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La figura de terracota




Lúmina se hallaba recostada en una esquina de su pequeña habitación, la espalda apoyada contra la fría pared, sus rodillas flexionadas junto a su pecho, la cabeza gacha enterrada entre ellas.

Sus peores enemigos habían regresado para visitarla: sus pensamientos.

Y pensaba… y pensaba…

Pensaba en su figura de terracota.

Habían transcurrido años en los que Lúmina había modelado su figura de terracota, paciente y lentamente, con sus delicadas manos de largos dedos. Había aguardado a que estuviera bien hecha, con cada ínfimo detalle incluido, presente. Quería que fuera perfecta.

Su paciencia ilimitada le prodigó las caricias necesarias cuando sintió desfallecer su extraña empresa. "¿Por qué lo haces, Lúmina? ¿Por qué tanto esmero? ¿Estás segura, Lúmina?"

Por supuesto que lo estaba… era su anhelo más deseado, por lo que había languidecido desde hacía años, y había aguardado en la sombra y en silencio cada error, cada fino rasgo de la figura de terracota que no aparecía modelado tal y como ella había esperado… a veces, muy pocas, parecía que la definición de una traza rayana en la perfección era inminente, pero se equivocaba finalmente. Ilusiones vanas, nada más.

Lúmina había perdido la esperanza.

Pero, de repente, un día cualquiera, sin que Lúmina lo esperara, consiguió terminar la figura de terracota. Era lo más hermoso que jamás había visto… estaba completamente subyugada. Y la recién nacida figura de terracota le devolvía la mirada tras sus fríos ojos de inexpresiva perfección, ventanas al mundo que a Lúmina le parecían de una belleza infinita.

La figura, de tan perfecta, cobró vida.

Lúmina, maravillada y casi sin creérselo, se dejó acunar por la dulce ensoñación que la perfección le ofrecía… y la figura lo sabía, era consciente de la idolatría velada y latente que la joven le profesaba, la intensa y perenne admiración. Lo sabía, lo sentía… y la figura le devolvió explícitas ensoñaciones equiparables a la devoción que Lúmina experimentaba en su pecho…

Lúmina se abandonó a esa agradable contemplación, una sensación flotante inundaba sus miembros, y una calidez hasta entonces desconocida hacía que hasta el más recóndito rincón de su ser, guarecido durante tanto tiempo por su celoso seno, entrara en calor de manera constante e intensa. Lúmina perecía de felicidad…

Sin embargo, la figura de terracota, desbordante de vida, prefería las luces de neón multicolores. Se dejaba llevar por la voluptuosidad de esas formas luminosas, por la seducción que las sensuales ondas de vívidos colores proyectaban en su insultante perfección…

… y obvió la propia luz de Lúmina, un destello discreto, carente de excesos, pero de un blanco intenso y puro. Era un resplandor que Lúmina concebía como insignificante, comparada con las luces de neón que tanto parecían subyugar a la figura de terracota.

Muchas veces, en la soledad de sus noches, Lúmina deseaba poseer una luz igualmente sensual, como las de neón, y sentir la enloquecida e inagotable pasión de la figura de terracota. Pero, al alba, Lúmina comprendía que no sería posible… jamás.

Lúmina alzó su rostro y contempló la penumbra de la sala.

Lacerantes lágrimas amenazaban con salir de sus enrojecidos e insomnes ojos.

"¿Por qué, mi figura? ¿Acaso no ves mi blanquecina luz, tan paupérrima, pero tan llena de amor y devoción hacia ti? Ninguna de las cautivadoras luces enloquecedoras podrán ver en tu interior de la manera en la que yo lo llevo haciendo desde hace años… nadie contemplará con deleite tu absoluta perfección, y te prodigará sempiternas caricias con la misma pasión y ternura que las mías. Mi luz se tornará cegadora a tu lado, pues todo mi ser es tuyo. Lo fue, lo es y lo será siempre".

Y, recostada en una esquina de su pequeña habitación, la espalda apoyada contra la fría pared, sus rodillas flexionadas junto a su pecho, la cabeza gacha enterrada entre ellas, Lúmina fue plenamente consciente de una realidad dolorosa y punzante.

Esperaría siempre a la figura de terracota. Siempre. Siempre. Siempre.

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Sing for Me, de Tarja Turunen (My Winter Storm).

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