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Me estoy haciendo vieja.


Mi librero de confianza, J., me encargó Noches de baile en el infierno (Prom Nights from Hell) cuando fui a comprar los cuatro libros de la saga Crepúsculo. Todo fue un poco casualidad, porque yo le pregunté sobre la posible publicación en español de La huésped (The Host), otra novela de Stephenie Meyer.


J: Lo siento, Catherine, tendrás que esperar; todavía no se ha publicado en España... pero, oye, mira, aquí me sale en el ordenador otro libro de Meyer.

Catherine Heathcliff: ¿Qué? ¿Otro libro de Meyer?

J: Sí, sí... Noches de baile en el infierno, de la editorial Alfaguara. Mira, mira, sale que la autora es Meyer.

(J. me enseña la pantalla del ordenador; efectivamente, en la base de datos de búsqueda figura dicho libro, y al lado, junto al casillero "autor", pone en letras mayúsculas "MEYER". Ahí, bien grandes, que se vea el marketing, sí, señor).

Catherine Heathcliff: Pues hijo, me pillas fuera de órbita; no tenía ni idea... ¿pero estás seguro que es una novela?

J.: Sí, sí, eso dice aquí.

Catherine Heathcliff: Bueno, hijo, pues encárgamela, por favor; ya puestos, vamos a terminar de pagarle el Ferrari a la Meyer, ¿no?

J: (sonriendo por la gracia sin gracia que le hice; era evidente por lo que sonreía) Venga, entonces te lo pido. Te llamo en cuanto lo reciba, ¿vale?

Catherine Heathcliff: Vale, vale; venga, hasta luego, J., y gracias.

J.: Adiós, Catherine.


Me estoy haciendo vieja.


Al cabo de una semanita o así, tuve en mis manos la caprichosa "novela". Bueno, eso y los dos primeros volúmenes en edición de bolsillo de la trilogía de mi amado, idolatrado y venerado Dexter Morgan, mi asesino en serie preferido, el perfecto personaje ideado por Jeff Lindsay. Cuando llegué a mi casa, me di cuenta de que yo estaba en lo cierto, porque en realidad, el libro en cuestión, el ejemplar de la discordia, era una colección de historias cortas -5 en concreto- escritas por las autoras de best-sellers más importantes de la actualidad, personalidades tan conocidísimas como Meg Cabot, Kim Harrison, Michelle Jaffe, Lauren Myracle y, como no, Stephenie Meyer. Pues lo siento en el alma, queridos míos, pero yo no tenía -ni tengo- ni la más remota idea de quiénes son las susodichas en cuestión -salvo el caso de Meyer, por supuesto-. Mira que yo leo, ¿eh? Mira que estoy metida de lleno en el mundo de la literatura, pero es que estas señoras... que me perdone el Cielo, pero sigo sin saber, aún habiéndome terminado el libro, quienes son. Claro, pero también digo una cosa, que tampoco me interesa conocerlas, porque la verdad, vaya estupidez de libro, absurdo e insulso en todos los sentidos; ninguna de las cinco historias se sostiene, y la de Meyer no es ninguna excepción.


Me estoy haciendo vieja.


Cinco aterradores y sorprendentes relatos, reza en la cubierta del libro... me han timado.


La única historia que medio se puede mirar de otro modo menos drástico es la que se titula El ramillete (The Corsage), de Lauren Myracle, y ni siquiera, porque no es original; ella advierte que se inspiró en La pata de mono (The Monkey's Paw), de W. W. Jacobs. Ese sí que es un relato de terror con todas las de la ley; lo leí cuando tenía 14 años y me puso los pelos de punta.


¿Relatos de terror espeluznantes? Todos los de Edgar Allan Poe.


Me estoy haciendo vieja.


Lo peor de todo es que sé que el problema no es del libro del que estoy hablando, ni de las autoras, ni de las historias cortas. El problema principal es...


...que me estoy haciendo vieja...


...para perder mi tiempo leyendo estas cosas.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Supermassive Black Hole, de Muse (Black Holes & Revelations).

"No tengas miedo", le susurré.

"Somos como una sola persona".

De pronto me abrumó la realidad de mis palabras.

Ese momento era tan perfecto, tan auténtico. No dejaba lugar a dudas.

Me rodeó con los brazos, me estrechó contra él y hasta la última de mis terminaciones nerviosas cobró vida propia. "Para siempre", concluyó.


Hace casi dos semanas terminé la lectura del, en principio, último libro de la tetralogía Crepúsculo. El motivo por el que he tardado "tanto" en escribir la reseña en mi blog obedecía, principalmente, a un sólo motivo, a un sólo sentimiento: la decepción. Muchas personas me habían advertido de que, con toda seguridad, pondría con ese mal sabor de boca punto y final a la historia de los Cullen y Bella Swan. Claro, una escucha y asimila, pero hasta que no lo comprueba por sí misma no se atreve a emitir juicios de valor.

Pero es que es ese el sentimiento, por completo; decepción.

A decir verdad, era de esperar. Conforme iba adentrándome en la nebulosa atmósfera de Forks, embrujada por el efecto subyugante de la imponente presencia de los Cullen, el ritmo argumental iba decreciendo. Poco a poco, lo que era entretenimiento puro y duro se fue transformando en hastío, y quedaba más que evidente el hecho de que Meyer, a partir de Luna Nueva (New Moon), no hizo sino seguir engrosando sus arcas, aprovechando el inagotable río de dólares que el primer libro, Crepúsculo (Twilight), comenzó a reportarle.

Amanecer (Breaking Dawn) es, sin exagerar, de lo más paupérrimo que he leído en mis 24 años de vida; teniendo en cuenta que mi pasión es la literatura y leer sin parar, eso ya es decir mucho. Tan sólo puedo rescatar del pozo de la mediocridad más absoluta las primeras 150 páginas. Ese invento de Meyer de contar la historia bajo dos puntos de vista tan dispares me pareció de lo más insulso que se ha escrito. No sólo eso, sino que la inclusión de nuevos personajes, metidos con calzador y forzando el argumento hasta límites rayanos en lo absurdo, convierten a Amanecer y sus ochocientas y pico páginas en una gran decepción para los seguidores de la saga.

Haciendo balance, no puedo evitar pensar que Stephenie Meyer debía haberse quedado en Crepúsculo. Desde luego, el sentimiento de desear a todas horas pasar páginas una y otra vez, con avidez, para ver qué nueva aventura se escondía en cada frase, sólo me ocurrió con Crepúsculo, el primero de todos. Los demás, calidad ínfima; como mucho, Eclipse se salva un poco de mi quema inquisitorial particular.

No sé cómo será Sol de medianoche (Midnight Sun), el nuevo invento de Meyer y sus agentes para seguir timándonos. Meyer ha dicho que ha dejado en stand-by la producción de este quinto libro porque su estado anímico iba a provocar que acabase con todos los Cullen -bueno, su depresión y el hecho de que se filtraran por internet de manera ilegal los doce primeros capítulos-. Visto lo visto y a la luz de la ínfima calidad de Amanecer, no sé yo si por el bien de todos debería acabar de una vez por todas con los Cullen.

A pesar de los pesares, lo más triste de todo es que, tanto si la saga termina con Sol de medianoche como si no, yo formaré parte de los millones de lectores que engrosan las rebosantes arcas de esa ama de casa mormona, madre de tres hijos, que encontró un filón inagotable en un prototipo de vampiro totalmente irreal.

Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Flightless Bird, American Mouth, de Iron & Wine (Twilight Original Soundtrack).


Por fin me decidí a ver El último Mohicano (The Last of the Mohicans, 1992). Me ocurría con esta película como con Amélie (2001), de Jean-Pierre Jeunet, que no tenía excesivo interés en verla, y por eso no había puesto todos mis esfuerzos en ello. Ah, sí, hoy echan El último Mohicano... buah, bueno, ya la veré en otra ocasión. Y así los años pasaban y no me decidía, y de hecho, la tenía -y la tengo- en el semi extinto formato de VHS. Claro está, dado mi reciente admiración hacia todo lo que tenga que ver con Daniel Day-Lewis era evidente que en este momento de mi vida acabaría por sucumbir, y así lo hice la pasada semana. Al final caí, como con Amélie; la diferencia es que ésta me encantó, pero El último Mohicano no.


Sinopsis: los ejércitos ingleses libran encarnizadas luchas en tierras norteamericanas, a punto de constituirse en país independiente. Las fuerzas británicas reclutan sin cesar a gentes del lugar, tanto nativos como granjeros asentados en esas tierras, con el objetivo de formar una milicia capaz de enfrentarse al, aparentemente, irrefrenable ejército francés e indio que se aproxima por el sur. Nathaniel "Hawkeye" (Ojo de Halcón, interpretado por Daniel Day-Lewis) es un blanco adoptado siendo poco más que un niño por los indios mohicanos, y vive junto a su padre (Russell Means) y su hermano Uncas (Eric Schweig). Los tres miembros de la familia, tras rescatar de una emboscada de los despiadados indios hurones a Cora Munro (Madeleine Stowe) y a su frágil hermana pequeña Alice (Jodhi May), hijas del Coronel Munro (Maurice Roëves), un oficial británico, deciden acompañarlas al fuerte inglés William Henry, donde su padre las espera, un fuerte que está siendo acechado sin descanso por franceses y hurones. Allí obligan a Nathaniel y a su familia a quedarse junto a un grupo de británicos que acaban de llegar de las colonias, pero el fin de la resistencia británica en ese fuerte está próximo, y con él, la vida del general. Magua, el líder de los hurones, guarda secreto odio y sed de venganza por el coronel Munro y sus hijas, y hará todo lo posible por aniquilarlos.


He leído numerosas críticas por internet sobre esta película. Bastantes, en realidad; y todas ellas le dan una calificación entre 7 y 8. Lo siento mucho, comunidad de internet, pero discrepo con todos. La película no me gustó mucho, la verdad; es más, me pareció tremendamente aburridísima, y mira que a mí el género épico y de aventuras me encanta, y más si la película está basada en un clásico de la literatura, como es el caso de esta, nacida del ideado por el gran escritor norteamericano James Fenimore Cooper. Pero no me ocurre así con esta película. No puedo dar un motivo en realidad; es que, simplemente, no me gustó. Tampoco tengo criterio suficiente como para decir que es una película mala. No puedo decir eso porque no lo es. Pero que no, que no, que no me gustó. Parece que estoy confesando un pecado, y en realidad, lo es: no me gusta una película de Daniel Day-Lewis, y eso sí que es un gran pecado. Pero, ¡qué le vamos a hacer!


Sí que destaco las interpretaciones. Todas son sobresalientes, y la que más me gustó -dejando un lado a Day-Lewis, que me va a gustar haga lo que haga, incluso aquí, que se pasa media película corriendo- fue la de Eric Shweig, que interpreta a Uncas, junto con la de Jodhi May, es decir, Alice Munro. La escena final pone los pelos de punta, todo hay que decirlo, y Shweig y May se llevan todo el protagonismo, merecidísimo, además. La que sí que no me gustó ni a la de tres fue Madeleine Stowe, que de siempre me ha parecido una actriz pésima, y ahora no iba a ser menos. La fotografía es estupenda, con unos paisajes fantásticos, y la banda sonora... bueno, qué voy a decir de la banda sonora que no se haya dicho ya. Es muy buena, y así lo prueba su Óscar, pero bajo mi punto de vista, me da la sensación de que está un poco endiosada; es muy buena, sí, pero no es una obra maestra, bajo mi modesto punto de vista. ¿Bandas sonoras épicas que sí son obras maestras? La trilogía de Howard Shore para El Señor de los Anillos; grande, grandísima.


En fin, que pido disculpas a todo el mundo que lea esta entrada y que sí le guste el film de Michael Mann -lo siento, Ayrim-. A mí, desde luego, no; bostezaba sin cesar, dicho sea de paso, y la única vez que desperté fue cuando oí lo siguiente:


"Tú eres fuerte, ¡sobrevive! Pase lo que pase, mantente con vida; iré a buscarte. Por mucho que me cueste, por muy lejos que estés... te encontraré!"


En esa escena, pensé de manera irremediable: "Jolín, quién fuera Madeleine Stowe..."


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: I Will Find You, de Clannad (The Last of the Mohicans Original Soundtrack).

Hace ya unos cuantos días tuve la arriesgada idea de comprarme una película en dvd que no había visto. No es que eso sea arriesgado de por sí, más que nada, porque lo hago continuamente; digo que es peliagudo porque esa película era Pozos de ambición (There Will Be Blood, 2007), un film que llevaba queriéndolo ver desde hacía mucho tiempo por un simple y único motivo: Daniel Day-Lewis. Me propuse desde hace ya unos cuantos meses tener toda su filmografía -no en vano, es mi actor favorito por excelencia- y no es una labor difícil, sobre todo por el hecho de que se prodiga bastante poco; esto puede resultar chocante, claro, más que nada porque hay películas de este actor angloirlandés que no son santo de mi devoción -como puede ser el caso, por ejemplo, de Gangs of New York (2002), de Martin Scorsese- pero aún así, no descansaré hasta que poco a poco, sin prisas, estén todas ordenadas en mi estantería del salón. De momento, llevo seis; no va mal la cosa. Así pues, Pozos de ambición, que le reportó su segundo Óscar, era de obligada adquisición. En la parte trasera de la caja del dvd, reza: "una obra maestra contemporánea". Arriesgadas palabras de un crítico bla, bla, bla de no sé qué publicación bla, bla, bla. ¿Obra maestra contemporánea? ¿Sería eso posible? Una sonrisa de escepticismo surcó mi rostro ante esas palabras. Pero tras verla no puedo más que esconder la cabeza bajo el ala: es una OBRA MAESTRA, con todas las letras.

Sinopsis: basada en la novela Petróleo (Oil!, 1927), de Upton Sinclair, la historia se desarrolla a finales del siglo XIX-principios del XX, en la frontera de California, y es un fiel y detallado relato de la vida de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) y la época que le tocó vivir. Daniel sufre, a lo largo de la película, una metamorfosis: de un miserable minero, que malvive de pequeñas explotaciones, siempre en la eterna búsqueda del gran golpe petrolífero, y que, además, tiene que sacar adelante a un hijo en soledad, pasa a ser un poderoso magnate del petróleo. Cierto día a Plainview le llega un misterioso soplo: en una ciudad al oeste, Little Boston, existe un infinito mar de petróleo subterráneo que comienza a rezumar hacia el exterior. Lleno de ambición, se dirige hacia ese recóndito lugar con su hijo H. W. (Dillon Freasier) para probar suerte en ese polvoriento y semidesértico emplazamiento. En esta ciudad mísera, lugar de refugio del carismático y maquiavélico predicador Eli Sunday (Paul Dano), que pretende mover los hilos de su comunidad religiosa, seguidora de la doctrina Pentecosteliana, Plainview, H. W. y su pequeña sociedad familiar dan su gran golpe petrolífero. Pero ahora que la fortuna empieza a sonreírles, todo cambiará, como una suerte de profecía: surgen los conflictos y todos los valores humanos –amor, esperanza, comunidad, fe, ambición e, incluso, los lazos entre padre e hijo- se ponen a prueba, y son corrompidos por el oro negro que inagotablemente mana del subsuelo.

La película es fantástica en todos los sentidos. Para mí no es sólo la historia, sino el simbolismo que refleja cada escena: el fanatismo sectario de la América profunda, la desmedida y despiadada ambición de los magnates del petróleo, la ignorancia oscurantista del pueblo que sufre hambruna constante; todo se aúna en conjunto para crear una sinfonía de realistas y crueles excesos, aderezados por una música tremendista, chocante y caótica, compuesta por Jonny Greenwood, el complemento perfecto para las opresivas imágenes que proyecta la cámara de Paul Thomas Anderson. La fotografía es, sencillamente, perfecta, hasta el punto de que no llegaríamos a entender las complejidades de unos intrincados protagonistas sin las sempiternas imágenes del árido paisaje de Little Boston.

Las interpretaciones son magníficas, desde la primera hasta la última. Grandes como Kevin J. O'Connor, Ciarán Hinds y un genial Paul Dano -con un grandísimo futuro por delante; me recuerda muchísimo a Edward Norton en sus comienzos- acompañan a un Daniel Day-Lewis soberbio, como siempre. Lo confieso: soy incapaz de encontrarle ni un sólo defecto a Day-Lewis en esta película. Es que yo creo que si Daniel Day-Lewis no hubiera existido para interpretar a Plainview, habría que inventarlo; Day-Lewis es Plainview en todos los sentidos. Merecidísimo Óscar, una vez más. Con respecto a Dillon Freasier -H. W. en la película, el hijo de Plainview- Daniel Day-Lewis dijo una vez que era el mejor hijo ficticio que jamás había tenido, y no puedo más que darle la razón; se estableció un vínculo, una química entre ambos difícil de igualar. Incluyo, como muestra, una fotografía que, para mí, es absolutamente deliciosa; recoge a la perfección lo que quiero expresar con palabras:




A continuación, mi escena favorita. Para disfrutarla en pleno, los altavoces al máximo. Sencillamente, una obra maestra.





Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: Knights of Cydonia, de Muse (Black Holes & Revelations).

Daniel, You Are Fantastic! Fantastic!

En breve se cumple un año de la noche en la que el mejor actor vivo de hoy día ganó su segundo óscar por Pozos de Ambición (There Will Be Blood, 2007), de Paul Thomas Anderson. Gran película, y completamente de acuerdo con todos aquellos que la catalogaron en su día como una obra maestra contemporánea.

Desde este, mi insignificante blog, quiero hacer un personal y humilde reconocimiento hacia este inconmensurable actor tan ecléctico como su nacinalidad británico-irlandesa: Daniel Day-Lewis. No sólo es grande en lo que hace, sino que además es poseedor de una de las cualidades más grandiosas que un ser humano podría desear: la humildad. En todos los vídeos que he visto -creedme, he visto muchísimos- siempre ha tenido palabras de agradecimiento hacia todos aquellos compañeros nominados junto a él y... derrotados por él. Es un caballero en todos los sentidos, con infinito talento y exquisita sobriedad, un Newland Archer continuo.

Ok, I agree with you all: I'm crazy when I state I'm fully in love with him; of course, for obvious reasons, you should just have a quick look at him to be aware of it. But beyond that, he is, for me, the perfectly intellectual gentleman, so intelligent and humble to admit that. Watching his brilliant and long-expected perfomances means getting into the complicated world of art in a really deep way.

Daniel, you are ART yourself.

Catherine Heathcliff.

Lo que estoy escuchando: Colors, de Amos Lee & Norah Jones (Amos Lee).


Cuando una dedica sus tardes de sábado a una de sus grandes pasiones, que es la de ir al cine, espera con velado, latente y callado deseo a que la película cumpla sus expectativas. Ayer tuve la gran suerte de dedicar mi tarde a mi gran afición, y además, disfrutarla sobremanera; vi Resistencia, y es, sinceramente, una gran película.


Sinopsis: En 1941, cuatro hermanos judíos, los Bielski, huyen a refugiarse en los bosques colindantes a su hogar, en Bielorrusia, pues su país ha sido invadido por los nazis y han masacrado a toda su familia. Escapando de una muerte segura, confían en la protección del bosque para sobrevivir, dispuestos a pelear con coraje si es necesario. Poco a poco, la leyenda en torno a su velada resistencia crece, y de manera gradual, cientos de hombres, mujeres y niños judíos se unen a los Bielski, en un intento desesperado de huir de una muerte segura, confiando su vida a unos humildes hermanos granjeros, que harán todo lo posible por protegerlos.


Basada en un hecho real, la historia de la Segunda Guerra Mundial está jalonada con grandes relatos de personas que de manera altruista salvaron a cientos de miles de judíos del exterminio nazi; esta película es una prueba más de ello. Los hermanos Tuvia, Zus, Asael y Aron Bielski existieron realmente, y algunos de los que salvaron todavía viven hoy día. Con la filmación de esta película se pretende revitalizar la figura de unos hombres que jamás pidieron reconocimiento alguno por lo que habían hecho; sencillamente, cuando la contienda acabó, y habiendo salvado a 1200 judíos de una muerte segura, siguieron con sus anónimas vidas, con dispar fortuna.


La película es francamente buena en todos los aspectos. Una fotografía magnífica, retratando a la perfección esa atmósfera opresiva y nebulosa de los bosques bielorrusos; una banda sonora excepcional, de la mano del siempre brillante James Newton Howard; una dirección sin tachas, a cargo de Edward Zwick. Es curioso, pero Zwicik, bajo mi punto de vista, es un director infravalorado. No entiendo muy bien por qué, porque para mí, su currículum es bastante digno: Leyendas de pasión (Legends of the Fall, 1995), que, a pesar de no ser santo de mi devoción, considero que es una película muy buena; El último Samurái (The Last Samurai, 2003), genial -y una de las películas favoritas de mi madre, por cierto; por eso le tengo tanto cariño-; y Diamante de Sangre (Blood Diamond, 2006), que es tristemente fantástica. Quizá lo acusan de ser demasiado grandilocuente, en el sentido de que en sus películas siempre hay un héroe atormentado, que a pesar de sus cuestionables métodos, parece encontrar el camino correcto dentro de la barbarie y tristeza que le rodea, para llegar a un controvertido clímax, cuyo maquiavélico motto principal sería: "El fin justifica los medios". Puede ser que ahí radique la polémica, pero, sinceramente, a mí los héroes de Zwick, ficticios o no, me inspiran siempre un respeto absoluto.


Las interpretaciones son sobresalientes, todas, sin excepción. Por supuesto, hablar de Daniel Craig, en el papel de Tuvia, y Liev Shreiber, en el de Zus, es una obviedad, pues son rostros de sobra conocidos por todos y somos del todo conscientes de la nota de calidad que impregnan siempre a sus trabajos. Craig, más allá de su papel como 007, dejó interpretaciones memorables en las que, para mí, son sus mejores trabajos hasta la fecha: Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002), de Sam Mendes, y Sylvia (2003), de Christine Jeffs. Shreiber siempre será para mí el rostro de Orson Welles en el siglo XXI desde la película RKO 281, de Benjamin Ross. Mención aparte merece Jamie Bell, en el papel de Asael Bielski, ese jovencito inglés que calzaba zapatillas de ballet en Billy Elliot (2000), de Stephen Daldry, y que está ya a años luz de sus brincos y zapatetas; sin duda, para mí, un grandísimo actor, con una insultante juventud y un gran futuro por delante.


Sea como fuere, la grandeza, según mi criterio personal, radica en los temas que plantea. La radicalidad de los extremos -ni fascistas ni comunistas-; todos los extremos son ponzoñosos, y es una cuestión a tener en cuenta, pues la película no se posiciona. Muy al contrario, se mantiene neutral ante un tema peliagudo como éste. Ayrim me comentó cuando salimos del cine algo que yo rumiaba durante toda la proyección; sin habernos puesto de acuerdo, llegamos a la misma conclusión: la deshumanización del ser humano. Los judíos sufrieron un holocausto horrible, una barbarie difícil de describir con palabras, pero triste es también la escena de la película en la que éstos se ensañan con crueldad desmedida con un indefenso oficial alemán que, probablemente, sólo cumpliera órdenes. Al igual que ellos, también él era un padre de familia, y también tenía miedo. Todos los seres humanos tenemos miedo, todos sufrimos por igual y nuestra sangre es roja; alemanes, judíos, negros, indios, comunistas, fascistas... todos sangramos igual, y nuestro dolor es el mismo.


Pero, sobre todo, destaco el gran tema, para mí, de la película: la familia y el amor incondicional entre hermanos. Quizá lo veo así porque es algo que yo experimenté y que la vida me quitó, y estoy en un momento vital en que lo echo muchísimo de menos, demasiado. Ver a los Bielski me recordó episodios de mi existencia que tenía escondidos en mi memoria, pero que, por muchos años que pasen, estarán ahí, como una herida sin cicatrizar.


Antes de finalizar la entrada, me gustaría recordar a esos héroes callados, a todos los que salvaron a centenares de judíos y jamás tuvieron a un Spielberg que les hiciera una película como la de Oskar Shindler, sobre todo, al español Sanz Briz, apodado "el ángel de Budapest", pues salvó el mismo número de judíos que Shindler, pero multiplicado por cinco. Hollywood jamás le hará una película, pero ahí está su labor; mas allá del reconocimiento hollywoodiense, están las vidas que salvó. Mi más sincera admiración y respeto, pues gente como Sanz Briz y los Bielski son los que hacen que el ser humano sea eso precisamente: humano.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: May It Be, de Enya (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring Original Soundtrack).

Su nombre...


Perezosamente, abría los ojos, lentamente, muy lentamente. Se desperezaba con premeditada intención, regodeándose en los recientes instantes de sopor que había abandonado. Se resistía a abandonar su letargo, pero sabía que su presencia era vital. Espoleada por ese conocimiento, se incorporó, dispuesta a cumplir con su deber. Con velado estoicismo, sabía qué era lo que tenía que hacer; ya lo había hecho infinitas veces, tiempo atrás. Su labor era importante, pensaba, y nadie, absolutamente nadie, podía prescindir de sus servicios.


Una pizca de orgullo perfiló una maliciosa sonrisa en su perfecta boca de cereza; un brillo de astucia cruzó sus seductores ojos de hechicera. Una vez más, lo iba a conseguir, y esta vez, su visita iba a dejar una impronta deliciosamente duradera.


Vestida de negro para la ocasión, salió a la noche; su largo cabello azabache caía cuan largo era sobre su espalda. El gélido viento nocturno acarició sus sedosas hebras oscuras, y paseó sus dedos entre ellos, desordenándolos. El perfume embriagador que emanaba hizo enloquecer al viento, que completamente embrujado, se arremolinó con violencia en torno a su pálido y seductor cuerpo. Sonreía, pues era plenamente consciente de su absoluta belleza; era irresistible para todo ser humano, hombre o mujer, niño o anciano: todos caían, sin redención posible, a sus pies, todos sucumbían a sus seductores encantos, a sus traicioneras y ponzoñosas promesas de amor eterno.


De pronto, vio a su presa, y el viento, aterrado, huyó de la escena, dejando una velada y artificial quietud en el ambiente. Su botín yacía sumido en un inexplicable sopor, y aguardaba incontrolablemente el ataque de la beldad oscura. Ella sonrió, contemplando su festín con deleite. Y, con presteza, atacó.


Su trabajo, la desesperanza; su arma, el llanto; sus enemigos, la alegría y el optimismo; su victoria, la desesperación.


Su nombre... Tristeza.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: The Wild Goose Flaps Its Wings, de Mike Oldfield (Voyager).


Llevo desde hace un par de semanas queriendo escribir esta entrada, pero por diversos motivos, siempre lo acababa posponiendo. Supongo que, en mi fuero interno, han sido precisamente los deseos de escribir una buena entrada sobre la película lo que ha refrenado mis manos. Desde que la ví hasta día de hoy, he meditado con cuidado y detalle las palabras para poder hablar con justicia de ella.


La directora Catherine Hardwicke y la guionista Melissa Rosenberg tenían entre manos una tarea difícil y bastante ardua. Difícil porque contentar a los millones de seguidores de la saga ideada por Stephenie Meyer es labor tremendamente arriesgada; ardua por intentar plasmar en dos horas de proyección el preámbulo de la relación entre un vampiro y una mortal, sin dejarse nada en el tintero. Pensar si lo han conseguido... depende del criterio de cada persona. Claro que, para llegar a ese criterio, se hace preciso haber buceado por las páginas del libro y haberse sumergido posteriormente en las imágenes que Hardwicke filmó.


Creo recordar que la película se estrenó en España el día 5 del mes de diciembre del recientemente extinto año 2008. Durante ese breve período de tiempo, ni siquiera se cumple aún un mes, me he leído los tres primeros libros de la saga y ando casi por la mitad del último de todos, el más extenso; como ya reconocí en entradas anteriores en mi blog, mi interés hacia esta tretalogía surgió espoleada en gran medida por el desmedido interés que suscitó la adaptación cinematográfica del primer libro. Eso no supuso un gran problema, pues como ávida lectora que soy, primero me encargué de "hacer las cosas bien": me compré el primer libro, me lo leí en cuatro días y fui a ver la película inmediatamente después. ¿Por qué lo hice así? Quería conocer los entresijos que me explicasen por qué motivo esta saga había vampirizado a millones de lectores en todo el mundo, y, sobre todo, quería hacerlo bien, desde el origen. A día de hoy, y haciendo balance, no me arrepiento de haberme dejado embaucar por el dulce arrullo de la nana de Edward... aunque no fuera compuesta para mí.


Sinopsis: Bella Swan (Kristen Stewart) siempre ha sido una chica diferente. Cuando su madre decide casarse de nuevo, ella decide irse a vivir a Forks, un lluvioso y frío pueblo de Washington. Allí comienza una nueva y bucólica vida sin demasiadas perspectivas de sobresaltos hasta que conoce a Edward Cullen (Robert Pattinson), un misterioso y extraño chico con el que entabla una estrecha amistad. Poco a poco, esa amistad desembocará en un irracional y peligroso amor, pues Edward y toda su familia son vampiros... pero Bella y Edward estarán dispuestos a desafiar todos los impedimentos de una relación prohibida por su historia de amor.


A día de hoy y mientras escribo esta entrada, he tenido la oportunidad de ver la película en cuestión tres veces. Alguien a priori puede pensar que es una auténtica exageración, además de una soberana tontería; y no le falta razón, pero en cada visionado extraigo más detalles, más datos que poder degustar y paladear cada vez que se producen. Obviamente, tras esto es fácil imaginar que mi balance de la película es bastante positivo. En líneas generales, salí realmente satisfecha del cine la primera vez, porque mis expectativas no habían sido desoídas. Claro está un libro siempre es un libro, pero a pesar de que la película se toma unas cuantas licencias con respecto a la obra de Meyer, en general el resultado es más que satisfactorio. La mayor parte de escenas y personajes eran exactamente como me los había imaginado; parecía como si Hardwicke hubiera estado dentro de mi cabeza, porque la película era una proyección casi literal de mi imaginación. La fotografía del film ilustra a la perfección la atmósfera nebulosa y rural de que exhalaba cada página del libro, y la ecléctica banda sonora le confiera un toque indie muy típico y peligrosamente cercano al natural pesimismo de la contracultura emo en la era Facebook de hoy día.


Con respecto a las interpretaciones principales, es decir, las de Kristen Stewart y las de Robert Pattinson... bueno, en general, bastante buenas, la verdad, aunque sí que es cierto que me gusta más ella que él. A ratos, a Robert Pattinson parecía que le venía demasiado grande la carga del más que familiar cliché de vampiro atormentado por su naturaleza; el poso dramático que intentaba insuflar a su interpretación y a sus gestos desgarrados invadían el peliagudo terreno de la sobreactuación. Pero supongo que se lo perdono, más que nada, porque aún es lo bastante joven e inexperto como para ir puliendo poco a poco esas carencias... espero. Ayrim decía en su crítica personal sobre Crepúsculo que Kristen Stewart es quizá demasiado atractiva físicamente para el papel de Bella, pues ésta se autodescribe en el libro como una chica más bien del montón, pálida, delgaducha y tirando a fea; me resulta curioso, pues no es la primera persona de mi entorno que dice algo así. Es probable que sea así, pero no debemos olvidar que lo que Bella hace en la novela es su propia descripción, en primera persona, y ya sabemos que las chicas a los 17 años -y no tan jóvenes también- tendemos a contemplar nuestra propia realidad con ojos más severos y exigentes de lo que es en verdad. Para mí, la elección de Stewart como Bella Swan es bastante buena en todos los aspectos, y me parece un auténtico acierto. Me ocurre igual con Robert Pattinson; desde el principio, mi Edward Cullen particular tenía su rostro, y ahora me es imposible disasociar ambas imágenes, la de mi imaginación y la de la realidad. Me temo que en este aspecto no soy lo bastante reliable, pues cuando yo decidí adentrarme en el imaginario de Stephenie Meyer ya conocía los rostros de los actores que iban a interpretar a los personajes en la película; craso error, pues mi mente se pervirtió, y fui, soy y seré incapaz de separar los unos de los otros. Ya me gustaría a mí tener a mi propio Edward Cullen en mi imaginación... pero me parece que cualquier esfuerzo va a resultar infructuoso.


Me molesta sobremanera que Crepúsculo sea y se considere un fenómeno mayoritariamente teen, me irrita terriblemente. Y me resulta de veras problemático porque yo tengo 24 años y he caído también en la vorágine de Meyer, con ojos críticos, sí, muy críticos, pero también he sucumbido, y eso hace que la saga Crepúsculo me resulte francamente seductora, y por tanto, mis ojos tremendamente críticos hacen demasiadas concesiones...


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Never Think, de Rob Pattinson (Twilight Original Soundtrack).


Hace unos cuantos días pude ver por fin una de las películas que con más ganas esperaba poder disfrutar, Un funeral de muerte (Death at a Funeral). Es de estas películas lo demasiado sencillas y, por qué no, sofisticadas para que puedan llegar al cine de mi ciudad; y sí, digo bien, sofisticadas por el hecho de ser poseedora de un humor típicamente British. Y eso a una servidora le encanta. Sin embargo, tras terminar de verla, a una, que con tantas ganas la esperaba, le sabe realmente a poco, a muy poco, y lo que supuso que sería una hilarante comedia al más puro y ácido humor inglés, próximo al que desprende cada capítulo de Little Britain, se redujo a una mera pretensión, y me dejó con el amargor y el sinsabor de haber probado la miel, pero no haberla paladeado.


Sinopsis: Una peculiar y disfuncional familia inglesa se reúne para el funeral del patriarca. Daniel (Matthew MacFadyen), uno de los hijos del difunto, se encarga de la organización del sepelio, y su talante perfeccionista y tranquilo pretenden que todo salga redondo para darle a su progenitor la despedida que se merece. Pero la reunión de la familia no hace sino despertar las viejas rencillas latentes y que explotarán en hilarantes situaciones. Además, la aparición de un singular personaje, Peter (Peter Dinklage), aparentemente ajeno a la familia, trastoca todos los planes, y amenaza con revelar un secreto sobre el difunto, que haría tambalear los poco estrechos lazos de la ya por sí frágil familia.


Tras verla, la primera impresión que acude a la mente del espectador es que es pasable, para pasar el rato. Tiene momentos francamente divertidos, de entre los que destaco el más puramente escatológico, en el que el estrambótico y eterno cliché del "caca, culo, pedo, pis" se convierte en, sin duda, el momento más divertido de la proyección. He odiado siempre ese humor soez, pero en esta película da en el clavo; y es que sólo una producción enteramente inglesa lo podría conseguir. Sobre las interpretaciones, nada que objetar; merece la pena ver a Matthew MacFadyen alejándose de, hasta la fecha, su papel más conocido en nuestro país, el del serio -y atormentado- señor Darcy de Orgullo y Prejuicio (Pride and Prejudice, 2005), de Joe Wright. Aprueba con sobresaliente su incursión en la comedia, sin duda. Lo bueno que tiene, además, es ir viendo rostros conocidos, actores ingleses que a todos nos suenan, y que no conseguimos ubicar: ¿Dónde he visto yo a este actor? ¿Y a esta actriz? ¿En qué película? Os aseguro que, al final, se consiguen esclarecer estas dudas.


Sin duda, Un funeral de muerte es entretenimiento sencillo, sin más pretensiones que la de hacer pasar un rato al espectador. Sin embargo, tiene un pero, un regusto amargo tras su visionado: no llega a ser redonda por completo. Aún así cumple su propósito: conseguir que el espectador deje de pensar en sus cuitas diarias como ser humano durante, más o menos, hora y media.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Spiralling, de Keane (Perfect Symmetry).



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