El 1 de julio me encontré un gorrión. No era más que un polluelillo sin apenas plumas y con unas enormes boqueras amarillas en las comisuras del pico. Me lo encontré al mediodía, piando, muerto de hambre, en el suelo. Lo cogí y me lo llevé a casa, llena de ilusión por la novedad. En casa, cuando yo era pequeña, siempre se habían criado gorriones, pero que lo hiciera yo... bueno, eso es toda una novedad, teniendo en cuenta lo patosa que soy, y, sobre todo, porque tenía en mis manos una vida que dependía de mis cuidados.
Le puse de nombre Heathcliff.
Siempre he tenido entendido que, cuando se decide uno a criar un gorrión dentro del ámbito doméstico, la primera semana es crucial. Bueno, mi pequeño hallazgo no pareció extrañar ni la comida ni el entorno; las migas de pan con leche fueron su sustento durante muchas semanas, y las devoraba con avidez, casi cada media hora. Y una cajita de zapatos y otra un poquito más grande después fueron sus nidos.
A medida que mi pajarillo empezaba a comer de todo, y crecía y le iban saliendo plumas, comprendimos que no estábamos ante un pajarillo, sino ante una pajarilla: una gorriona en toda regla. ¿Cómo lo supimos? Bueno, las gorrionas tienen el pecho y la tripita de un golor grisáceo blancuzco; los machos tienen un corbatín negro debajo del pico.
Heathcliff pasó a ser Cathy.
Mi pequeña Cathy se fue ganando el corazón de todos en casa, pues es increíble lo que un gorrión puede llegar a hacer; los subestimamos al verlos tan pequeños, tan insignificantes, tan comunes; pero mi pequeña Cathy nos daba lecciones cada día. Y, lo mejor para mí era que conocía mi voz por encima de las demás; los gorriones se guían mayormente por los sonidos, y de hecho, conocen el piar de su madre sobre los demás. Eso es lo que le pasaba a mi Cathy, que sabía que era yo cuando le decía: "¡Cathy!", o incluso, un suave "¡Pío"; así era como yo llamaba a mi pajarita, y venía a mi hombro, y comía de mi boca...
Era un encanto, y en casa estábamos todos encantados con ella... menos mi perrita; Cathy y Lupy nunca partieron peras.
Hoy se ha ido mi Cathy; después de más de dos meses conmigo ha decidido que su lugar está ahí fuera, con los demás gorriones. En casa, cuando ya le terminaron de salir las plumas del todo, empezamos a ponerla en la ventana, para que se fuera acostumbrando; al principio, se escondía; poco a poco, se fue acercando a la ventana, siempre y cuando yo la sostuviera en mi mano, hasta que finalmente, se ponía ella sola, con unos cuantos granitos de trigo que le habíamos comprado semanas antes.
Pero hoy se me ha ido. Y sé que es ley de vida, y que, obviamente, un gorrión no es como un perro, ni se puede tratar como tal; de hecho, yo siempre diré que un gorrión en una casa o en una jaula, en cautividad, es una crueldad. El gorrión es la representación genuina de la libertad, y está hecho para ser libre. Pero aquí estoy, sentada delante del ordenador, como una estúpida, sin parar de llorar desde que se fue.
Me hace gracia de manera irónica, porque me acuerdo que el primer día que la traje a casa mi padre me dijo: "te vas a hinchar de llorar cuando se vaya"; y yo le contesté: "qué va, papá, si sé que se tiene que ir; bah, lo tengo asumido". Ya lo ves, Catherine Heathcliff, ya lo ves.
Echo mucho de menos a mi gorriona. Me había acostumbrado a su piar y a sus picoteos. Siempre que estaba en el ordenador se venía conmigo y se echaba junto al aparato... el lado positivo y gracioso de esto es que mi Lupy es la única en la casa que no ha acusado su ausencia.
No tienes remedio, Catherine Heathcliff; habrá mucha gente que lea esto y se ría de tí, Catherine. Y por más años que pasen, nunca cambiarás.
Catherine Heathcliff.
Lo que estoy escuchando: I'll Be Waiting, de Lenny Kravitz.
Etiquetas: Animalario, Íntimo y personal
2 Comments:
Entrada más reciente Entrada antigua Inicio
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Yo tuve dos hamsters uno de ellos murió de repente, y otro se escapó de la jaula lloré, al año siguiente decidi comprar otros dos, aunque mi hermana no quería por el hecho de -cuando muera te pasarás el dia llorando
Y así fue, uno murió de repente y lloré pero el otro, el otro vivió hasta ser viejo hasta que una semana empezó a andar muy despacio a no comer mucho, a dormir, y al tener ya un año y medio( era un hasmter ruso) la vejez había llegado, en esa semana lo cogí y le miré y mientras le acariciaba dejé que gruesas lágrimas cayeran por mi rostro, porque me estaba despidiendo de él, pasado 4 días lo encontré en su sueño eterno y cuando me llegó la hora de enterrarlo tenía los ojos humedecidos porque sabía que le habia llegado la hora y que yo no podía detener el tiempo.
Que quieres que te diga, estas criaturillas son tan simples y en cuanto nos vemos privadas de ellas recordamos cuando la tuvimos al lado, observandonos o haciendonos compañia mientras estaban en el portatil en mi caso.
La verdad es que, gracias a tu comentario, he releído la entrada y me he puesto a llorar otra vez como una tonta, acordándome de los viejos y buenos tiempos...
...echo de menos a mi gorrioncilla, snif, snif.
Me encantan los animales, al igual que a tí.
Besos,
Catherine Heathcliff.