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Pueblerinos


Viernes Santo del mes de abril de 2010, sobre las siete de la tarde. En el coche, camino de Sevilla, se acaban las vacaciones de Semana Santa y hay que volver a la rutina laboral. Mi padre conducía y yo iba de copiloto. Aunque yo viva sola en la capital andaluza, mis padres suelen visitarme muy a menudo, y esta vez además eran ellos los que me llevaban de vuelta a la rutina. Como de costumbre, mi padre decidió parar en una estación de servicio a las afueras de Córdoba capital para descansar un rato y proseguir con la marcha. Mientras mi padre estiraba las piernas dándose una vueltecita por los alrededores paseando a mi perrita Lupy, mi madre y yo entramos en la estación de servicio para tomarnos un cafelito calentito (es lo que tiene ser tan absolta y enfermizamente cafeteras). Y es ahí donde se produjo un hermoso encuentro entre encantadora "gente de pueblo".

Mi madre, muy pizpireta y decidida, se acerca al dependiente y le dice: "dos cafés con leche, por favor". A lo que el dependiente contesta: "es autoservicio". Mi madre, con la cara desencajada, me mira y me dice, señalando a la máquina que supuestamente debía sacar café de su interior: "Catherine, que es autoservicio". Claro, esto fue bastante cómico en su momento porque mi madre teme a todo lo que sea una máquina, y a la vez se piensa que yo, por el simple hecho de ser más joven y de tener bastante mañana con toda la electrónica en general, tengo que saber cómo funciona toda máquina inventada en estos tiempos modernos. Porque a ver, que yo desconocía el manejo de la máquina de la que se suponía que el café iba a salir, porque se parecía mucho a la de los bares, pero vamos, que preguntando se llega a Roma... o eso dicen. Total, que a mí la situación me pareció muy divertida, ahí mi madre mirando la máquina como si fuera Satanás en persona y el pobre dependiente como en un partido Federer-Roddick, mirando a un lado y al otro, a mi madre y a mí, a mí y a mi madre. Así que a mí, para terminarlo de empatar, no se me ocurre otra cosa que decirle al pobre dependiente: "es que somos de pueblo, ¿sabes?". Evidentemente, yo pretendía que el muchacho entreviera de mi comentario que necesitaba que me explicase el intrincado mecanismo de darle a la maquinita de marras, pero él fue más avispado que yo, porque ante mi comentario inusitado, sonrió y dijo: "pues entonces somos vecinos". Qué majo, oigan ustedes, qué majo; me encantó.

Nada, al final todo muy sencillo: sólo había que apretar el botón que decía "café con leche" y poner el vaso debajo. Bueno, al revés, que si no se derrama todo. Cuando fui a pagarle, antes de irnos, mi madre le dijo: "oye, que no somos de pueblo, ¿eh?". El pobre mío ya sólo se reía... porque a ver, que yo nací en Burgos capital, pero me he criado toda mi vida en pueblos. Si tomamos como cierto el supuesto de que la gente de pueblo es más bien torpona cuando la sacan de su ambiente, pues yo lo soy entonces, porque de primeras todo lo nuevo se antoja extraño ante cualquier persona, independientemente de donde sea. ¿O no?

Que si no se sabe algo, se pregunta con educación y listo. De todo se sale y de todo se aprende. Y que tire la primera piedra la persona que, independientemente de sus orígenes, no se ha sentido pueblerina (o provinciana, que diría PapáCatherine).

Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: People, de Barbra Streisand.

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