En un día como hoy, y antes de irme a dormir, hago balance de esta jornada. No puedo evitar hacer una comparación inevitable entre este día y cualquier otro de la semana anterior. Las comparaciones son odiosas, dicen, pero muy a menudo son inevitables, e incluso necesarias.
En un día como hoy, me doy cuenta una vez más del tinte indómito de mi carácter y que siempre va conmigo. La natural impaciencia de mi personalidad hace que me desespere con frecuencia, que intente hacer correr el tiempo con rapidez, que procure sentirme al cien por cien ante todos los cambios que se presentan en la vida.
En un día como hoy, siento un ligero calor en el centro de mi pecho, una secreta y velada alegría a la que no le permito que se desborde por mi supersticiosa manía de ser cautelosa.
En un día como hoy, me doy cuenta de que a veces los cambios drásticos, aquellos giros radicales que marcan la existencia del ser humano, esas vueltas que da la vida y que nunca me han hecho mucha gracia, no tienen por qué ser necesariamente presagio de algo malo. Hace un par de días le comentaba a una compañera de trabajo que recordaba sólo dos veces en las que en mi vida me había dejado guiar por mi instinto, dejando a un lado mi patológica tendencia a pensarlo y meditarlo todo siempre; en la primera ocasión, el resultado fue francamente nefasto, casi para olvidar; en el segundo caso, aún no puedo responder porque aún no conozco el desenlace.
Pero sí que sé que, en un día como hoy, me dejo acariciar por la dulce incertidumbre del mañana, procurando disfrutar de esta agradable sensación de sentir que, por una vez que me aferro al cambio, me siento satisfecha.
En un día como hoy, me voy a dormir con la sensación del trabajo bien hecho, y lo mejor de todo, con la fuerza suficiente para seguir afrontando el mañana con una sonrisa cargada de tesón.
Al final de un día como hoy, buenas noches.
Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: On a Day Like Today, de Keane (Hopes & Fears).
Etiquetas: Ego laboro, Íntimo y personal
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