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Ese barco velero, cargado de sueños...


Una vez, hace ya algo de tiempo, me compré un barquito. Bah, nada del otro mundo; un velero. Pequeño, pero coqueto; nada lujoso, pero acogedor. Como digo, mi velero no era nada especial, pero para mí era mi mayor tesoro, y sólo dejaba subir a él a las personas que yo quería, a las que realmente sentía que debían estar allí; quería compartir con esas personas elegidas todo lo maravilloso que ocurría en mi barquito, y, sobre todo, quería que se sintiesen tan felices en él como yo lo era cuando subía a mi pequeña embarcación.


Recuerdo que hace bastante tiempo, justo cuando decidí comprarme el velero, dejé subir a una persona. Esa persona me dio su amistad, la cual yo tomé con cuidado, como un zafiro raro y magnífico que apenas un roce lo podría dañar, y yo a cambio, le ofrecí con mi amistad, no sólo zafiros, sino todos los rubíes, esmeraldas, perlas, e incluso, los diamantes que durante mis largas travesías en mi barquito recogía de las profundidades del océano. Poco a poco, llegó a convertirse en una de las más importantes de mi vida, hasta el punto que, en el terreno de la amistad, sentía que teniendo a mi lado a esa persona, no necesitaría a nadie más en mi barquito. De manera gradual, construimos un camarote en el que sólo podíamos entrar esa persona y yo, y el mundo que construimos hizo que llegara a considerarla como un miembro más de mi familia... y de hecho, mi propia familia así la consideró también.


Pero... el mar es traicionero, y una tempestad imprevista sucedió. Esa persona decidió, un día, así, de repente, dejar de visitar mi velero, y poco a poco, se fue apeando de mi barquito, hasta que se subió al suyo propio, y se alejó de mi embarcación, en dirección opuesta, dejando tras de sí las estelas de tristeza y desaliento que marcaban mi alma como hierros al rojo vivo.


Eso marcó mi velero con fuego. El casco se dañó, y tuve que esforzarme mucho, muchísimo, en la soledad del océano, para poder repararlo... a día de hoy creo que lo está, pero aunque el casco sea duro, muy duro, la mella sigue ahí, latente, y cuando la miro de vez en cuando, no puedo evitar recordar qué es lo que la causó, y una ensoñación deliciosamente dolorosa me evade de mi velero, y hace que bucee lentamente, y que me adentre en las profundidades del mar. No obstante, casi instantáneamente, una gaviota que sobrevuela mi velero justo en ese momento, siempre me hace despertar de ese ensueño, y donde una vez estaba la grieta en el casco, veo un muy buen trabajo de reconstrucción, y me siento francamente orgullosa de mí misma.


A veces me pregunto si volveré a contruir otro camarote con otra persona, ya sea una construcción cimentada en la amistad sincera o en el amor verdadero. Con respecto a la primera, tengo mis serias dudas, sobre todo, por mí, pues tras ese acontecimiento yo no he vuelto a ser la misma; en lo que se refiere a la segunda, por supuesto que sí, aunque todo lo vivido me ha hecho ser realmente cauta, y no orientar mi timón, viento en popa, a toda vela, en pos de ese objetivo... digamos que las olas en calma mecen mi velero, con tranquilidad, sin prisa... pero sin pausa...


...y algún día, por fin, llegaré a tierra.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Fix You, de Coldplay (X&Y).

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