moriría inútilmente.


Si todo fuera perfecto, las personas viviríamos sin preocupaciones, nos ayudaríamos mutuamente y el dinero no sería más que papeles de Monopoly y subsistiríamos con amistosos y satisfactorios trueques. No habría deudas y la codicia y la envidia serían palabas tabú en todo diccionario.


Si todo fuera perfecto, no habría problemas de lenguaje. Todos los seres humanos del planeta hablaríamos el mismo idioma, cuya palabra raíz sería "entendimiento". Todas las demás serían sus desinencias.


Si todo fuera perfecto, no existiría la discriminación. El respeto y el mutuo enriquecimiento serían los únicos ideales a seguir.


Si todo fuera perfecto, yo me regodearía deliciosamente en este sentimiento. Intentaría saber si es recíproco. Procuraría dejar que los acontecimientos fluyeran solos, que tuvieran lugar de por sí. Contemplaría las cosas con la certeza de que, para mí, todo es perfecto, porque de hecho lo sería. Jamás me había ocurrido la completa simbiosis, la total adhesión; nunca había tenido esa certeza, ni tampoco había sentido que merece la pena el riesgo total, sin importarme las consecuencias. ¡Qué consecuencias habría de haber, si todo sería perfecto!


Porque, si todo fuera perfecto, habría finales felices y, una vez sentada descansando, esta vez no en soledad, volvería la vista atrás y comprobaría que todo sería lo que había estado buscando durante años, hasta que me percaté que no había que buscar, sino dejar que la perfección anhelada llegara sola, de la manera más insólita e involucrando a lo más insospechado.


Porque lo repentino, lo inesperado, se paladearía con cuchara de plata y con sirope de fresa dentro de esa perfección.


Pero... (siempre hay un "pero"),


...la perfección no existe, según dicen. Y yo sé que esto, por más que yo me empecine en soledad, por más que yo lo anhele en secreto (consciente), no lo es. Porque sé cuál es la principal barrera (de las muchas que puede haber, casi con toda seguridad). Porque sé que, en mi mundo, hay un hueco vacante, y nací de naturaleza testaruda, pero por más que me empecine, me temo que no es posible que ese vacío deje de ser tal. Porque, repito, la perfección no existe.


Y, porque sé que, por muchos años que pasen, ese hueco seguirá vacío. Evidentemente, quizá se llene, pero sólo será de manera física al rellenar un espacio sin nada.


Pero aún no he perdido mi carácter soñador, y siempre me pregunto "¿y si...?". Porque, en realidad, la perfección no existe, pero lo más parecido para mí es esto. Porque no puedo evitar resistirme a pensar que no es imposible... y egoístamente sigo aguardando.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Perfect, de Alanis Morrissette.

Tardes de otoño


El otoño es mi estación favorita. Quizá sea porque nací en otoño, no sé, pero el caso es que esta época del año siempre me ha parecido románticamente bucólica; la melancolía implícita en el amarilleo de la hojas me continúa subyugando. Desde siempre he vivido mis días de otoño con jersey, mangas largas y calcetines de lana. Ya dijeron que este otoño iba a ser especialmente caluroso, pero a mí me choca aún más huir de mi prototípica estación estando en Sevilla. No puedo evitar sorprenderme de ver casi en noviembre chanclas y vestidos de lino.


Pero es que me encanta pasear por Sevilla, aún en circunstancias tan ajenas a los parámetros preestablecidos en mi cabeza.


No hace mucho un amigo mío me dijo que no entendía cómo podía vivir en Sevilla y tan lejos del centro sin coche. ¿Cómo es posible que haya dejado mi coche a 300 kilómetros de aquí? En realidad, la respuesta es sencilla: no lo necesito. Me parece de locos, siendo como soy una neófita en esto de vivir en capitales, meterme sin comérmelo ni bebérmelo en atascos interminables y pugnas al volante. Adoro conducir, pero largas y tranquilas distancias. Y además, cada vez que necesito ir al centro, como hoy, tengo mi autobús. No sé si es un medio de transporte cómodo, rápido o eficaz; evidentemente, hay opiniones al respecto para todos los gustos. Pero lo que sí sé es que cada vez que yo cojo uno es como si estuviera haciendo una personal ruta turística en soledad. Mis amigos se ríen de mí, quizá porque estén tan acostumbrados a Sevilla que no sean ya conscientes de lo maravillosa que es esta ciudad.


No es ningún secreto, lo he dicho miles de veces por aquí.


Tras los cristales del autobús, veo parejas de la mano, niños y ancianos. Quizá tribus urbanas, o grupos de jóvenes que parecen clónicos entre sí. Tal vez un yuppie con traje y corbata, pero en ciclomotor, o también un estudiante que presuroso carga su mochila al hombro mirando el reloj desesperadamente porque llega tarde. Turistas y coches de caballos. La chica que ha perdido el autobús y suspira refunfuñada. Dentro otro estudiante remolonea sobre sus apuntes, pasando páginas sin orden ni concierto. Anda, la Giralda al fondo... qué preciosa es. Una taberna irlandesa: se admiten invitaciones. El anciano de atrás canta flamenco y silba al compás. Las torres de la Plaza de España y el Parque María Luisa... recorrer senderos del parque de María Luisa, al anochecer más bonito aún. "¡Castañas asadas!". "Un capuccino, por favor". Nunca me ha gustado tomar café fuera de casa en soledad, pero desde que estoy en Sevilla lo hago todas las semanas. Esta noche cuando caminaba por el centro para volver a casa no corría brisa nocturna... pero el tiempo era muy agradable, no obstante.


Este otoño es especial; dentro de dos semanas será mi cumpleaños y yo sólo sé que estoy donde quería estar. Ése es uno de mis mejores regalos. Y sólo espero seguir viviendo muchos otoños más aquí. E inviernos, primaveras, veranos...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Autumn, de Paolo Nutini (These Streets).

This Is Halloween!



Yo siempre he dicho de mí misma que era poco amiga de los cambios. Bueno, eso era antes, porque, dada mi experiencia de los últimos meses, me estoy dando cuenta que no está tan mal arriesgar... o innovar.

El caso es que el próximo fin de semana todo el mundo anglosajón estará celebrando por todo lo alto la festividad de Halloween. Bueno, el mundo anglosajón y también nuestro país. Nunca he sido muy aficionada a las celebraciones inglesas en nuestro país, pero bueno, es algo que paulatinamente se está implantando, así que en fin, o te unes al enemigo o...

Esta semana les he preparado a mis alumnos una programación especial sobre Halloween. Van bastante avanzados en el temario, así que pensé que no estaría mal dedicarle un par de clases a esta festividad. Cultura, origen, vocabulario, juegos... todo puede resultar muy interesante si se enmarca dentro del contexto apropiado. Así que, como colofón final, les pondré un ejercicio de fill-the-gap con una canción, This Is Halloween, de una de mis películas favoritas: Pesadilla antes de Navidad, (The Nightmare Before Christmas, 1993), película producida por mi director predilecto, Tim Burton.

He estado todo el fin de semana preparando las clases "especiales" para esta semana. Realmente, ahora mismo no sé si me hace más ilusión a mí que a los niños. Les encargué que durante esta semana me buscaran información sobre la película: argumento, personajes... in English, obviously. Evidentemente, mientras preparaba los temas a tratar estaba más y más feliz... soy peor que ellos, en el fondo; voy a disfrutar como una enana durante esta próxima semana.

Y es que soy una auténtica fanática de Jack Skellington... y del merchandising derivado.

Sólo espero que tanto plan salga bien... y que, sobre todo, disfruten aprendiendo. De eso también soy fanática.




Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Y pulsamos el play...

Crystal Clear


Enamoramiento: m. Acción o efecto de enamorar o enamorarse.


Confusión: f. 1. Acción o efecto de confundir. 2. Perplejidad, desasosiego, turbación de ánimo. 3. Equivocación, error. 4. Abatimiento, humillación. 5. Afrenta, ignominia.


Impaciencia: f. Intranquilidad producida por algo que molesta o que no acaba de llegar.


Anhelo: m. Deseo vehemente.


Admiración: f. 1. Acción de admirar. 2. Cosa admirable.


Sonrisa: f. Acción y efecto de sonreír.


Cariño: m. 1. Inclinación de amor o buen afecto que se siente hacia alguien o algo. 2. Manifestación de dicho sentimiento. 3. Añoranza, nostalgia. 4. Esmero, afición con que se hace una labor o se trata una cosa. 5. Regalo, obsequio.


¿Y es posible sentirlo todo a la vez sin volverse loco? Yo, de momento, no he enloquecido.


...Creo.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Crazy Feeling, de Lou Reed.

Shape of My Heart, de Sting

Hay canciones que marcan una vida y, por muchos años que pasen, seguiremos escuchándola y no nos dejarán indiferentes. Por un lado, nos retrotraerán a momentos pasados, amargos o dulces, en los que esa canción sonaba como banda sonora del momento vivido; por otro, si una partitura es realment especial, siempre conseguiremos encontrarle algo nuevo a cada reproducción, y durante el breve intervalo de su duración, nos sentiremos deliciosamente indefensos al hallarnos otra vez neófitos en la materia.

Ésto me ocurre a mí con bastantes canciones, pero cada una de ellas es especial. Y Shape of My Heart, de Gordon Sumner (nuestro Sting), es un claro ejemplo de lo que quiero decir. Esta canción se incluyó en el cuarto álbum de estudio del cantante, Ten Summoner's Tales. Lo cierto es que es un disco a descubrir. Sting se identifica en cada canción como el personaje the summoner, incluido en The Canterbury Tales, de Geoffrey Chaucer, y es como si el propio cantante contara al oyente cada historia. Grandes canciones están incluidas en ese álbum, no sólo la que me ocupa, sino otra realmente extraordinara como es Fields of Gold.

Pero Shape of My Heart sigue siendo mi favorita, y sobre todo, cuando la guitarra de Dominic Miller acompaña a Sting.

Tan sólo un último aporte más: hoy escuchaba esta canción mientras hacía una tarea tan simple y llana como limpiar mi piso. En realidad, pongo música de fondo para cualquier cosa cotidiana que haga. Cuando comenzaron a sonar las primeras notas de guitarra, dejé lo que estaba haciendo y tomé asiento. Lo único que fui capaz de hacer fue escuchar... y pensar.



Y permítaseme apropiarme, como hago siempre, de estos cuatro versos, mis predilectos, de la letra de la canción:

"And if I told you that I love you
You maybe think there's something wrong.
I'm not a man of too many faces,
The mask I wear is one."

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: ¿Lo adivinas?

Lluvia en el cristal


Es tarde, ya casi ha anochecido por completo y hace relativamente poco que he vuelto a casa. Ha ocurrido hoy lo que todos nos esperábamos y suponíamos: el frío ha venido de golpe. Y yo, sinceramente, lo agradezco. Nací hace 24 años en plena nieve y de aquí al 8 de noviembre todavía queda unas semanas, pero no me imagino un día como ese con un sol de justicia... sería un cumpleaños irreal, o cuanto menos, atípico.


Hace frío, es tarde de chándal, calcetines de lana, mangas largas, algo caliente y encogerse en el sofá. Tade de quemar incienso, lectura de El ladrón de cuerpos, de Anne Rice, o quizá ver una buena película. ¿Amélie o Master and Commander? Antitéticas, pero dos de mis predilectas.


En estas tardes que se nos avecinan apetece encerrarse entre cuatro paredes y disfrutar del calor del hogar, de las mantas, de los calcetines.


En el piso hace frío... y me pregunto, ¿debería pensar que las letras de las canciones que escucho son la historia de mi vida? Tanto buscar mensajes ocultos no hace ningún bien a las tardes de lluvia y de pijama.


Quizá debería volver a la lectura del libro de Rice o hacer que el visionado de la película sea una realidad, pero los pensamientos, igual que la lluvia en mi cristal, repiquetean en mi cabeza. Pensamientos monotemáticos desde hace semanas.


Me siento gris y lluviosa... como el día, como las gotas que empapan mi cristal.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Rain, de Mika (The Boy Who Knew Too Much).

I'm late!


Qué cortos se me hacen los lunes, pero esto es así porque es uno de los días de la semana en los que más ajetreo tengo (los martes también, la verdad). Lo cierto es que los lunes me gustan porque se me pasan volando, pero odio sobremanera estar siempre con prisas. No sé cómo me las apaño, pero Catherine Heathcliff acaba siempre yendo a todas partes con la hora persiguiéndola. Y mira que lo intento hacer todo con tiempo... y lo consigo, pero siempre por los pelos.


"Luego te llamo, que llego tarde".


"No, lo siento, hoy no puedo, estoy hasta arriba y además, voy tarde".


Pero ojo, en realidad, jamás llego tarde. No me gusta esperar, así que procuro no hacer que los demás tengan que aguardar por mi causa. "Eres británica hasta para eso", que diría mi padre. Y no es eso, es cuestión de procurar hacer las cosas medianamente bien.


¿Y qué me aguarda al llegar a casa, después de tanto ajetreo? Silencio, oscuridad, ni una luz encendida, nadie. Y la sensación de que también voy a llegar tarde porque no veo el momento de aferrarme a mi cama con toda la fuerza que el cansancio me permita.


No hay nada mejor que descansar cuando se está realmente cansado. Insuperable punto y final para un día inmejorable.


...buenas noches...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Better Days, de Bruce Springsteen.

El síndrome de los domingos por la tarde


Nunca me han gustado los domingos. En realidad, es que los detesto por encima de todas las cosas. Bueno, creo que todo ser humano trabajador que se precie lo va a odiar sobremanera. Ya se sabe:


Domingo = preludio del comienzo de otra semana más de trabajo = final del fin de semana


Pues eso, que a mí tampoco me gustan los domingos por la tarde. Bueno, es que no me gusta el día de domingo enterito, todo él. Siento recurrir a mi romanticismo patológico, pero en mi caso no es porque sea la antesala a otra semana más de trabajo, sino por malos recuerdos personales que se retrotraen a mi infancia. Hubo una triste época, cuando yo tenía entre 10 y 11 años, en la que la tarde del domingo implicaba tristes despedidas continuas. En fin, ya pasó, cierto, pero desde luego eso sigue muy marcado en mí, a pesar de haber pasado ya más de 13 años.


Las cosas están empezando a cambiar, y si bien sigo odiando los domingos por las tarde, ahora el síndrome es un poco menos agrio; agridulce, quizás. Mis tardes de domingo ahora son preludio de despedidas también, pero menos tristes. Mis padres vienen a verme durante la mayoría de los fines de semana; yo no suelo volver a casa porque, para bien o para mal, he de reconocer que mi casa está aquí. En realidad, no tengo casa, es un piso alquilado, tercera planta sin ascensor, sin aire acondicionado -craso error en Sevilla-, a diez minutos de mi puesto de trabajo, eso sí, pero horriblemente lejos del centro de la ciudad. Y, sin embargo, para mí es mi piso, mi casa. No sé en realidad qué es lo que va a pasar en el futuro, pero lo que sí tengo claro es que no me quiero marchar de aquí, porque repito, ésta es mi casa, mi hogar.


Los domingos por la tarde ahora son de despedida otra vez, pero enmarcada en circunstancia más venturosa. Mientras escribo esto, escucho y no oigo nada... mi piso vuelve a estar en silencio, tan sólo roto por el repiquetear de mis dedos en el teclado del ordenador y la música de fondo. La soledad de mi casa, de nuevo, soledad acojedora, símbolo de grandes cambios.


En primera persona, buena música, una taza de Cola-Cao caliente... y el anhelo de compartir las últimas horas del apacible fin de semana con una segunda persona. Síndrome de los domingos por la tarde compartido.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Sunday Morning Call, de Oasis, y Tarde de domingo rara, de Amaral (Gato negro, dragón rojo).


Sinopsis: Estamos en Berlín, en abril de 1945, justo antes del final de la Segunda Guerra Mundial. La nación alemana está a punto de sufrir su hundimiento. Una encarnizada batalla se libra en las calles de la capital. Hitler (Bruno Ganz) y su círculo de confianza se han atrincherado en el búnker del Führer. Entre los más allegados de Hitler se encuentra Traudl Junge (Alexandra Maria Lara), su secretaria personal. Mientras tanto, en las calles de la capital, la situación se recrudece. A pesar de que Berlín ya no puede resistir más, el Führer se niega a abandonar la ciudad. Mientras el sangriento peso de la guerra cae sobre sus últimos defensores, Hitler, acompañado de su amante Eva Braun (Juliane Köhler), prepara su despedida final...


No sé qué me pasa que de un tiempo a esta parte me he aficionado a ver películas bélicas. Lo cierto es que me gustan bastante, y este género está comenzando a estar entre mis favoritos. Y entre las grandes del género suelen estar las que centran su trama en la Segunda Guerra Mundial. Hace poco tuve la oportunidad de ver Malditos Bastardos (2009), y hace unos meses estuve en el cine para ver Valkyria (2008). Fue precisamente al comprarme esta última en dvd cuando la encontré en una caja en la que venía acompañada de El Hundimiento. La verdad es que tenía muchísimas ganas de verla, en parte animada por las buenas críticas que esta producción alemana había recibido. Y hay que reconocer que el planteamiento de ésta es francamente interesante y a mí se me antojó bastante realista, pues a mi juicio, ofrece una visión de la historia muy fiel a la realidad.


Nominada a los Oscars como mejor película de habla no inglesa, lo innovador de esta historia es que está basada de primera mano en el testimonio de la secretaria personal de Adolf Hitler, Traudl Junge, testigo de excepción de las últimas horas del Führer. De hecho, la película comienza con imágenes reales de la auténtica Junge contando sus vivencias en los últimos días de Hitler. Como si de un documental se tratara, este comienzo radical le da un realismo especial a la película. No sólo eso, sino la inconmensurable interpretación del actor suizo Bruno Ganz en el papel de Hitler hace sentir al espectador como si estuviera viendo todo lo que ocurrió en esos últimos días a través de un agujero en las paredes del búnker. Genial interpretación, sobresaliente.


Me gustaría también destacar a los secundarios, muy buenas interpretaciones también, en general. Lo cierto es que retratar la caída de Hitler permite contemplar también aquéllos que nunca comulgaron con sus crueles y delirantes ideales, aquéllos que le profesaban una devoción ciega, y aquéllos que permanecieron con él hasta el final, bien por voluntad propia o bien por terror. Mención aparte merece el personaje de Eva Braun, retratado como una mujer frívola y cegada por el megalómano mundo construido por Hitler, pero que en el fondo da a entender al espectador que su refugio en la opulencia no es más que un modo de cerrar los ojos ante el cruel desastre ideado por su amante.


En general, una película muy buena, que a pesar de hacerse a ratos bastante pesada (son más de dos horas y media de metraje) y de tener escenas realmente crudas, pretende mostrar con el suficiente rigor histórico lo que verdaderamente ocurrió en las últimas horas de vida de Adolf Hitler. Muy recomendable, pero eso sí, mejor tomarla como una clase de historia que como una película de entretenimiento...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Love and Peace or Else, de U2 (How to Dismantle an Attomic Bomb).

Somnus


Hoy es viernes, fin de semana. Necesito descansar, el cuerpo me lo demanda, como supongo que así lo hace a todos los que trabajamos. Tengo muchísimo sueño ya a esta hora...

Dicen que los fines de semana siempre saben a poco. De un tiempo a esta parte, a mí se me hacen bastante largos... y la semana demasiado corta. Trabalenguas sin sentido aparente.

Esta noche, empero, dormiré bien.

Con permiso:





...gracias...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Pulsa el play.



La luz al final del camino




- ¡Ay, Catherine! ¡Qué alegría oírte! ¿Qué tal va todo? ¿Cómo estás?


- Pues estoy... bien. Estoy muy bien.




Cuando esta tarde le dije a una de mis mejores amigas que estaba bien, fue sólo confesar la verdad. No sé realmente el porqué de esta buena sensación, ni tampoco entiendo por qué llevo todo el día de hoy intentando encontrar una razón. Quizá el quid de la cuestión está en que no recordaba cuándo fue la última vez en la que yo me sentí tan bien en todos los sentidos de mi vida. O tal vez sea el cambio de aires, de ciudad, de trabajo, de vida...




Hace unas semanas le decía a alguien que siempre había sido poco amiga de los cambios y que sólo recordaba dos veces en mi vida en las que me había aferrado a las oportunidades sin pensar en las consecuencias. La primera vez que lo hice resultó un completo desastre; la segunda vez estaba todavía por ver el resultado. A día de hoy sólo puedo concluir diciendo que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida.




La ansiada luz al final del camino se me antoja más nítida, y cada día camino sin prisa, pero sin pausa hacia esa luz. Anhelo saber qué se oculta detrás de su resplandor, y a cada paso, se vuelve más deliciosamente cegadora. Tan sólo pido que ese brillo siga ahí, y que siempre pueda recurrir a la sonrisa en los inevitables claroscuros que también, supongo, estarán por llegar.




La aventura de vivir, dicen...




Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: There Is a Light that Never Goes Out, de The Smiths.

Poquita cosa


Lo he dicho en más de una ocasión en este blog, pero me reitero porque es la pura verdad: estoy muy contenta de mi trabajo y de mis alumnos, a pesar de que tienen días... y días.


Siempre he dicho que la profesión de profesor es una de las ocupaciones más hermosas que un ser humano puede desempeñar. Intentar inculcar tus conocimientos a todo aquél que quiera aprender resulta una tarea muy gratificante, y francamente, no concibo mi vida haciendo otra cosa. Porque yo siempre digo que aunque haya un sólo par de ojos y oídos dentro de un aula dispuestos a escucharte y a aprender de lo que estás diciendo, la labor del docente ha encontrado sentido pleno.


Hace unas semanas, un alumno mío se acercó a mí en mitad de la clase, mientras un compañero suyo corregía unos ejercicios en la pizarra y los demás atendían a la corrección... o eso parecía. El chico en cuestión se dirigió a donde yo estaba y, muy silencioso y enigmático, se acercó todo lo que pudo y me entregó una estampita mientras me decía al oído: "Seño... esto es una imagen de [...] ... de la Virgen del [...], para que la proteja siempre". Con sinceridad, a mí se me saltaron las lágrimas. Si alguien que jamás haya vivido una experiencia semejante está leyendo estas líenas, se asombrará de que a mí este hecho aislado me pareciera el mundo entero, a pesar de ser, aparentemente, poquita cosa. El alumno en cuestión mantiene una actitud y comportamiento ejemplar, y es más bien callado y tímido. Conociéndolo durante estas semanas, presumo -sin temor a equivocarme- que su propia timidez sería un impedimento a priori para acercarse a mí para tratar un tema ajeno a lo académico. Y directamente, no me pronuncio en si alguien que lea esto cataloga la actitud del pequeño como de adulación sin encubrir a la profe que lo va a evaluar... sinceramente, soy incapaz de ver su ofrecimiento como otra cosa que no sea un altruismo profundo.


Poco tiempo después, una alumna quiso hablar conmigo acabada la clase. Yo creía que se trataba de algo relacionado con su evolución en la asignatura, ya que es bastante buena estudiante. Pero me equivocaba, pues me sorprendió que me dijera: "Seño... yo quiero una toallita". No pude evitar sonreir. El tema de las toallitas me hace bastante gracia. Yo no soporto la tiza en los dedos cuando termino mis clases, así que siempre que puedo, abro mi bolso y saco una toallita húmeda, de esas que vienen en paquetitos, para limpiarme las manos. Bueno, pues parece ser que mis toallitas se están convirtiendo en asunto de estado, porque tengo una legión de fans -casi todos chicas- entre mis alumnos. Y es que las toallitas que yo uso son especial para manos y huelen francamente bien, además de ser bastante buenas. Pero yo creo que lo que más le gusta a las niñas son los dibujos: son toallitas que tienen estampadas a las Princesas Disney. Y yo claro, asumo que soy bastante mayorcita para andar con toallitas de ese tipo, y es verdad, pero a mí me gustan mucho. En ese sentido, soy peor que todos mis alumnos juntos, pero en mi defensa he de alegar que, de verdad, son toallitas muy buenas y huelen muy, muy, muy bien. El caso es que yo le di una toallita a esta alumna y ahí quedó la cosa. Poquita cosa otra vez, ¿no? Bueno, pues al día siguiente me vino la misma alumna con la misma toallita que yo le había dado, y cuál no sería mi sorpresa cuando veo que la había plastificado y me pedía que se la firmara... ya no es el hecho de que quisiera que se la firmara, sino que ¡la plastificó! Es que ahora mismo estoy escribiendo esto y no deja de sorprenderme, a pesar de que ya han pasado los días.


"Con cariño de la 'seño' Catherine. P.D. ¡Estudia inglés!".


Poquita cosa, ya ves. Pero estas poquitas cosas son las que jalonan mi día a día tras las puertas de cada aula. Tengo días buenos, días que no lo son tanto, y otros que son horribles. La semana pasada una madre de un alumno me dijo: "mi niño me ha dicho que el inglés se le había dado fatal desde siempre, pero desde que está con la 'seño' Catherine está empezando hasta a gustarle". No sé si estas cosas serán un antídoto para mi vanidad, pero lo que sí es cierto es que por un día nefasto en un aula, un sólo comentario de este tipo, o una actitud, o una sonrisa, o una contribución acertada, o una mano alzada, poquita cosa, hacen que llegue a casa a la hora de comer, deje mi maletín en la estantería y me siente tranquila de que mi trabajo está bien hecho... al menos, otro día más.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Sweet Pea, de Amos Lee (Supply & Demand).

Castillos en el aire


Porque todo a veces me resulta raro de narices. O más bien, una de dos: o las cosas son tremendamente complicadas, o increiblemente fáciles, y la cuestión es que soy yo la que tiende a liar todo lo que es realmente sencillo. Sinceramente, no sé a qué conclusión llegar.


Porque puede ser que, en realidad, yo vea las cosas muy claras y las exponga sobre la mesa sin tapujos, y no sea habitual o no se tenga por costumbre hacerlo así.


Porque me declaro culpable del delito de construir castillos en el aire. El sector inmobiliario está en crisis, dicen, pero yo no paro de construir, y construir, y construir... hileras completas de castillos, una detrás de la otra, adosados. Y me propongo cada día huir de mi afán repentino de especuladora inmobiliaria, pero siempre vuelvo a esta enfermiza tendencia que, la verdad, acaba agotando y, en última instancia, consumiendo.


Porque me siento bastante estúpida y ridícula escribiendo estas líneas, y porque sé que no van a llegar a ninguna parte. Ni siquiera consiguen apaciguar mi alma, ni construyen un mensaje con sentido que pueda ser correctamente interpretado, porque tampoco es mi intención.


Porque soy plenamente consciente de que es mejor que me mentalice de que a esto que estoy escribiendo he llegado yo solita. No he necesitado excesivos empujones, ni acicates.


Porque sé que el secreto anhelo es literalmente imposible, así que más vale que comience a ir vendiendo los castillos construidos durante semanas al mejor postor. Ya comienzan a estar colgados los carteles de for sale...


Porque, a pesar de todo lo expuesto, le pido permiso a Mika para apropiarme de unas líneas de una canción suya maravillosa:


I'm standing across from you (but I see you),

I've dreamt alone, now the dreams won't do (but I see you),

I'm standing across from you (but I see you)

I've dreamt alone, now the dreams won't do (but I see you).


Y porque sé que, como en la canción, yo sólo necesitaré una mirada para reconstruir mis castillos en el aire...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: I See You, de Mika (The Boy Who Knew Too Much).

Indirectas


Indirecta. Del lat. indirectus. 1. adj. Que no va rectamente a un fin, aunque se encamine a él. 2. f. Dicho o medio de que alguien se vale para no significar explícita o claramente algo, y darlo, sin embargo, a entender.


Soy una persona tremendamente despistada para según qué cosas. Una de ellas es cuando voy por la calle caminando. Generalmente, voy metida en mi mundo y en mis cosas, mirando al suelo la mayoría de las veces, y si me cruzo con alguien conocido, paso olímpicamente, pero de manera totalmente involuntaria. Es ese alguien el que a veces decide manifestar su presencia, u otras veces, directamente se sorprende y piensa inevitablemente que soy una completa imbécil.


Mi despiste también va a veces al terreno de la conversación. Es muy fácil quedarse conmigo porque soy bastante crédula a veces. Inocente, tal vez, o también un poco tonta, no lo sé. Y es curioso, porque si hay una persona a la que le gusten más los juegos de palabras, las ironías, los comentarios (creo) ingeniosos, y sobre todo, las indirectas, esa soy yo. Me encantan, y me gusta aún más estar delante de mi interlocutor y que capte el doble sentido que a veces mis palabras encierran.


Y también me gustan las indirectas. Bien por timidez, o bien por ser mordaz si la ocasión lo requiere, o bien por ser incapaz de decir según que cosas abiertamente, recurro a las indirectas.


Y últimamente las uso con demasiada frecuencia. Probablemente, esta tendencia se deba ahora mismo a una gran timidez a decir lo que quiero de manera abierta, pero es que me encantaría saber que mi interlocutor actual las está captando. A veces me da la sensación de que sí, y otras no tanto, no lo sé. Mi mensaje indirecto es bastante bonito, creo. Bueno, y yo qué sé, si esto del lenguaje es complicado de narices... por eso soy filóloga.


Y es que creo que, en las últimas semanas, casi todo lo que expreso parece tener un sólo destinatario. Examen de conciencia de última hora. Y yo parece ser que he agotado mis recursos lingüísticos y me he visto recluida en el pantanoso mundo de las indirectas.


Porque... si cuando usamos las indirectas, nuestros interlocutores no nos siguen, ¿no es más frustrante acaso que decir las cosas sin rodeos y exponerte a la tambaleante opción del 50% afirmativo y el 50% negativo?


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Manda una señal, de Maná (Amar es combatir).

There's No Place Like Home


Regresar a tu hogar siempre es bonito. Es agradable volver a ver a los tuyos, reencontrarte con entornos más que familiares, contemplar de nuevo calles, sitios y miradas conocidas. Me gusta saludar de nuevo a viejos amigos, que siempre responden con una sonrisa y el obligado: "¿Estás aquí? ¡Qué alegría volver a verte! ¿Qué tal va todo por allí? ¿Estás contenta?".


Este fin de semana regreso a casa. Mañana viernes saldré de aquí sobre las siete de la tarde. Me esperan tres horas de coche hasta mi hogar, y el domingo tocará regresar a la rutina. Es apenas un día y medio, y entre la ida y la vuelta, paso seis horas dentro de mi coche conduciendo. No me importa, me encanta conducir. No obstante, se me hace pesado volver para estar tan poco tiempo y separarme de nuevo de los míos... de mi madre, sobre todo.


Mi hogar... ¿dónde está, en realidad? Me apetece volver a casa, pero también quiero seguir aquí... En esta ciudad me siento bien. Tal vez, sólo tal vez, si me quedara este fin de semana en mi nueva ciudad, estaría la tarde del domingo corrigiendo las redacciones que perezosamente he ido posponiendo durante el viernes y el sábado; y tal vez, sólo tal vez, y si quizá los planetas se alinearan, o si hubiera un inminente cataclismo nuclear, o si los extraterrestres hubieran planeado una inminente invasión a la tierra, antes de que todo esto ocurriera, yo dejaría el bolígrafo rojo a un lado, levantaría la cabeza de tanta redacción y respondería a esa llamada de teléfono que llevo esperando durante toda esta semana...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Nothing Like Home, de The Kelly Family (Almost Heaven).

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