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¡Qué me gusta mi trabajo! Por todos es sabido. En realidad es un camino de espinas, lleno de días horribles... pero cuando los momentos buenos (que los hay) aparecen, borran cualquier atisbo de sinsabor. Hace dos semanas, feché el examen del tema 6. Llegó el momento en el que una clase de 1º ESO a los que yo le doy Inglés tenía que realizar el examen. Normalmente, al principio de cada prueba, yo suelo explicar en qué consiste cada pregunta (da igual las veces que lo haga, siempre hay alguien que pregunta constantemente que cómo era, que no se acuerda). El caso es que el ejercicio número 4 consistía en describir la indumentaria de un personaje cualquiera, incidiendo en los colores, el estampado y el tipo de prenda. El personaje elegido fue este:

Sé que no tiene colores, pero yo les expliqué más o menos cómo sería el color de cada prenda. Al fin y al cabo, me interesaba ver cómo construían frases y cómo practicaban las reglas de posición del adjetivo inglés.

El caso es que a mí esta actividad me gustaba. Me resultaba simpática, para qué engañarnos. Hay veces que yo me creo que es la actividad más maravillosa del mundo y los niños te miran con cara rara, en plan "Dios, cuánto me aburro, que se calle esta ya". Bueno, ese no fue el caso, sólo faltaría; era un examen, así que interés 100%... o más o menos.

Porque cuando yo terminé de explicarles este ejercicio, con la retahíla de detalles a tener en cuenta y demás, les pregunté:

- ¿Hay alguna duda sobre este ejercicio?

A lo que ellos me respondieron:

- ¡¡¡¡¡Noooooooooo!!!!!

Todos a coro, qué monos. Yo ya pasé, obviamente, a la actividad 5. Pero una de mis alumnas levanta la mano de golpe y pregunta:

- Seño, ¿cómo se llama el payaso?

Ante estas preguntas, ¿qué es lo que se supone que un profesor debe decir? ¿Le reprende porque le ha interrumpido intencionadamente o no, y los demás compañeros se ríen? ¿Ignorarle? ¿Seguirle el juego? Yo opté por la tercera opción, que sé que no es la más recomendable, pero a mí siempre se surte efecto; la ironía es básica, y aunque a veces ellos no la captan, sí que es verdad que mi cara lo dice todo. El caso es que yo le dije:

-Pepito, hija, se llama Pepito.

Ahí quedó la cosa. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando corregí su examen, que en su redacción sobre el payaso había empezado tal que así:

Pepito is wearing a red hat...


Esto es tal cual lo estoy contando. Así que nada, bautizamos al payaso y a los niños les caló hondo. ¡Claro, no podemos dejarlo sin cristianizar!

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Let Me Entertain You, de Robbie Williams.



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