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El síndrome de los domingos por la tarde


Nunca me han gustado los domingos. En realidad, es que los detesto por encima de todas las cosas. Bueno, creo que todo ser humano trabajador que se precie lo va a odiar sobremanera. Ya se sabe:


Domingo = preludio del comienzo de otra semana más de trabajo = final del fin de semana


Pues eso, que a mí tampoco me gustan los domingos por la tarde. Bueno, es que no me gusta el día de domingo enterito, todo él. Siento recurrir a mi romanticismo patológico, pero en mi caso no es porque sea la antesala a otra semana más de trabajo, sino por malos recuerdos personales que se retrotraen a mi infancia. Hubo una triste época, cuando yo tenía entre 10 y 11 años, en la que la tarde del domingo implicaba tristes despedidas continuas. En fin, ya pasó, cierto, pero desde luego eso sigue muy marcado en mí, a pesar de haber pasado ya más de 13 años.


Las cosas están empezando a cambiar, y si bien sigo odiando los domingos por las tarde, ahora el síndrome es un poco menos agrio; agridulce, quizás. Mis tardes de domingo ahora son preludio de despedidas también, pero menos tristes. Mis padres vienen a verme durante la mayoría de los fines de semana; yo no suelo volver a casa porque, para bien o para mal, he de reconocer que mi casa está aquí. En realidad, no tengo casa, es un piso alquilado, tercera planta sin ascensor, sin aire acondicionado -craso error en Sevilla-, a diez minutos de mi puesto de trabajo, eso sí, pero horriblemente lejos del centro de la ciudad. Y, sin embargo, para mí es mi piso, mi casa. No sé en realidad qué es lo que va a pasar en el futuro, pero lo que sí tengo claro es que no me quiero marchar de aquí, porque repito, ésta es mi casa, mi hogar.


Los domingos por la tarde ahora son de despedida otra vez, pero enmarcada en circunstancia más venturosa. Mientras escribo esto, escucho y no oigo nada... mi piso vuelve a estar en silencio, tan sólo roto por el repiquetear de mis dedos en el teclado del ordenador y la música de fondo. La soledad de mi casa, de nuevo, soledad acojedora, símbolo de grandes cambios.


En primera persona, buena música, una taza de Cola-Cao caliente... y el anhelo de compartir las últimas horas del apacible fin de semana con una segunda persona. Síndrome de los domingos por la tarde compartido.


Catherine Heathcliff.


Lo que estoy escuchando: Sunday Morning Call, de Oasis, y Tarde de domingo rara, de Amaral (Gato negro, dragón rojo).

2 Comments:

  1. (`·.·•мαяgун•·.·´) said...
    Uff a mí me pasa lo mismo más por ser estudiante que por otra cosa pero no sé... recién le comentaba a una amiga que odiaba los domingos, no sólo por los motivos que has expuesto tú sino porque son aburridos y nunca hay nada novedoso... no sé, luego mi padre siempre quiere salir al mismo sitio y como que la rutina ya se me ha hecho demasiado repetitiva. En fin, al menos tú tienes el consuelo de saber que el fin de semana que viene volverás a ver a tus padres a mí sólo me queda seguir votandome en un concurso cada 60 minutos xD

    P.D.: Me encanta la foto que has puesto en esta entrada, la nueva versión inglesa de Cumbres Borrascosas ^^
    Catherine Heathcliff said...
    ¡Hola, guapísima!

    ¿Ves? Si no me pasa sólo a mí... los domingos son un poco deprimentes, la verdad.

    ¿Votándote en un concurso? ¿Ein?

    ¿Te gusta la foto? Pues es esa es mi octavo ejemplar de "Cumbres Borrascosas". Sí, la tengo repetica ocho veces, tanto en ediciones inglesas como castellanas, y a ésta la tengo especial cariño porque me la compré en la FNAC de mi Sevilla. La foto es lo que tenía encima de mi escritorio en ese momento. Se ve mi mano por ahí también...

    Un besazo, mi niña, feliz semana.

    Catherine Heathcliff.

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