- ¿Juras decir la verdad, nada más que la verdad?
- Lo prometo.
- No, lo prometo no; ¿lo juras?
- No, no lo juro; lo prometo. Desde pequeña me insuflaron el temor reverencial de nunca jurar y eso es lo que hago: nunca juro, sino que prometo.
- Bueno, tanto da. ¿Tienes ya lista tu confesión?
- Sí. Llevo todo el día de hoy con ella en mi cabeza.
- Comienza, pues.
- Es que no me apetece comenzar. Tampoco sé realmente si la confesión servirá para algo.
- La utilidad de tus palabras está por ver. De todas formas, eres plenamente consciente de que tus palabras no siempre han surtido el efecto deseado; o tal vez sí, y lo ignoras.
- Tal vez sí, y yo lo ignoro.
- ¿Pues...?
- Pues...
>> Confieso que todo ha cambiado. Casi estando en el final de año, puedo decir que difiere en su totalidad de cómo empezó. Todo lo que me rodea es diferente, satisfacción es la única palabra que se me ocurre para hacerle justicia a la sensación general que tengo dentro de mí. Estoy tranquila, francamente tranquila.
>> Confieso que yo misma me veo diferente en todos los sentidos; cambiada. Una vez mi madre me dijo que la gente nunca cambiaba, que siempre eran de tal o cual manera, pero dejaban a la luz la cara que mejor le convenía según las circunstancias. Yo no sé si es porque todo lo que diga mi madre para mí es palabra de Dios, a pesar de mis 25 años, pero la cuestión es que yo me lo creí a pies juntillas. Pero he constatado que es una verdad a medias, que dicen que es la peor de las mentiras. Yo lo siento, lo he experimentado, y hoy puedo decir que no soy la misma.
>> Confieso que si algo he aprendido durante todos estos meses es a dejar el tiempo correr. Las cosas vienen solas si no las buscas, dicen, porque empecinarse en la continua búsqueda de algo conlleva a la inevitable frustración y consiguiente desesperación ante la amarga espera.
>> Confieso que jamás me curaré de una grave enfermedad que padezco, llamada impaciencia. Jamás. Y eso es una paradoja, porque si he aprendido a dejar el tiempo correr no sé a cuento de qué sigo padeciendo esta impaciencia patológica que trunca cualquier intento de apaciguar mi agitado espíritu.
>> Confieso que me doy cuenta, cada día más, de lo difícil que soy. Soy una persona llena de complejidades, y supongo difícil de conducir en la intimidad. Quizá sea por eso por lo que últimamente tiendo a psicoanalizarme bastante y a llegar a determinadas conclusiones.
>> Confieso que todo es mucho más sencillo de lo que yo lo hago. Sería conveniente que aprendiera de una vez por todas y me autoconvenciera de que en esto he perdido. Tirar la toalla, quizás, y no empecinarme en algo que siempre he sabido que no estaba predestinado a mis manos. No sé por qué llegado a cierto punto disfracé lo que de hecho tenía delante de mí y obvié el factor de que son razones de peso para la no realización. El cerebro debe pesar más que el corazón, y lamentablemente ahora mismo no consigo evitar que mi corazón sea más pesado que mi masa encefálica.
>> Confieso que todo esto me sabe a poco. Las palabras vertidas, derramadas. ¿Por qué me es tan fácil escribir y me cuesta tanto hablar? Me cuesta hablar, y sin embargo, jamás guardo silencio.
>> Confieso que me gustaría saber realmente qué piensas.
-Ya es suficiente.
Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Private Universe, de Crowded House (Recurring Dream).
Etiquetas: Íntimo y personal
2 Comments:
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Reza por mí =D
Ay, ¡qué envidia me das! Espero que haya suerte y sea una experiencia inolvidable, porque te lo mereces.
Un besazo, cielo.
Catherine Heathcliff.