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La luz al final del camino




- ¡Ay, Catherine! ¡Qué alegría oírte! ¿Qué tal va todo? ¿Cómo estás?


- Pues estoy... bien. Estoy muy bien.




Cuando esta tarde le dije a una de mis mejores amigas que estaba bien, fue sólo confesar la verdad. No sé realmente el porqué de esta buena sensación, ni tampoco entiendo por qué llevo todo el día de hoy intentando encontrar una razón. Quizá el quid de la cuestión está en que no recordaba cuándo fue la última vez en la que yo me sentí tan bien en todos los sentidos de mi vida. O tal vez sea el cambio de aires, de ciudad, de trabajo, de vida...




Hace unas semanas le decía a alguien que siempre había sido poco amiga de los cambios y que sólo recordaba dos veces en mi vida en las que me había aferrado a las oportunidades sin pensar en las consecuencias. La primera vez que lo hice resultó un completo desastre; la segunda vez estaba todavía por ver el resultado. A día de hoy sólo puedo concluir diciendo que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida.




La ansiada luz al final del camino se me antoja más nítida, y cada día camino sin prisa, pero sin pausa hacia esa luz. Anhelo saber qué se oculta detrás de su resplandor, y a cada paso, se vuelve más deliciosamente cegadora. Tan sólo pido que ese brillo siga ahí, y que siempre pueda recurrir a la sonrisa en los inevitables claroscuros que también, supongo, estarán por llegar.




La aventura de vivir, dicen...




Catherine Heathcliff.




Lo que estoy escuchando: There Is a Light that Never Goes Out, de The Smiths.

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