Blogger Template by Blogcrowds.

Amélie (2001), de Jean-Pierre Jeunet



Anoche tuve el placer de poder disfrutar de una película que hasta ese momento había contemplado con escepticismo. No puedo dar una razón convincente de por qué mi actitud había sido tan reticente hacia Amélie (Le Fabuleux destin d'Amélie Poulain, en el original), pero lo cierto es que siempre que, por alguna razón, esta película se topaba en mi camino le volvía la vista, y continuaba mi camino. Hasta ayer.


Esta semana, como de costumbre, el destino quiso poner la edición especial (dos discos) de la película de Jeunet delante de mí en el expositor de los grandes almacenes. Tan sólo seis euros. Cogí la película entre mis manos, pero después la devolví a su sitio. Continué mi camino, cambiando de sección y, básicamente, ocupándome de la compra semanal; pero algo me hizo volver a por Amélie. Y así lo hice, me arriesgué... y acerté de pleno.



Amélie es una película absolutamente deliciosa. No se me ocurre otro adjetivo que la describa mejor. Desde el comienzo, la magia, el mundo oculto y privado de Amélie Poulain te envuelve, te atrapa, y cuando la proyección termina, te resistes con desgana a abandonarlo, como cuando te suena el despertador por las mañanas, justo en ese momento en el que se está mejor en la cama, en lo mejor del sueño, como suelen decir. Porque Amélie no es como el resto de personas; atrapada en su propio universo mágico, disfruta de los pequeños placeres de la vida. Y un buen día, decide hacer el bien a los demás e intentar frenar las injusticias... porque todo el mundo tiene derecho a ser feliz. Y poco a poco, los de su inmediato alrededor se ven deliciosamente envueltos en la espiral de tierna y feliz conspiración de Amélie. Pero, ¿y Amélie? ¿No tiene derecho también a ser feliz? Claro que sí, y es Nino Quincampoix el debe encargarse de ello.



Pocas son las películas que cada escena, cada plano, que ofrecen consigan empatizar con el espectador en su totalidad. Esto es lo que le ocurre a Amélie. Cualquier reflexión de Amélie, cualquier pequeño disfrute de esos placeres de la vida, en apariencia, insignificantes, consiguen contactar con su audiencia de manera inmediata, como una especie de íntimo estímulo, que el espectador guarda para sí, sin compartirlo con nadie, ante el temor de ser juzgado por las personas de su inmediato alrededor, como una especie de secreto entre Amélie y su audiencia, un momento de comunión silenciosa perfecta... pero, ¡shh!, no se lo digáis a nadie...



No sólo destaco el estímulo interior de la proyección, sino también una banda sonora impresionante, producto de la creatividad de Yann Tiersen, con un tema central pocas veces igualado, feliz, coqueto, inocente, pero a la vez con una chispa de amargura que ablanda hasta al corazón más pétreo. Con respecto a las interpretaciones, nada que objetar; para mí, son sobresalientes absolutamente todas, quedándome, sin duda, con esa Audrey Tautou, que consigue darle ese toque de inocencia a una Amélie para nada ingenua.



¿No sería maravilloso este mundo, si todas las personas que en él habitan fueran como Amélie Poulain? Sin duda, le monde serait fabuleux...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Si tú quieres, de Virginia Glück (Entre ánimas).

Que no falten los recursos




ACTO ÚNICO
Escena única

Viernes, 17 de octubre de 2008. La escena tiene lugar en mitad de una clase de inglés. Catherine Heathcliff intenta enseñarle los países y las nacionalidades a R., su alumno de clases particulares.

Catherine Heathcliff: A ver, R. ... Bélgica. Bélgica en inglés es Belgium. ¿Cómo sería la nacionalidad en español?
R.: (silencio momentáneo) Belga.
Catherine Heathcliff: Muy bien, R. . Vale, pues belga en inglés se dice Belgian. Bien, vamos a ver. ¿French es en español?
R.: Francés.
Catherine Heathcliff: Eso es. A ver... Dinamarca es Denmark. ¿Me puedes decir la nacionalidad en inglés?
R.: (se encoge de hombros, mientras mira con cara desconcertada a su profesora).
Catherine Heathcliff: ¿No? Venga ya, seguro que lo sabes, hombre...
R.: (silencio). No sé...
Catherine Heathcliff: A ver, ¿cómo se dice la nacionalidad de Dinamarca en español?
R.: (silencio). ¡Dinamarqués!
Catherine Heathcliff: (con cara de perplejidad absoluta; acto seguido, lanza una sonora carcajada) ¡Sí, claro! ¿Y qué me dices de los nacidos en Turquía?
R.: (exultante) ¡Esos son los turqueses!
Lógico. ¿Que no?
Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Wisemen, de James Blunt (Back to Bedlam).

Si fuera...


Si fuera un día de la semana: viernes.

Si fuera un momento del día: la noche.

Si fuera un planeta: Venus.

Si fuera una bebida: Baileys.

Si fuera un instrumento musical: ¿uno sólo? Imposible: violín y guitarra.

Si fuera una fruta: melocotón.

Si fuera una canción: The Scientist, de Coldplay.

Si fuera una parte del cuerpo: los ojos.

Si fuera una asignatura: literatura, preferentemente, inglesa.

Si fuera un número: 5 (evítese la rima, por favor).

Si fuera un color: azul.

Si fuera una ciudad: Haworth (vale, en realidad es un pueblo).

Si fuera un olor: el de mi madre; es un olor realmente agradable... huele a mamá.

Si fuera un idioma: por supuesto, el español, y también el inglés (obvio).

Si fuera una flor: la rosa.

Si fuera un verbo: amar.

Si fuera estación: otoño.

Si fuera una prenda: un pijama.

Si fuera un libro: Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë.

Si fuera un país: Reino Unido.

Si fuera un lugar: mi habitación.

Si fuera una película: Onegin (1997), de Martha Fiennes.

Si fuera una serie: Dexter.

Si fuera un sonido: el piar de los pájaros por la mañana temprano.

Si fuera una palabra: amor.

Si fuera dos palabras: te quiero.

Si fuera tres palabras: amor, familia, alegría.

Si fuera una acción: amar.

Si fuera un teléfono móvil: mi Nokia 7373; ¡más lindo!

Si fuera un sentimiento: sé que me repito, pero el amor.


Gracias, Ayrim, por la inspiración para esta entrada.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Electrical Storm, de U2 (The Best of U2: 1990-2000).

Celos

"Los celos sin razón es una idiotez; los celos con razón son cuernos".


Antonio Gala





Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: Irremediablemente celos, de Antonio Orozco.

Envidia



Envidia. (Del latín invidia). f. Tristeza o pesar del bien ajeno. 2. Emulación, deseo de algo que no se posee. "Comerse alguien de --". fr. coloq. . Estar enteramente poseído de ella.


Qué mala es la envidia, suelen decir. Es que es verdad. Como de costumbre, para encontrar verdades universales, no tenemos más que recurrir al refranero popular.




Porque la envidia es francamente mala. Y resulta bastante triste decir que es muy humano el sentir envidia. Yo me río cuando escucho a alguien decir: "pues a mí no me da envida...", o: "pues yo no he sentido envidia nunca, yo estoy contenta de cómo soy y de lo que soy". Mentira cochina. Lo siento, pero no me lo creo, precisamente por eso, porque todos somos humanos, y el sentir envidia es lo más natural del mundo. Eso es lo que nos hace humanos.




Claro que, como humanos que somos, estos sentimientos tan instintivos, tan primitivos, pueden ser extremos y, en consecuencia, causar dolor ajeno. Porque hay dos tipos de envida.




Primero está la envidia que todos sentimos, pero que nos guardamos en nuestro interior con una sonrisa forzada -comúnmente denominada como falsedad-; esta envidia es muy común, y sí, tristemente, se camufla en falsedad e hipocresía, pero, pensándolo fríamente, ¿quién es víctima de esa envidia? Nosotros mismos, ni más ni menos; al callárnosla para nosotros, bien para no causar daño, o bien para no quedar como un auténtico envidioso -que es lo que somos- sólo nos lastimamos a nosotros mismos.




Pero ah, amigos, luego está la otra envidia, esa que puebla por doquier tristemente cada vez más a los seres humanos, esa que como un mal se aferra al corazón de las personas. Es esa envidia que hace realmente daño, esa envidia de la que ni siquiera somos conscientes de despertar. Normalmente, viene camuflada de un rechazo fortuito, violento y dañino; ¿por qué las personas, de repente y sin motivo aparente, empiezan a cambiar para con nosotros? Posiblemente, por envidia. Pero, ¿cómo es posible, si no lo demuestra? Ay, ignorante, pobre de tí; te crees que no la demuestran, pero ante el rechazo constante, recalcitrante y sangrante hacia tí o hacia cualquier cosa de tu inmediato alrededor, sempiternas críticas, ándate con ojo. Es muy probable que esa persona intente demostrar justamente lo contrario como mecanismo de defensa, pero es ahí donde, precisamente, subyace el patetismo de esa persona.




Todos, y repito, todos sentimos envidia, o la hemos experimentado alguna vez. Pero, como bien digo, hay dos tipos de diferentes de envidia, y esa diferencia es la que nos hace, precisamente, un poquito más mejor persona. Ahí radica la distinción.




No podemos evitar sentir envidia; neither do I; somos humanos. Pero también tenemos capacidad de raciocinio para llegar a la siguiente conclusión, simple y llana: que no merece la pena sentirla.




"La envidia es causada por ver a otro gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a otro poseer lo que quisiéramos poseer nosotros". Diógenes Laercio, historiador griego.








Catherine Heathcliff.






Lo que estoy escuchando: Envidia, de José Feliciano.

... This Is Me...

"Here I am, this is me..."


Bryan Adams, Here I Am (Antology).



Catherine Heathcliff.

Una de series: Criando malvas

Criando malvas.

Una nueva serie con un nuevo planteamiento. Criando malvas (Pushing Daisies en el original) es, cuanto menos, una serie original, que no deja indiferente a ningún bicho viviente... si se me permite el juego de palabras.

Criando malvas nos cuenta la historia de Ned, un tímido y apocado pastelero que lleva una vida de lo más corriente... aunque esconde un secreto: tiene el don de resucitar a los muertos con sólo tocarlos. Descubrió su don de una manera terrible: cuando tenía ocho años, corría por un campo de margaritas con su gran amigo Digby, un precioso y cariñoso perrito. De repente, mientras su perro cruzaba la carretera, un camión apareció de la nada, atropellando al pobre Digby, que moría instantáneamente. Ned, sorprendido y apenado, se acercó a su perro, que yacía inerte sobre el asfalto y... le tocó; de manera súbita, Digby se levantó y siguió corriendo feliz y vivaracho, como si nadie hubiese pasado. Ned estaba loco de contento; tenía un don único: resucitar a los muertos, pero... con consecuencias que averiguaría de una manera aún más dolorosa. Quiere el destino que un día su madre muriera súbitamente de un infarto cerebral mientras hacía pasteles; mientras la pobre mujer estaba tendida sin vida sobre el suelo de la cocina, Ned se acercó a su madre y la tocó; oh, prodigio, la madre de Ned volvía a estar viva y feliz. Todo iba bien, ¿verdad, Ned? Bueno, casi; tras haber revivido a su madre, Ned miraba por la ventana de su cocina a Charlotte (o 'Chuck', como él la llamaba), su gran amiga y su gran amor de la infancia, que estaba en el jardín de su casa jugando, mientras su padre regaba el césped, pero... de pronto el padre de Chuck cayó inerte sobre el césped, en redondo, de manera súbita. El padre de Chuck había muerto. Entonces, Ned comprendió que su don tenía un inconveniente: cuando revivía a alguien durante más de un minuto, ese alguien no moría, pero otra persona de su inmediato alrededor moría irremediablemente para así no romper el equilibrio de las cosas. Ned se dio cuenta de que ¡era el responsable de la muerte del padre de Chuck! Pero esa misma noche descubrió otro terrible inconveniente a su don: su madre le arropaba en la cama antes de dormir, y justo cuando le dió un beso de buenas noches a su hijo... cayó muerta de nuevo, y esta vez para siempre. Ned se dió cuenta de que su curioso don tenía otro problema: no podía tener contacto físico con nadie al que él hubiese revivido; de lo contrario, el resucitado volvería a morir, pero esta vez para siempre. Era horrible... Ned podía revivir a la gente, pero también podía matarla. De la noche a la mañana, Ned se quedó sin madre, y además y sin quererlo, dejó a Chuck huérfana de padre. Ésto los separaría para siempre: Chuck fue enviada a vivir con sus tías, y a Ned lo envió su padre a un internado... ¿separados para siempre?

Pasaron los años, y Ned (que vive solo con su revivido perro Digby, el de su infancia, pero al que no puede tocar, pues lo mataría para siempre) creó su pastelería (Ned era un maestro haciendo pasteles), que regentaba con Olive, una inocente y pueril muchacha, que languidece por el tímido muchacho. Se había asociado con Emerson, un investigador privado con métodos poco ortodoxos; por caprichos del destino, Emerson descubrió un día y por casualidad el don de Ned, y decidió aprovecharlo: Emerson ayudó a Ned a salvar su negocio (durante un tiempo, casi ruinoso e hipotecado); a cambio, Ned debía trabajar con él reviviendo a las víctimas de los crímenes que se le encargaban como investigador privado, para obtener así la información de primera mano sobre sus asesinatos, y de este modo, resolver los crímenes siempre con éxito... y con pingües beneficios: cobraban la recompensa y la repartían a medias. Claro, hemos de entender que Ned debía averiguar quién había matado a esas personas reviviéndolas durante sólo 1 minuto... recordemos que si permanecían vivas más tiempo, alguien del inmediato alrededor de Ned moriría sin remedio.

Pero un día una de las víctimas de estos crímenes resultó ser Chuck. Ned vió en las noticias cómo su amor de la infancia, a la que no veía desde aquellos terribles sucesos de su niñez, moría mientras disfrutaba de un crucero arrojada por la borda. ¿Quién mató a Chuck? Para quien consiguiese averiguarlo se ofrecía una suculenta recompensa. Así que Emerson y Ned se dirigieron al velatorio para revivir a Chuck e intentar averiguar qué es lo que había pasado. Quiere el destino que cuando Ned consigue revivir a Chuck se enamore perdidamente de ella (y ella de él, of course); después de todo, se han amado desde que eran unos niños. Claro, Ned decide sobrepasar ese minuto de vida de Chuck, dejarla vivir para siempre, pues no soportaría perderla de nuevo... obviamente, alguien muere a su alrededor, y no, no fue Emerson, que esperaba fuera; fue el dueño de la funeraria, que andaba por ahí. Por los pelos, Emerson. Ahora Chuck conoce el secreto de Ned, y el dúo formado por Emerson y Ned pasó a ser un trío; Chuck vive con Ned, pero no se pueden tocar, aunque arden de deseos; si por accidente, por un sólo roce, Chuck y Ned se tocan, ella moriría, esta vez para siempre... ¿y cómo soportar el irremediable deseo que sienten por un simple abrazo?

La serie es francamente original, y sé que me repito, que eso ya lo he puesto al principio, pero es que es así. A mí personalmente me encanta, pero no sólo por el argumento y el novedoso planteamiento, sino porque es como ver una película de Tim Burton; cada capítulo es como un cuento de hadas, lleno de colorido y situaciones surrealistas. Me recuerda muchísimo a Big Fish (2003) y a Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 2005): el mismo color, el mismo humor, la misma fantasía, la misma magia. Es francamente divertida... macabramente divertida. Y sobre todo porque plantea importantes reflexiones: las fronteras que separan la vida y la muerte son muy pequeñas y frágiles; y, sobre todo, la muerte, un tema tabú en nuestra sociedad occidental, es tratada aquí con total humor y, por qué no, frivolidad, lo que hace que ante el trágico final de la vida de todo ser humano, por el que todos hemos de pasar, sea visto con una sonrisa por parte del espectador.


Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Lollipop, de Mika (Life in Cartoon Motion).

Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio