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Consejos de mayores (II)


Parece normal que todos los veranos me ocurra alguna anécdota con la gente mayor de mi Úbeda de mis amores. Si en julio del año pasado protestaban por mis intempestivas horas escogidas para salir a tomarme algo, este año parece que el objeto de sus cuitas obedece a la longitud de mis vestidos y faldas varias.

A mí no me gustan las faldas cortas, y por ende, tampoco los vestidos. No es por nada en especial, tampoco; no es porque reniegue de mis piernas, ni mucho menos (en realidad, no reniego de nada puesto en mi anatomía global; es lo que hay y punto). Supongo que en verano me gustan los vestidos largos, así como las faldas, de estilo ibicenco (aunque no estrictamente de color blanco, más bien todo lo contrario), por comodidad: son frescos y puedo sentarme como me de la real gana sin temor a dejar al descubierto según qué cosas. Conclusión: tengo montones de vestidos largos y tengo montones de faldas largas, de todos los colores, formas y estampados. Y lo que es mejor: me encanta ponérmelos.

El martes de la semana pasada tenía una reunión con tres de mis antiguas compañeras del instituto. Unas risas, unas cañas, recuerdos de viejos tiempos, ternura y sonrisas nostálgicas de los tiempos pasados. Elegí para la ocasión un vestido de tirantes beige estampado con pequeñas flores rosadas y rojizas. Era hasta los tobillos, y para evitar que me pudiese arrastrar, me calcé unas esparteñas de alta cuña atadas a media pierna. Era vaporoso, fresco, elegante y, sobre todo, muy cómodo. Caminaba yo con paso presto dirección a la Avenida de Linares, lugar de encuentro con mis tres compañeras, cuando pasé por delante de cuatro abuelillas sentadas en sillas de anea en mitad de la acera en la puerta de la casa de una de ellas. Tomando el ¿fresco? No se han perdido las viejas costumbres. Silencio absoluto, enmudecen, pues una joven con vestido largo pasa por delante (en realidad me tuve que bajar a la calzada porque la acera estaba taponada por ellas mismas). Siento cómo me contemplan, me escrutan, me estudian. Silencio total. De pronto, una exclama (no sé si plenamente consciente de que la iba a escuchar):

"Vaya tela... unas llevan unas faldas que se le ve 'to'l' culo, y esta lo lleva por los tobillos y casi se lo pisa. ¡No hay término medio! Unas tanto y otras tan poco, ¡ay, Dios!".

A diferencia del episodio del verano pasado, he de reconocer que a mí esta señora me molestó considerablemente y que mi civismo y educación (de los que está claro que ella carece), me impidieron volver sobre mis pasos y espetarle:

"Pues sí, señora, lleva usted razón, pero lo llevo tan largo para esconder un premio gordo. Es que todo tiene su utilidad y su propósito".

Pero evidentemente, eso no lo hice porque mis padres me educaron muy bien, así que como diría mi madre, el oráculo, la sabia entre las sabias: "el mejor desprecio es no hacerle aprecio".

Y es que no hay cosa que soporte más que la enfermiza tendencia de muchísimas personas a negarse a tener vida propia.
Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Here Comes the Hotstepper, de Ini Kamoze.

4 Comments:

  1. Anónimo said...
    Get a life old bitches!

    - Alpha Male
    (`·.·•мαяgун•·.·´) said...
    Hahaha por qué te tienes que pasar a ti estas cosas?? XD Lo siento pero es demasiado surrealista y que además sean tan descaradas.

    LOL
    Catherine Heathcliff said...
    My dearest Doctor Who:

    Your kind words make me the happiest woman in the world.

    My sweetest kisses are just for you.

    Catherine Heathcliff.
    Catherine Heathcliff said...
    My querida Margyh:

    Eso mismo me pregunto yo, que por qué todo me tiene que pasar a mí.

    Supongo que soy un imán para las situaciones raras, no sé. Tengo para escribir un libro.

    Besitos,

    Catherine Heathcliff.

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