El otoño es mi estación favorita. Quizá sea porque nací en otoño, no sé, pero el caso es que esta época del año siempre me ha parecido románticamente bucólica; la melancolía implícita en el amarilleo de la hojas me continúa subyugando. Desde siempre he vivido mis días de otoño con jersey, mangas largas y calcetines de lana. Ya dijeron que este otoño iba a ser especialmente caluroso, pero a mí me choca aún más huir de mi prototípica estación estando en Sevilla. No puedo evitar sorprenderme de ver casi en noviembre chanclas y vestidos de lino.
Pero es que me encanta pasear por Sevilla, aún en circunstancias tan ajenas a los parámetros preestablecidos en mi cabeza.
No hace mucho un amigo mío me dijo que no entendía cómo podía vivir en Sevilla y tan lejos del centro sin coche. ¿Cómo es posible que haya dejado mi coche a 300 kilómetros de aquí? En realidad, la respuesta es sencilla: no lo necesito. Me parece de locos, siendo como soy una neófita en esto de vivir en capitales, meterme sin comérmelo ni bebérmelo en atascos interminables y pugnas al volante. Adoro conducir, pero largas y tranquilas distancias. Y además, cada vez que necesito ir al centro, como hoy, tengo mi autobús. No sé si es un medio de transporte cómodo, rápido o eficaz; evidentemente, hay opiniones al respecto para todos los gustos. Pero lo que sí sé es que cada vez que yo cojo uno es como si estuviera haciendo una personal ruta turística en soledad. Mis amigos se ríen de mí, quizá porque estén tan acostumbrados a Sevilla que no sean ya conscientes de lo maravillosa que es esta ciudad.
No es ningún secreto, lo he dicho miles de veces por aquí.
Tras los cristales del autobús, veo parejas de la mano, niños y ancianos. Quizá tribus urbanas, o grupos de jóvenes que parecen clónicos entre sí. Tal vez un yuppie con traje y corbata, pero en ciclomotor, o también un estudiante que presuroso carga su mochila al hombro mirando el reloj desesperadamente porque llega tarde. Turistas y coches de caballos. La chica que ha perdido el autobús y suspira refunfuñada. Dentro otro estudiante remolonea sobre sus apuntes, pasando páginas sin orden ni concierto. Anda, la Giralda al fondo... qué preciosa es. Una taberna irlandesa: se admiten invitaciones. El anciano de atrás canta flamenco y silba al compás. Las torres de la Plaza de España y el Parque María Luisa... recorrer senderos del parque de María Luisa, al anochecer más bonito aún. "¡Castañas asadas!". "Un capuccino, por favor". Nunca me ha gustado tomar café fuera de casa en soledad, pero desde que estoy en Sevilla lo hago todas las semanas. Esta noche cuando caminaba por el centro para volver a casa no corría brisa nocturna... pero el tiempo era muy agradable, no obstante.
Este otoño es especial; dentro de dos semanas será mi cumpleaños y yo sólo sé que estoy donde quería estar. Ése es uno de mis mejores regalos. Y sólo espero seguir viviendo muchos otoños más aquí. E inviernos, primaveras, veranos...
Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Autumn, de Paolo Nutini (These Streets).
Etiquetas: Íntimo y personal
4 Comments:
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Blacwood.
Ayer, cuando escribía esta entrada, tuve idéntico pensamiento, por cierto.
En realidad, este blog precisa de tus comentarios. Créeme. Palabra.
Catherine Heathcliff.
Un besazo, guapísima.
Catherine Heathcliff.